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Que la geopolítica tiene gran importancia en las bolsas es un hecho claro, aunque muchas veces este impacto puede ser puntual. La economía, en general, y las empresas y familias, en particular, y, por supuesto las bolsas también, han sufrido las consecuencias de una guerra no vista en territorio europeo desde la segunda Guerra Mundial. Afecta, además, a países proveedores de materias primas tan fundamentales como el gas, el petróleo o el trigo.

El mundo ya estaba inmerso en una espiral inflacionaria: se salía de un momento histórico como la COVID y eso supuso una explosión de consumo acentuada por cuatro aspectos que, combinados, provocaron una tormenta perfecta inflacionaria: muchas ganas de consumir, niveles de ahorro histórico en las familias tras meses sin poder consumir, cinco años de tipos de interés negativos y una recuperación económica muy fuerte en algunos países.

Evidentemente la invasión de Rusia a Ucrania acentuó toda esta problemática: si el petróleo, gas y otras materias primas relacionadas con el conflicto (trigo, níquel…) ya eran caros por ese incremento de demanda post COVID, los riesgos a la paralización de importación de esos activos desde Rusia y Ucrania lo agravaron. Relativamente poco duraron esos máximos pero la inflación sigue al alza y las bolsas lejos de esos niveles, con alguna excepción importante en Europa y Asia.

Es normal preguntarse por qué la inflación no acaba de frenarse si las materias primas, prácticamente todas, están por debajo del nivel de hace un año y alguna de ellas muy por debajo. La explicación es cómo absorbe la economía las subidas tan bruscas acentuadas por la guerra, pero iniciadas tras la pandemia. El incremento de costes de materias primas ha tenido un primer impacto directo, pero el segundo se ve ahora por cómo se empieza a repercutir a otros productos, de ahí la subida de la (ahora) tan famosa y peligrosa inflación subyacente (la que no tiene en cuenta alimentos perecederos ni combustibles).

Esta inflación y la consecuente subida de tipos también ha afectado a las bolsas, aunque de forma muy diferente. Mientras Europa, con más peso de la banca y de la energía tradicional incluso está subiendo desde ese fatídico día, otras como la bolsa americana con más componente tecnológico (la más importante por el tamaño y la tipología de empresas) está muy lejos de recuperar esos niveles. Ahora la cuestión es saber qué pasará «sabiendo» que, desgraciadamente, la guerra no será, ni mucho menos, corta.

El daño más directo (para la economía y la bolsa) debería haber pasado: ya no hay incertidumbre, se sabe que la guerra será larga y que el impacto en las materias primas es limitado, por tanto, hoy por hoy está pesando poco. Sin embargo, y deseando con todas las fuerzas que no pase, hay «cisnes negros» relacionados: extensión del conflicto fuera de las fronteras ucranianas, utilización de armamento nuclear o más incidencia en China o Estados Unidos (inmersos a su vez en una guerra comercial y con Taiwan sobre la mesa) pueden ser peligrosos. De lo contrario y como sería lo normal, habrá que seguir analizando otros factores que parece que van siendo mejores cada día.