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La pandemia ha trastocado toda nuestra cotidianidad. Aunque para muchos pueda parecer algo ya lejano, hace un año las restricciones para frenar el avance de la COVID-19 en las Islas eran parte de nuestro día a día. La llegada de la vacuna aún parecía lejos ser una realidad y con la llegada del otoño de 2020, también lo hicieron los confinamientos en algunas barriadas de Palma y en Manacor. El 25 de octubre, hace ahora un año, llegó de nuevo el toque de queda, una medida que limitaba la movilidad nocturna y que llegaría para quedarse hasta pasada la Navidad. Las fiestas se presentaban con los contagios muy disparados, y la situación sanitaria obligó a vivirlas lejos de los aeropuertos, en casa, sin reencuentros, sin grandes celebraciones ni abrazos.

En todo este tiempo de restricciones hemos abandonado tantas cosas de la vida cotidiana que de muchas ni nos hemos dado cuenta; poco a poco las limitaciones han ido afianzando nuevas formas de hacer, de vivir, y, probablemente muchas hayan llegado para quedarse. Ahora se paga más con tarjeta, que en efectivo; el teletrabajo se ha implantado; la venta por Internet se ha disparado, nos llegan más paquetes que nunca. Fumamos menos y valoramos más la compañía, el ocio. Y jamás de los jamases salimos de casa sin una mascarilla en el bolso.

La COVID ha hecho mella en todos. Incluso ahora, cuando casi todas las restricciones se han levantado, muchos hábitos no han vuelto a ser como antes. Tanto es así que los psicólogos alertan de que no son pocos los que tienen problemas para recuperar su vida prepandémica, por miedo al contagio o por miedo a contagiar a sus seres queridos más vulnerables.

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En un principio de 2021 durísimo, cuando la COVID-19 se cobró demasiadas vidas en las Islas, la llegada de la vacuna abrió una ventana a la esperanza. Costó bajar las cifras, especialmente duras en cuanto a la letalidad, y las UCI de los hospitales sufrieron una saturación demasiado tiempo sostenida. La situación era muy complicada, y Baleares mantuvo fuertes restricciones, incluso más duras de las que otras comunidades con incidencias más preocupantes. Los principales sectores económicos sufrían las consecuencias de los cierres marcados por las autoridades para poner barreras al Sars-CoV-2.

En 365 días la situación en Baleares ha dado un giro de 180 grados. Vivimos una realidad muy distinta a la de hace un año. Entonces no habían llegado las vacunas; ni tan siquiera a la residencias -donde se empezaron a inocular a finales de diciembre-, por lo que en estos centros se vivía con temor de nuevo el crecimiento descontrolado de la incidencia. Las residencias se cerraban a cal y canto, y se mantenían los férreos controles en las entradas y salidas. Sin embargo, ni el toque de queda, ni las restricciones para viajar, ni los cierres perimetrales evitaron que el puente de Tots Sants supusiera una explosión de contagios en las Islas, situación que, además, se vio agravada semanas después por el puente de la Constitución y el aumento de los contactos sociales.

La clave

La vacunación ha sido, sin duda, la clave para llegar a donde estamos ahora. A finales de octubre de 2020 la población se enfrentaba al virus sin armas, un año después la realidad es muy distinta: el 81,6 por ciento de la población diana de Baleares está vacunada con dos dosis y un 83,5 por ciento, con al menos una. Ello ha permitido, y así se ha reflejado en la última gran oleada de este verano, que pese a que ha habido más transmisión del virus -fomentada por el aumento del contacto social ante menos restricciones-, se hayan reducido considerablemente los casos graves o muy graves.

Este 26 de octubre, Baleares da un paso más hacia la normalidad, hacia la recuperación de lo que sí se ha perdido. El Govern ha levantado la mayoría de esas restricciones que nos han acompañado en este largo año. Lo hace en un momento en que la incidencia del coronavirus es baja, las cifras de ingresos muy controladas y la población más vulnerable se protege con una dosis de vacuna de refuerzo. La restauración, muy castigada en este tiempo, recupera su total normalidad y salvo algunas limitaciones muy concretas, la vida emprende el camino que se interrumpió en febrero de 2020. En este punto, la vida nos da una oportunidad para vivir de nuevo, ahora ya sin límites, otras primeras veces.