El enfermero pediátrico Armando Bastida. | A.B.

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Armando Bastida es enfermero pediátrico en un centro médico de Cataluña y padre de tres hijos. Tiene una doble visión de la paternidad actual, como profesional y como propio interesado. Es autor del libro Soy papá. Cómo criar a tus hijos con sentido común. Gracias a Peque Páginas, organizadora del evento, está hoy en Palma para impartir una conferencia a las 18.00 horas en el hotel Meliá Palma Marina y mañana en Cine Ciutat, aunque las entradas ya están agotadas.

¿Los padres están muy perdidos?
— Nos han educado en el autoritarismo y ahora rechazamos los castigos, los cachetes. ¿Cómo lo hacemos? Porque hay que educar de alguna manera. Recibimos mucha información, a menudo contradictoria. La gente está muy perdida y no nos educaron para sobrellevar la frustración y otros sentimientos considerados negativos como la ira o la tristeza. A los niños hay que ayudarles a darles herramientas para gestionar sus emociones. El otro riesgo es caer en la permisividad. Hay que encontrar un punto medio.

En los últimos años ha surgido el polémico movimiento de los antivacunas.
— Todos somos conscientes de que las grandes corporaciones hacen negocio con nuestra salud, curando a los enfermos y también a los sanos, que compran vitaminas, jaleas y otras cosas para no ponerse enfermo. Pero esta mirada es perversa: negocio hoy lo es todo, aunque sea una necesidad básica. Con lo que menos dinero ganan las farmacéuticas es con las vacunas. Ganan muchísimo más con jarabe para la tos. La gente ha perdido el miedo a ciertas enfermedades y temen los efectos secundarios de las vacunas, pero son prevenibles y si vuelven, se pueden llevar la vida de varios niños.

Con tantas opiniones e información, ¿de quién se pueden fiar los padres?
— Antes los referentes era la familia. Ellos te enseñaban a educar. Hace un siglo aparecieron los profesionales y afirmaban que con el llanto, los niños intentan manipular a los padres, que lo deje llorar. Ahora nuestras madres dicen lo que decían los médicos, pero los profesionales lo hicieron mal y los abuelos al final no iban tan desencaminados.

Afirma que el comportamiento de un niño problemático dice mucho más de sus padres que de él.
— Los profesores y los profesionales de la salud observan y saben que hay algo. El niño se adapta a la situación que hay en casa. Si tiene unos padres que están poco tiempo con sus hijos, empezarán a dar problemas. Si pido que estéis conmigo y no me escucháis, haré lo que sea para que me hagáis caso. Prefiero tenerte a mi lado gritando y con bronca, que no tenerte. Un niño que da problemas es que tiene problemas y se lo está gritando a la sociedad.

Tampoco ayudan los problemas de conciliación...
— Se intenta igualar permisos para evitar la discriminación pero un niño se queda sin padres a las 16 semanas. Llevan a los niños a la guardería enfermos con un ‘chute de Dalsy’ y así les soluciona la conciliación. Hay que luchar por una reducción de horario sin reducción de sueldo. Hay que valorar el cuidado del hijo.

La lactancia está en medio del debate, incluso entre aquellos sin experiencia.
— Hagáis lo que hagáis las madres, estará mal. Hay una gran presión inicial para dar el pecho. Y cuando pasan unos meses, la presión es doble para que abandone la lactancia materna. A partir del año no está bien visto que las madres den el pecho a sus hijos. Y a la que da el biberón se le dice que no lo intentó lo suficiente. La lactancia a demanda se ha hecho toda la vida pero nuestras madres lo dejaron por el biberón: ya no hay, pues, una transmisión de madre a hija. Ahora los profesionales tenemos que formarnos para ayudar a las madres. También hay grupos de lactancia que, por suerte, transmiten el conocimiento de madre a madre.

¿Qué hacemos con los móviles y las tablets?
— Esconderlos y usarlos lo menos posible en su presencia. En un bebé actúa igual que si fuera la droga, la comida rápida o cualquier sustancia capaz de secuestrar su mente. Su comportamiento es similar al de la adicción y padecen de síndrome de abstinencia y rabietas cuando se lo quitan porque lo necesitan. Es una droga visual para un niño pequeño cuyo cerebro no es capaz de racionalizar y desaparece de la realidad. En ese mismo momento no recibe ningún estímulo. Pero a él le encanta y lo necesita.

¿Cómo consumir pantallas?
— Hasta los dos años no pueden estar expuestos a ninguna. A partir de entonces, solo a contenido de muy alta calidad o juegos, pero con un máximo de media hora o una hora al día. Lo que está pasando es que en lugar de inculcarles normas y valores, que se transmiten hablando, les damos el móvil. Les secuestramos de la vida y así no sabrán como portarse en un restaurante o en cualquier sitio. Pierde el valor de hablar con los adultos, de conocer anécdotas e incluso interrumpir para aportar su propia opinión.