SERVICIOS SOCIALES

Jóvenes y extutelados: el 30% de los que viven en Baleares estudian y trabajan

Yelizabeta, Nico y Nuria Alexandra son mayores de edad, viven en un piso de emancipación y forman parte de este porcentaje

Yelizabeta Juaneda, extutelada, trabaja y estudia. | P. Pellicer

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Más del 30 % de los jóvenes extutelados que residen en Baleares trabajan y estudian. Así lo recogen los datos segregados de la Encuesta Juventud en proceso de emancipación: análisis de resultados de 2023 de la Federación de Entidades con Proyectos y Pisos Asistidos (FEPA). Este informe pone de relieve la situación a la que se enfrentan los jóvenes que forman parte del Sistema de Protección una vez han cumplido la mayoría de edad. Según indica, las circunstancias vitales de este fragmento de la juventud les empuja a una emancipación precoz, ya que en ocasiones no hay un hogar o núcleo familiar al que volver.

Yelizabeta Juaneda, Nico Del Rio y Nuria Alexandra Suárez son tres de estos jóvenes extutelados, forman parte del porcentaje antes mencionado, pues estudian y trabajan; hasta su mayoría de edad vivían en un centro residencial para menores y también se han visto obligados a emanciparse con tan solo 18 años. Los tres viven en un piso de emancipación de la Fundación Natzaret, una de las entidades privadas que forman parte de la FEPA. Yelizabeta (19 años) entró en Natzaret con 16 años, en 2021, cuando acababa de empezar primero de Bachiller. Luego pasó a un piso de emancipación, donde acabó de sacarse el Bachillerato Socio-económico. Ahora, está estudiando un Grado Superior de Administración y Finanzas a la vez que trabaja. Es camarera en un cadena de restaurantes.

Tiene una jornada de 16 horas los fines de semana, y lleva dos años empleada con contrato indefinido. Al preguntarle por el futuro, lo tiene claro: «Quiero acabar la FP y, si económicamente me lo puedo permitir, irme un año a estudiar al extranjero; porque el colegio en el que estudio tiene un programa que te permite estudiar fuera y convalidar el Grado Superior con el título universitario. Si no me lo puedo permitir, estudiaré los cuatro años de carrera en la UIB», explica. «Me gustaría tener un trabajo estable, igual que el resto de jóvenes. Si mi economía me lo permite me gustaría implicarme más en lo social. Por ejemplo, en Natzaret se hacen donativos para poder aportar algún capricho a los niños, como los regalos de navidad; que son fechas en las que te acabas sintiendo muy solo», apunta.

Nico (19 años) entro en la Fundación con 14 años, en 2019. Estuvo cuatro o cinco años residiendo en el centro, empezó la ESO pero no la acabó. «Me pasé a una FP básica de cocina», dice. Luego pasó a un piso de emancipación y comenzó una FP media socio-sanitaria. «Me queda una asignatura que tengo que aprobar en junio y hacer las prácticas en septiembre». Después quiere hacer un Grado Superior de Integración Social. «Ahora mismo no estoy trabajando, estoy de baja por un accidente que tuve en la rodilla», aclara, pero antes estuvo un año y medio trabajando de camarero.

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«Cuando me saque el Grado me gustaría trabajar como integrador y sacarme el Grado de educador social y trabajar en Natzaret, si es posible», expone. «Cuando llegué aquí, era un chaval que pensaba que no iba a poder salir del bucle en el que estaba, pero las personas que me ayudaron me dieron muchas herramientas para afrontar lo que viniera. Me gustaría ayudar a otros como me ayudaron a mi», reconoce.

Nuria Alexandra (20 años) entró hace dos años en Natzaret, directamente a un piso de emancipación. Antes estuvo en el centro de primera acogida Tramuntana. Intentó sacarse varios bachilleratos, el artístico y el social, pero no lo consiguió. Ahora está haciendo un curso para preparar la prueba de acceso para un Grado Superior de Integración Social. Está de baja temporal, pero lleva unos ocho meses trabajando como cajera en un supermercado. Tiene un contrato de 27 horas, que compagina con los estudios; algo que le está costando, «sobre todo en Navidad, porque me tocó trabajar todos los festivos, pero con organización se puede llevar bien», señala.

Foto: J.O.

La coyuntura actual y dificultades estructurales a las que se ven sometidos los jóvenes a la hora de emanciparse se hacen más palpables en el caso de los extutelados, pues el tiempo y las listas de espera juegan en su contra. Natzaret, por ejemplo, cuenta con 29 pisos de emancipación en Mallorca. Todas las plazas están llenas y hay largas listas de espera. Los que consiguen una pueden residir en éstos durante cuatro años, siempre que cumplan unos requisitos. «Es más complicado para nosotros porque un joven que está en su casa tiene donde vivir hasta que acabe de estudiar y cuando acabe puede emanciparse tranquilamente. Nosotros somos conscientes de que al salir tenemos que tener una almohada», dice Yelizabeta.

Los que viven en los pisos deben estudia o trabajar y ser autosuficientes: «No vale con estar matriculado y suspender, hay que aprobar», apunta. «Los que están en sus casas viven su vida más tranquilos, sin sacarse los estudios rápido o tener que trabajar. Nosotros tenemos que tener las ideas muy claras desde el principio y, en un tiempo estimado, cumplirlas», aclara Nico.
«Lo que más me costó, fue el hecho de emanciparme tan pronto. Me vino muy grande. Yo entré al piso queriendo solo estudiar, pero acabé prefiriendo ponerme a trabajar también para ir ahorrando porque me da miedo a dónde iré cuando salga del piso con los precios que hay», lamenta Nuria Alexandra.
Tienen de margen cuatro años para ocupar una plaza de los pisos de emancipación, Yelizabeta lleva uno y medio; Nico, dos; y Nuria Alexandra, otros dos.

Estigma

Las personas como ellos tres llevan consigo un bagaje vital complejo que involucra situaciones de vulnerabilidad y/o negligencia dentro del entorno familiar. Con todo ello, luchan e intentan encontrar su sitio, a pesar de que el sistema les empuja a los 18 años a valerse por si solos. Sin embargo, parte de la sociedad tiene una visión poco realista de cómo son estos menores forzados a madurar prematuramente.

«Creo que hay muchos prejuicios y desinformación sobre qué son y para qué sirven los centros de menores. No tienen ni la menor idea de lo que es el proceso de un menor tutelado y la emancipación», apunta Yelizabeta. «Las noticias que salen sobre nosotros siempre son malas, se habla de robos o agresiones. Nunca he visto que salga publicado: ‘Menor de centro se gradúa y es educador social’. Si nos va bien, a nadie le importa», sentencia Nico.

«Muchas veces me ha pasado que al estar en un piso de emancipación, o cuando estaba en el centro, se pensaban que había hecho algo malo, un robo o algo», asegura Nuria Alexandra. «En mi trabajo tuve suerte, porque mi jefa conoce a mis educadores y sabe de dónde vengo pero, en muchas partes se piensan que hemos estado en un centro por algo malo», lamenta.

El apunte

La FEPA atiende en Balears a 511 jóvenes en planes de emancipación

En las Islas, han participado en esta encuesta las entidades privadas Fundación Natzaret, Grec, Ames, Llars el Temple y Amaranta; que atienden a 511 jóvenes en programas de emancipación. En la encuesta han participado 492 de éstos, 266 trabajan, 284 estudian y 158 ambas. Cien no estudian ni trabajan, normalmente por ser menores migrantes en situación irregular. No lo hacen por barreras lingüísticas o administrativas, pero se forman de manera extraoficial con cursos de pocas horas. Del total de encuestados, hasta 228 son menores del sistema de protección, que ya trabajan la emancipación en sus centros; por lo que se cree que seguirán el camino de los jóvenes extutelados.