Hoy no hablaré de software, chips, digitalización ni soberanía tecnológica. Lo haré de algo mucho más tangible, como es el tema de la vivienda, porque la situación es insostenible. Sin vivienda no hay hogar; sin hogar no hay familias; sin familias no hay futuro. En mi último artículo hablaba de subir el nivel de la gestión pública, pero ¿por qué no aprovechamos el problema de la falta de vivienda, el colapso de la movilidad y el efecto del cambio climático para subir, literalmente, el nivel de nuestras infraestructuras?
Es necesario un nuevo concepto de urbanismo, pensando en el sistema y no en el microdetalle administrativo que roza el absurdo. Y, de paso, podemos subir el nivel de la arquitectura para hacerla más bella, sostenible, inteligente, habitable y realmente integrada con la naturaleza y una economía local circular. Es posible, sí, pero hay que arremangarse y proyectar una visión estratégica, ingeniería con ingenio y, sobre todo, liderazgo para que exista colaboración y gobernanza eficaz. Porque talento tenemos de sobra.
Compartiré una idea que no pretende ser ni la única posible ni la mejor, pero quizás sirva para que se entienda el mensaje de cambio de paradigma que hay que plantear, y que quienes tienen capacidad de manejar el rumbo de lo público exploren alternativas ingeniosas a problemas complejos. ¿Y si usáramos la vía de cintura como reto? Creo que todos estaremos de acuerdo en que una gran autopista llena de coches rodeando la ciudad, que genera ruido, contaminación, alquitrán, calor, barreras arquitectónicas y divisiones entre la periferia y el centro urbano, no es precisamente el entorno ideal ni para vivir ni para contemplar. ¿Y si, en lugar de soterrarla, aprovecháramos para elevar sobre ella una nueva capa que la integrara en la ciudad y combinara paisajismo, instalaciones troncales fácilmente mantenibles, movilidad peatonal y vivienda?
Empezando poco a poco, si quieren, por tramos. No sería necesario expropiar. Las obras se podrían realizar sin cortar el tráfico, porque las bases serían como construir puentes elevados. Y convertiríamos un gran problema de impacto a la naturaleza existente en una oportunidad de reconquistar terreno para los ciudadanos, a la par que revitalizaríamos el entorno natural. Nos ahorraríamos costes, tiempo y molestias de un eventual soterramiento como el de la M-30 de Madrid. Y al subir el nivel, nos protegeríamos de posibles fenómenos extremos, haciendo que la ciudad, en su conjunto, fuera más resistente, habitable y mantenible. Pero, sobre todo, multiplicaríamos el suelo urbanizable dedicado a vivienda, destinándolo a nuestros jóvenes, que son quienes más la necesitan.
Ahí queda la idea. Para hacer algo, primero hay que imaginarlo, porque los idealistas son los estrategas de un mundo mejor.