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Un cuidador es la persona que vela por alguien que tiene dependencia y que, habitualmente, presta servicios de larga duración. Puede tratarse, o no, de un profesional, y en este segundo caso, sin lugar a dudas, hablamos de cuidadoras. Según el último informe de Creu Roja Balears, el 81 % de los 724 cuidadores que atendieron eran mujeres. Sobre ellas recae, de forma generalizada, la atención de los seres queridos (casi la mitad son familiares directos), un acto de amor y una tarea ardua, casi siempre desagradecida y muy, muy invisible porque ¿quién cuida a los que cuidan? Bajo esta premisa nace uno de los talleres del programa Pacient Actiu de la Conselleria de Salut que consta de seis sesiones. Todas las que están acudiendo son mujeres, algunas incluso van con la persona de la que se encargan.

«Hoy vamos a hablar de emociones, aprenderemos a conocerlas, a ponerles nombre y a manejarlas para vivir las situaciones lo mejor posible», señala Àngels Busquets, una de las formadoras que imparten el curso. A continuación reparte un pósit a cada asistente. Les pide que escriban cómo se sienten a través de una analogía con la meteorología. «Yo estoy feliz porque amaneció tranquilo», indica Lua Marina, cuando ponen las respuestas en común. «A mí me pasa igual. Como hace sol hemos salido a pasear», añade Magdalena. En estas sesiones muchas de las asistentes se ven reflejadas en las otras, lo que les ayuda a sentirse algo menos solas. Sin embargo Luciana rompe a llorar, «es que hoy hace tres años que murió mi hermano, con 39, y mi madre no lo lleva bien». Su lamento encuentra consuelo en las palabras de las demás. «Valía su peso en oro», le recuerdan. «¡Era tan guapo! ¿Se puede decir, verdad? Por dentro y por fuera», añaden. Muchas se conocen del barrio, de verse por s’Arenal.

Tras esta pausa, prosigue Isabel: «Mi día es gris. Me he levantado a las seis menos diez y mi marido ya ha empezado a decir que si la ambulancia llega tarde no se va. A mí eso ya me estropea el día». Le saltan las lágrimas. «Todos los días es lo mismo y dicen que no hay que sentirse culpable pero es que si no va con la ambulancia se muere». A su lado asienten, dicen que les pasa lo mismo. «Cambian cada día de parecer», la apoyan. Llegadas a este punto, Àngels retoma el taller que se ha convertido en una catarsis emocional: «hay que salir adelante, no hay que sentirse culpable», dice. «Lo que estáis sintiendo no se puede, ni se debe ignorar porque no desaparece, hay que aprender a convivir con ello y, si la hay, hay que darle una solución. Un enfermo tiene lo que tiene, no se puede curar, así que no debe haber sensación de culpa aunque sí de tristeza. Hablamos de personas que queremos… Podemos escucharle, dar la mano, ayudar… hacer lo que sabemos que les gusta pero no sentirse mal por algo que no tiene remedio». Una compañera se levanta a por un pañuelo. El 62 % de las cuidadoras se pasa seis horas al día de media realizando esta tarea. Hablar de sentimientos no les resulta fácil.

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Comienza otro de los ejercicios planteados. Ahora hay que escribir en el papel una emoción negativa y otra positiva porque el vaso, ya se sabe, un día está medio lleno y al otro medio vacío. Al terminar, los escritos se cuelgan y todas se levantan para leerse desde el silencio. En el bazar de las emociones cada día es diferente. Isabel explica que su marido estuvo mucho tiempo ingresado en Caubet (el hospital Joan March). «Mi marido es mi vida. El doctor me avisó de que si le volvía a dar… y yo le entendí. Mucha gente moría de la COVID y a él no le iban a ayudar». Rompe a llorar. «Y yo lo acepté». De nuevo aparece la culpa, pero Magdalena la consuela desde la empatía. «Somos cuatro hermanos y como yo soy la que regaña a mi madre, soy la mala. Ellos vienen un día a verla y se vuelven a su casa».

A Isabel se le pasa el disgusto y pide perdón: «Lo siento». «Nooooo», le contestan de forma unánime. «Todo lo contrario, que salga. Sentimos no poder ayudar más». En este momento: «Isabel se acaba de convertir en un volcán en erupción, ¿a quién no le pasa eso?», dice Laly, quien también imparte el taller. «Resistimos heroicamente», señala. Y pasa a repartir entre las asistentes tarjetas que llevan escritas emociones. «Vamos a terminar en positivo», dice. Los cartones son para que cada una cuente el porcentaje que le corresponde de la emoción que le toque.

Reme da un paso adelante: «A mí me ha salido la tranquilidad, que me aporta un 20 %». A Felicidad le ha tocado la ira pero «casi no tengo», dice. «No estoy enfadada con él, con la situación sí, pero es lo que hay». Lua Marina se sitúa al 100 % de la soledad de su tarjeta «por las personas que deberían estar y no están». Al otro lado de la habitación, Dolores la comprende: «Mi familia ya no viene, para ellos está todo bien. Me piden paciencia. Es lo que hay», le responde. En este espacio todas han venido a aprender las unas de las otras. Dolores prosigue: «Cuando estoy en casa me digo: voy a hacer lo que me han dicho». A veces funciona». Se van entre risas, guardan un escrito con el link de un video de Elsa Punset, por si lo quieren volver a consultar. Están más tranquilas, más serenas y alguna que otra con el corazón en un puño. La vida sigue. La semana que viene hablarán de los proyectos de vida, del rol de cada uno, de autoestima y su importancia, y de comprender el duelo.