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Medía 1,92 de estatura y una enorme cicatriz le recorría el lado izquierdo de la cara, de la oreja al labio. Con esa tarjeta de presentación no es de extrañar que en Alcúdia, en 1965, el nazi Otto Skorzeny no pasara precisamente desapercibido. Y eso que muy pocos sabían, por aquel entonces, que el gigante austríaco había sido el coronel favorito de Hitler para las operaciones especiales durante la Segunda Guerra Mundial.

Otto Skorzeny nació en Viena en 1908 y su físico portentoso afianzó ese carácter pendenciero suyo. En sus años universitarios, un lance de esgrima le dejó el rostro marcado para siempre y un mote que le acompañaría el restos de sus días: Caracortada. Seducido por el Nacionalsocialismo, en los primeros compases de la guerra destacó como un experto en operaciones especiales y fue ascendiendo en el escalafón de las SS hasta que en 1943 llegó su gran gesta. Mussolini, el dictador italiano aliado de Hitler, había sido detenido por sus compatriotas y se encontraba preso en un hotel de las montañas del Gran Sasso, en los Apeninos. El Führer necesitaba imperiosamente a su socio trasalpino, en un momento crítico de la guerra en la que los aliados estaban arrinconando a los ejércitos alemanes. Y recurrió a su favorito para liberar al Duce. Le encargó a Otto Skorzeny que lo liberara en una misión casi imposible y Caracortada, con un comando de paracaidistas del general Student y unos planeadores, asaltó el recinto donde custodiaban a Mussolini. Las posibilidades de éxito eran muy remotas, pero los italianos eran auténticos desastres como soldados, así que Otto Skorzeny logró su hazaña más legendaria y se llevó sano y salvo al dictador italiano, que en las fotos de la época aparece junto al gigante con cara aún de susto. La conmoción de los aliados fue tal que Churchill lo apodó, entonces, «el hombre más peligroso de Europa».

Foto de la liberación de Mussolini, con los paracaidistas alemanes y Skorzeny.

No fue la única gesta del coronel de las SS. En 1944, en plena descomposición militar alemana, Hitler le encargó secuestrar a Josip Tito, el esquivo comunista yugoslavo cuyos partisanos eran una pesadilla para los alemanes. En inferioridad numérica, casi estuvo a punto de conseguirlo. Poco después el Führer le confesó que el mariscal Horthy, regente de Hungría, pretendía rendirse a los soviéticos, que estaban a las puertas de Budapest. Skorzeny, de nuevo, se las ingenió para secuestrar al hijo del dirigente y disuadir al padre de que no rompiera con el Eje.

La última misión de Caracortada llegó poco antes de la Navidad de 1944, en la contraofensiva de Las Ardenas. Fue la última bala alemana, antes del retroceso de los ejércitos de Hitler hasta Berlín. Skorzeny se infiltró tras las líneas enemigas, vestido de americano, y con sus comandos sembró el pánico. En mayo de 1945, cuando la guerra llegaba a su fin, fue capturado por EE.UU., pero fue absuelto de crímenes de guerra. Los checos también querían juzgarlo, así que decidió huir de Alemania y se refugió en Europa. Llegó a Madrid en 1950, amparado por la dictadura franquista. Se convirtió en un próspero hombre de negocios y traficante de armas, y el régimen español dejó que amasara una fortuna. Algunos lo señalan como el jefe de la organización Odessa en España, el grupo de SS que ayudó a huir a Mengele o Eichman. Era íntimo de Klaus Barbie, el jefe de la Gestapo en Francia, y sus contactos eran prodigiosos, así que el presidente egipcio Nasser lo fichó para que formara a sus espías. Los americanos y judíos comprendieron que se trataba de una pieza clave en la Guerra Fría y la CIA y el Mossad nunca le perdieron la pista. Incluso llegó a colaborar con ellos. Los últimos documentos desclasificados sugieren que el coronel de las SS tuvo algo que ver con los asesinos de Kennedy, el presidente norteamericano.

Skorzeny con Hitler.

También se convirtió en el hombre de confianza del presidente argentino Perón y se le relacionó con Evita, su mujer. Porque el gigante alemán era un seductor nato, que se casó en tres ocasiones y al que le atribuyen numerosas amantes. Skorzeny vivió una Dolce Vita en España. Era casi un semi Dios, idolatrado por muchos y temido por el resto. Su pasión, con todo, era el mar, así que en 1965 compró una casa en Es Barcarés, en Alcúdia. Veraneaba siempre junto a una pequeña playita, que llegó a privatizar para escándalo de sus vecinos mallorquines. Siempre con un pitillo en la boca, junto a esa horrible cicatriz, acudía a los bares del pueblo, donde consumía ingentes cantidades de cerveza. Y contaba a los lugareños sus operaciones legendarias durante la guerra, aunque muchos no lo entendían o pensaban que fantaseaba. En su muñeca lucía un reloj que Mussolini le obsequió como regalo por rescatarlo de su prisión del Gran Sasso.

La casa de Es Barcarés.

En 1975, poco antes de que muriera Franco, Skorzeny falleció en Madrid. «No me arrepiento de nada de lo que he hecho», repetía en sus últimos años aquella figura colosal que se zambullía en la playa mallorquina de Es Morer Vermell, a dos kilómetros de Alcúdia. Y que regresaba a la arena con andar de cíclope. Quizás rememorando los tiempos en los que fue el favorito de Hitler. Y el hombre más peligroso de Europa.