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Sentarte a entrevistar a Raul Riudavets Gomila es complicado ahora mismo. Sin saber todavía si lo que ha vivido en el exigente Marathon des Sables ha sido real o un sueño, este padre de familia que llegó a entrenar más de 24 horas a la semana para poder superar el reto de correr más de 250 kilómetros por el desierto en seis etapas, agradece a la figura del reconocido corredor mallorquín Miquel Capó el apoyo que le ha brindado en el Sáhara. Dejando a un lado el hecho de que ha terminado el 35 de los 1.021 corredores que tomaron la salida, Riudavets sostiene que la cita le ha regalado "experiencias vitales únicas y reales".

Para compartir la experiencia, Raul se rodea de cuatro corredores con distinto perfil deportivo y un periodista que, además de la curiosidad y la admiración hacia el de Es Mercadal, comparten una amistad sólida. Real. Inquebrantable. Una charla de dos horas entre amigos, cercana, sencilla y que da como resultado una entrevista real, larga pero llena de contenido, donde no cabe otra posibilidad que la de tutearse. Una experiencia dentro de otra propia experiencia que tiene como resultado una especie de mesa redonda a la que tranquilamente se habrían animado más de un centenar de personas. Preguntan Salva Bañuls, Pepe Garriga, Jaume Pons, Dani Coll y Dino Gelabert. Contesta, el deportista más admirado de la Isla.

P.G.: No preguntaré por las agujetas, el calor o la camiseta. Quiero saber si realmente has aprendido a distinguir las cosas que son absolutamente imprescindibles de las que nos lo creemos que lo son.

Lo que más me ha llenado de esta experiencia precisamente ha sido descubrir eso. Elegí esta carrera porque quería vivir una aventura personal y sin duda lo he logrado. Creo que lo menos duro del Marathon des Sables es, precisamente, los más de 250 kilómetros porque eso te lo puedes preparar. El resto de condicionantes que incluyen la ropa, la comida, el agua -Que te dan suficiente pero como la malgastes no te basta-, o la higiene- yo hice la carrera con solo una muda de ropa, los calcetines me daban asco al acabar el primer día pero a partir del segundo día ni pensabas en eso-, te los vas encontrando. No hay que ser hipócrita, durante la carrera eres consciente de que estás de paso por el desierto, que tendrás momentos difíciles pero que son transitorios, pero te das cuenta de la realidad de la zona cuando ves que los pequeños te suplican que les regales el 'buff' (una braga para el cuello). El segundo día de carrera vi un niño de la edad de mi hijo, unos siete años, descalzo, con moscas que le volaban alrededor de la cabeza y los ojos llenos de legañas por culpa de la conjuntivitis, y lo único que decía era 'buff'. No le entendía hasta que me señaló la prenda en cuestión. No veas la alegría que tuvo cuando se lo di, parecía que le había dado 100.000 euros. Esta es la realidad que me impactó. Corrí con Valentín Sanjuan, que es un corredor muy popular porque graba videos y los cuelga en las redes sociales y el último día fuimos juntos la carrera benéfica. Le conté que se lo tenía que regalar a algún niño y lo hizo. El niño ni se lo creía, tenía miedo. Cuando ves esto, piensas ¿de qué nos tenemos que quejar? Pasé una semana con ocho kilos en la maleta entre ropa, saco de dormir, comida y demás, más el agua. No me escaldé ni un día. Demuestra que estamos cargados de manías. Dormir en el suelo, hacer nuestras necesidades en una bolsa, compartir el cepillo de dientes… Y no nos ha pasado nada. El problema es que cuando vuelves a casa te das cuenta de que no hacemos nada para cambiar la situación. Durante la carrera, como tenía mucho tiempo para pensar, calculaba que con lo que yo pago aquí de luz al mes, en el Sáhara vive una familia entera.

La experiencia, más que el hecho de disputar una carrera, me ha llenado. He visto gente capaz de compartir lo poco que tenía. Tuve un error y pensé que una haima, las tiendas en las que dormíamos que también servían como avituallamiento, estaba cerca y me terminé el agua, y luego vi que en realidad me faltaban tres kilómetros. Le pedí un poco de agua a un inglés que seguramente estaba sufriendo lo mismo que yo y no dudó un instante en dármela. O el mallorquín Miquel Capó, con el que compartí haima, que me dio parte de su comida porque vio que yo pasaba hambre. La gente ahí se identifica al momento, si eres honrado, bueno, solidario o si eres un fantasma que te quieres aprovechar de los demás.

Es difícil que se entienda todo lo que viví. Hubo momentos muy duros, como cuando entre nosotros nos teníamos que tratar las yagas que nos salían. Había que explotarlas y poner Betadine con una jeringa. Otros eran mejores, como cuando Capó, que era el primero en llegar al campamento, nos esperaba en la haima preparando el fuego donde teníamos que preparar la comida o nos venía a ayudar. Todos los de la tienda algún día llegaron 'tocados' y él se encargaba de hacerles la cena, ayudarlos a quitarse la ropa… Es un fenómeno como persona. Estas situaciones son las que hacen especial la carrera porque ya te digo, todo el mundo puede prepararse para correr 250 kilómetros en seis días.

J.P.: ¿Iba todo el mundo preparado?

No. De los aproximadamente 1.100 corredores que participaron, un 60 por ciento se prepara para cubrir la prueba andando. No sé qué es más difícil. En nuestra tienda había un matrimonio de recién casados que pasaron su luna de miel en el Marathon des Sables. Él ya lo había hecho corriendo el año pasado, pero este le tocó acompañar a su mujer que no estaba tan preparada pero que aguantó. En los momentos delicados él tenía un buen 'marrón' porque tenía que decidir si abandonaban, seguían o qué. Ella lleva un año corriendo, es encantadora, y tuvo el coraje de completar la prueba y encima aguantar siendo la única mujer en una tienda donde convivió con siete hombres más y las típicas charlas de 'tíos' (bromea). Si yo al final de la carrera había hecho un total de 29 horas, ellos habían hecho 60 horas viviendo la noche, la oscuridad, el calor… ¿Quién tiene más mérito? Yo creo que todos. El sufrimiento no se mide. Tiene tanto mérito el último como el primero, cada uno en su medida. Desmerecer a cualquiera que haya terminado Sables es una completa falta de respeto. Un participante tenía los pies tan hinchados y tan mal que la última etapa de unos 20 kilómetros, la hizo con unas 'Crooks'.

PG.: Es normal encontrarte en el Camino de Santiago a peregrinos que van con sandalias porque tienen los pies tan mal que no se pueden poner los zapatos.

Raul: El día que peor lo pasé fue el día que más descansé. Uno de las etapas es de más de 80 kilómetros y la organización da a los corredores más de 40 horas para completarla. Los que llegan los primeros luego tienen un día de descanso mientras esperan a que lleguen todos. Había corredores que optaban por dormir en mitad de la carrera. De tanto que descansé, las piernas se me agarrotaron y los pies se me hincharon por culpa del esfuerzo acumulado. La retención de líquidos ligado a las sales hicieron que tuviera los dedos como chorizos. El día siguiente no podía ponerme las bambas y las sensaciones eran malísimas, pero hice el esfuerzo y a los 10 kilómetros todo volvió a su lugar. En realidad físicamente no he tenido ningún problema, ni un tirón, ni un gemelo que se haya subido, ni una molestia, ni flato…

S.B.: Debías disfrutar como un niño viéndote tan bien…

Raúl: Sin duda. Había entrenado muchísimo, haciendo muchos sacrificios, y estaba muy bien físicamente. No te engañaré que el día de los 80 kilómetros, al final ya estaba hasta las narices pero compartí la etapa con Miquel Capó y fue todo un privilegio. No llegaba en sus mejores condiciones, tenía la responsabilidad de que el año anterior había quedado tercero, pero aún así sacó las fuerzas necesarias para presentarse otra vez a una carrera tan dura. Todo el mundo allí le tenía mucha admiración y mucho respeto, a él no le van estas cosas, es más discreto. Uno de los días, un inglés me confundió con él y me dijo "very good, Miquel" y yo le contesté "yes, yes". Me ayudó muchísimo y jamás se lo podré agradecer lo suficiente.

D.G.: ¿Algún momento extraño en carrera?

Mira, no sabía ni que iba el segundo mejor español ni en qué posición iba en la general. Un día me vino otro corredor, que era el tercer español, y me dijo, "que sepas que voy a por ti". "Molt bé, tu sabràs", pensé yo convencido de que estaba siendo demasiado chulo. El día de la etapa larga, cuando iba con Miquel, nos encontramos al sujeto en cuestión llorando hecho polvo y optamos por recogerlo. Yo no lo hubiera recogido, y Capó me dijo "no tienes que ser como él". Le contesté, "encima te tengo que dar la razón… Pero lo hubiese dejado igual" (Risas). Encima de que lo recogemos y le damos una pastilla, él tío nos chuleaba. No tenía una pájara, estaba cansado. Le dio un ataque cuando nos vio a nosotros. Nos lo llevamos y le decíamos "en los tramos planos hay que trotar", y cuando Miquel y yo íbamos más rápido él nos decía "no corráis coño". Encima nos metió una bronca. Lo dejamos en la tienda con los médicos, que le dieron un suero y lo trataron, y al salir nos dice "no me ha ido tan mal, prepárate que mañana voy a por ti". "Punyetamon", pensé, mientras me iba enfadando. "Deixa fer es cap de fava aquest", me decía Miquel, pero yo le contesté, "ara m'he emprenyat". Le sacaba 25 minutos de ventaja en la última etapa. Efectivamente él salió a tope el último día pero Miquel le acompañó y yo salí a mi ritmo, haciendo mi carrera. Cada vez me encontraba mejor y fui aumentando. El "cap de fava" me esperaba en meta, me dijo que para darme la enhorabuena pero estoy convencido de que era para saber si me recortaba o no los 25 minutos. Me encontré a Miquel tumbado en la haima y me dice "¿ya estás aquí? Tanto rollo llevaba aquel con ganarte y hemos llegado hace diez minutos". Sabía que tenía que hacer lo mío, si me hubiese preocupado por ganar a ese no hubiese disfrutado nada. Me enorgullezco de haber priorizado el hecho de hacer mi carrera a entrar en esa disputa.

D.C.:¿No había en ese momento algún objetivo?

No te negaré que no me hacía ilusión acabar entre los 50 primeros. En carrera tienen muy bien considerado a los que están en el Top 50. Nos pintan el dorsal de otro color, salimos más tarde que los demás para que luego nos vayamos encontrando gente durante la carrera y no nos sintamos tan solos Te tratan como si fueras una estrella. Fue especial correr con Marco Olmo (Un pionero en el trail running que a los 57 años, tiene 66, ganó la primera Ultra Trail Montblanc de 166 kilómetros y 9.400 metros de desnivel positivo y que lleva 19 ediciones de Marathon des Sables) porque mientras íbamos pasando los propios corredores se paraban a animarlo aunque él ni se inmutaba.

S.B: A nivel técnico, ¿cómo te fue lo de correr sobre la arena? ¿Te entró mucha?

No me entró ni un grano. Usé una polaina, una pieza de ropa que cubría desde arriba del tobillo hasta la planta del zapato. Ahí apañé un invento con mi suegra poniéndole un velcro que unía la tela a la suela exterior de la bamba. Me lo hizo el zapatero de Maó. Quizá me entró alguna piedra por arriba, lo normal que te puede pasar en el Camí de Cavalls.

S.B.: ¿Usaste vaselina para evitar las rozaduras?

Muy poca. El clima es muy seco. Diría que saliendo a correr por Menorca me he puesto más y me he escaldado todavía más porque siempre vas mojado. Allí el calor lo seca todo en unos metros. Cuando en el avituallamiento te daban tres litros de agua en dos botellas, te hartabas de beber hasta que te dolía la tripa y luego, hacíamos lo que deseábamos durante todo el día que era tirarnos el agua sobre la cabeza. A los dos kilómetros todo estaba seco.

J.P.: Cada día te entregaban emails que la gente te enviaba.. Teniendo tan estudiado lo del peso de la maleta, ¿cargabas con ellos?

Sí. Es obligatorio llevar el libro de ruta y los ponía dentro. Ni te imaginas el subidón que me daba leer los emails de tanta gente. Los que me enviaba la familia eran espectaculares, no podía dejar de llorar, pero también me emocionaron los que me enviaban mis amigos así como gente a la que no conozco y que me dedicaba unas palabras muy bonitas. Ayudaba a recuperar el ánimo y las ganas de seguir. Cada noche, como dormíamos poco y mal, los leía y los releía. Me los llevaba siempre porque la organización no te los vuelve a dar. O los guardaba yo y me los llevaba o no los volvería a ver. Cada día podías llamar o escribir un email desde el campamento base. El primer día hice cola al sol para escribir uno, pero fue una locura. Preferí comprarme una tarjeta por 10 euros y llamar por teléfono a la familia.

D.G.: ¿Cómo lo hacíais para comer?

Me llevé una cazuela que debe tener cien años. Es de la abuela de mi mujer. Al llegar al campamento calentábamos agua en un fuego, cortábamos la botella que nos habían dado ese día y lo utilizábamos para poner los alimentos. En el avituallamiento nos daban botellas porque el agua te la tenían que dar envasada porque te recomiendan que en países como Marruecos no bebas ni uses para cocinar el agua del grifo. Me llevé algún sobre de jamón y algunas pastillas de chocolate pero todo lo que comí fue comida deshidratada en polvo, espaguetis, arroz… Siempre me quedaba con hambre. Teníamos que cargar la maleta con nuestra comida desde el primer día al último, y cuando comías, tenías que racionarlo. Si comía más de lo previsto, al día siguiente quedaba menos comida. No te puedes imaginar lo que eché en falta el pan con chocolate untado, los cacahuetes y la fruta. La organización te obliga a llevar encima 200 euros y hubo momentos en que me plantee pagar los 200 euros por una bolsita de cacahuetes pero claro, estábamos en mitad del desierto y no había ningún pueblo ni ningún supermercado cerca.

J.P.: ¿Qué clima te encontraste?

Durante la carrera, la media fue de 47 grados al sol, sin más sombra que la gorra que te obliga a llevar la organización. El día de la prueba larga llegamos a los 52 grados. Una pasada.

J.P.: ¿Y qué me dices de la humedad?

Había un ocho por ciento. La sensación más rara era cuando respirabas porque el aire era caliente. El primer día pensé que no terminaría la etapa ni, por supuesto, la carrera. Fue espantoso, me asustó. Joan Galmés, un amigo que me acompañó algún entreno, me envió un email y me dijo "Raul, has tardado un poco para hacer los 34 kilómetros". "Serás c…" pensé. (Risas). Había muchísimas dunas. No podía correr todo el rato. En las subidas más pronunciadas tenía que subirlas gateando. No me quemaba la mano, a pesar de que la arena estaba caliente, porque mi cuerpo tenía la sensación de calor por eso toleraba el dolor, no me quemaba pero no significa que no me llegara a doler. Me hubiesen ido bien unos palos pero si volviera no los volvería a llevar. El trozo donde lo pasé peor era en los tramos llanos en los que no veías nada y sabías que eran 10 ó 12 kilómetros de paisaje invariable. Arena y alguna piedra. No veía el final. Corría todo lo que podía pero me miraba el tiempo de media que tardaba en hacer un kilómetro y no me lo creía. No llegué a bajar de los seis minutos y medio el kilómetro, a excepción del último día. Tampoco notaba que la maleta pesara menos a medida que los días fueran pasando. Cada día había que hacerla y deshacerla.

D.G.: Y cuidado con que te olvidaras algo o perdieras material.

Un chico que iba entre los 20 primeros fue penalizado con dos horas en la clasificación porque en una revisión del material, la organización vio que no llevaba un mechero, que era obligatorio. Se le había caído. El reglamento es muy riguroso. También es obligatorio llevar otras cosas como un tratamiento contra veneno, una gorra, un frontal, pilas de recambio, agujas, Betadine, una bengala que te da la organización para avisar a los dos helicópteros que sobrevuelan el trazado durante cada etapa si tienes problemas, entre más cosas. Es curioso porque si tiras la bengala no quiere decir que abandonas, sino que necesitas asistencia y te cuesta 200 euros la broma. Me contaron que el año pasado un hombre mayor catalán se desmayó y cayó en la arena y un inglés que iba detrás se asustó tanto que tiró la bengala del catalán. Justo en ese momento el hombre mayor abrió los ojos y dijo "serás hijo de p…, ¡No tires la bengala!". Y el otro, al ver la que había liado se largó corriendo. El catalán, que se recuperó y siguió en carrera, se pasó el resto de días buscando al inglés para que le pagara los 200 euros. (Risas).

D.G.:A nivel personal, ¿hubo algún momento en el que te planteaste abandonar?

El primer día se me hizo durísimo. Todo eran dunas y más dunas. No se terminaban. El problema es que no las puedes correr porque te hundes. Te desgasta mucho físicamente. También fue muy duro el aspecto de la comida. Pasé mucha hambre y no estoy acostumbrado. No se trata de que pensara que como estaba haciendo un esfuerzo brutal tenía que recomponer lo que perdía porque no suelo comer mucho cuando corro, pero sí que es cierto que al acabar cada etapa comía y no me quedaba lleno. Estaba harto de agua caliente y de comida en polvo. Miquel Capó me daba parte de su ración. Hacía ver que no quería más porque veía que yo lo pasaba mal y me daba su comida.

D.G.: ¿Cómo era la rutina en el campamento?

Sobre las 5.30 de la mañana nos despertábamos. A las 6.30 venía la organización a desmontar la haima. Después te daban un litro y medio de agua porque era obligatorio ira a buscarla sino te sancionaban. A las 8.30 tenías que estar en la línea de salida porque el director de la carrera monta un espectáculo antes de cada etapa, canta cumpleaños feliz a los que coincide con su aniversario, se pone a bailar y después de tenernos media hora al sol, se daba la salida. El cuarto y el quinto día, los primeros clasificados salíamos más tarde, a las 12. Teníamos más tiempo para descansar. Tras correr, llegabas y te daban agua para pasar el resto del día. Nada más llegar preparaba la comida y, como era el segundo de la haima en llegar, preparaba la tienda para que los que llegaran en peor estado físicamente, no tuvieran que preocuparse de demasiadas cosas, los recibíamos en meta y les ayudábamos con la maleta. El tiempo libre también lo aprovechaba para descansar o para leer mails, o para hablar con los compañeros. He conocido a gente increíble y hemos hecho muchas bromas. Acababa harto de correr porque el paisaje no cambia apenas pero muscularmente no tenía problemas. Había mucha rutina en todos los sentidos. Durante la noche nos íbamos a dormir pronto pero a las 5 ya abríamos los ojos.

D.C.: ¿Fue difícil orientarse en un lugar donde no hay nada?

Así como está montada la carrera es difícil quedarse solo porque siempre te vas encontrando algún corredor. Durante la noche en el suelo colocaban tubitos fluorescentes que se ven desde kilómetros. Como no había nada se veían perfectamente. En el campamento, además, colocaban unos rayos láser hacia el cielo que se veían sin problema. Se ve tanto que los percibías, pensabas que estaba al lado y en realidad estaba a seis kilómetros, por decirte algo. El trozo de las llegadas era el peor, se me hacían eternas.

S.B.: En la charla con Josef Ajram, que también la ha corrido, dijo que su motivación en Sables era correr tandas de 15 minutos, algo asequible.

Creo que no le fue muy bien. Sufrió mucho pero no le fue como se esperaba. Es lógico. Lo pasas muy mal. Yo he entrenado muchísimo. Mi entrenador, Dani Salas, confiaba más en mí que yo mismo. Me impresionó el rendimiento físico que tuve. Ni lo hubiese imaginado. El resultado me da igual, está bien acabar el 35, pero lo mejor es ver el rendimiento que tuve y que no sufrí. Es lo que me enorgullece del entrenamiento que he hecho.

J.P.: Una vez acabado, ¿crees que podrías haber corrido más rápido?

Quizás no hubiese llegado. Si te soy sincero no cambiaría nada de lo que he hecho. Podría llegar a haber sufrido más, si, pero acabó la prueba el sábado y el domingo y el lunes salí a correr unos 40 minutos. Cuando fui a correr la Sierra de Tramuntana no podía ni subir las escaleras del avión.

P.G.: Nunca habías entrenado tanto.

Se lo debo todo a mi familia. Han sido muchas horas. Me he aficionado a la bicicleta de montaña porque tenía que descubrir nuevos caminos porque corría tanto que los aburría. Llegué a entrenar 40 kilómetros al día durante tres días seguidos, más de 24 horas de entrenos a la semana. Llegué a hacer 10 kilómetros a una media de 4:07 con diez kilos en la espalda, y series a 3:39 el kilómetro. Pensaba que eran días contados en el que por una u otra razón me salía mejor, no pensaba que fuese por el entrenamiento.

S.B.: Si volvieras a ir, ¿qué priorizarías a la hora de llevarte y qué dejarías?

Llevaría más comida. Dejaría la esterilla porque el primer día se la regalé a la pareja de recién casados. Dejaría más cosas. La esterilla pesaba medio kilo y eso, para que te hagas una idea en una maleta donde el peso está tan controlado, representa un día más de comida. Me habían dicho que dormir bien era muy importante pero me adapté rápido.

P.G.: Imagino que cuando llegaste al hotel con una cama normal la primera noche después de Sables lo debías aprovechar…

Ni Miquel ni yo pudimos dormir. Nos costó muchísimo. Él se miraba Twitter y yo los 2.800 mensajes que me llegaron vía Whatsapp. Conciliamos el sueño sobre la 1 pero a las 6 ya nos despertamos para ir a correr 40 minutos. He disfrutado muchísimo. Mi problema es que no soy para nada competitivo y desde el momento en el que me apunté sabía que tenía que entrenar mucho para no sufrir. El objetivo que propusimos con mi entrenador era entrenar mucho para sufrir lo mínimo posible. Esto es lo que me enorgullece más.

D.G.: ¿Y qué hay de quedar el 35?

Lo valoro pero no era lo primordial. Cuando acabé tercero del Camí de Cavalls hace dos años lo pasé muy mal luego, no estoy hecho para según qué protagonismo. Y cuando vi la posición y los 2.800 mensajes me empecé a arrepentir de haberlo hecho tan bien y así se lo dije a mi mujer. De los 2.800, 800 son los que verdaderamente me importan, de la gente que valora por encima de cualquier posición, el hecho de haber entrenado todo lo que he entrenado y haber completado esta prueba. Me importa mi familia y mis amigos de verdad. Miquel Capó está acostumbrado a estas cosas, hace 30 años que le pasa, pero a mi no me gusta.

D.G.:¿Cómo es el desierto por la noche?

Es impresionante. Se hace el silencio, hay un cielo totalmente despejado. Lo que es más bonito es el amanecer y el anochecer porque ves como el sol cae en un horizonte donde no hay nada, como si se acabara el planeta. A las 20.30 ya era oscuro y antes de dormir salía de la tienda, me apartaba un poco porque con mis hijos habíamos quedado que a esa hora los tres miraríamos la misma estrella y el paisaje era indescriptible. Había una tranquilidad total. Es difícil que yo os lo transmita aquí...

D.C.: Intuyo que hay un antes y un después en ti, Raul. En muchos sentidos.

Estoy convencido. De hecho buscaba escapar de la rutina de las carreras más normales. No me va ir a un sitio y que estén pendientes de mi, me siento observado. Me pasa en una carrera y en un entreno.

D.C.: Eres un referente para mucha gente. Por tu forma de hacer las cosas. No persigues lo mismo que muchos, entre los que me incluyo, perseguimos. Has sido pionero en la Isla en todo esto... No te extrañe que mucha gente te admire y tome tu ejemplo.

Me gustaría que me mirasen como una persona de la calle que hace las cosas que hace porque simplemente le gustan...

D.C.: Por esa misma razón llegas a más gente.

P.G.: Tu gran problema es que la manera con la que haces las cosas enganchas a la gente. La gente ve que no vas de divo o de estrella. Encima parece que te sabe mal destacar.

Soy así y no puedo cambiar. Lo que pasa es que yo disfruto al máximo con cualquier cosa que hago. Me encanta entrenar. El simple hecho de ponerme la mochila con diez kilos de arroz que era con lo que me preparaba ya me encanta. Que mi entrenador alucinase con las sesiones que hacía. Entrenar solo me hace más fuerte, estoy seguro. Sé que si entreno al máximo.

D.G.: ¿Hay algo que te preocupe de lo que pueda pasar de ahora en adelante?

No pasa nada si ahora me saluda más gente. Lo que no quiero es ser un protagonista por una cosa como esta. No le veo sentido. Si algo soy es un privilegiado porque tengo una familia que me permite hacer todo lo que hago. Que tiene la paciencia de aguantar los sacrificios que hago.

P.G.: Navegas muy mal en aguas de protagonismo.

Entiendo que por el hecho de que aquí no lo ha hecho nadie o porque he terminado mejor o peor, se hable de mi. Todo se resume en experiencias personales impagables. El que ganó la prueba, Rachid El Morabity, vino un día a nuestra tienda a tomar un café e intercambiamos bromas, consejos y anécdotas. Sé que cuando vaya a la Ultra Trail de Montblanc esto no pasará. No compartiré un rato con Kilian Jornet. No habrá la misma convivencia. No compartiremos la misma taza. Hay momentos vividos en la haima que son tan impresionantes que había ratos en los que nos olvidábamos de que al día siguiente teníamos que correr 40 kilómetros. Y es lo que buscaba, si no lo hubiese encontrado me habría llevado una gran desilusión. De hecho no voy volver porque no quiero perder el encanto y la esencia que ha tenido este año.

D.G.: Eres consciente de todo lo que has sufrido durante la prueba. Vuelves a Menorca y en el Aeropuerto te esperan más de 50 personas a las tantas de la noche. ¿Eres consciente de lo que te quieren?

Creo que si. Te das cuenta en esos momentos. A la familia le dije que mis hijos no vinieran porque era muy tarde. Las sensaciones son muy difíciles de explicar. En el video se ve que no pude contener toda la emoción que sentí.

P.G.: Ahí no había ningún admirador exlusivamente deportivo...

Ahí estaban mis amigos. Puede que faltase alguno, pero estaba la gente que quiero. Y encima los padres y madres de los alumnos de la Escola de Música de Es Mercadal con los que compartí un curso de flauta y que no pude terminar porque me marché a la competición. Al final lo que queda y lo que importa es todo esto y hace que me sienta orgulloso.

D.G.: Que te haya pasado todo esto significa que en la vida tan mal no lo estarás haciendo.

Estoy contento por mi familia. Por verlos felices. Sé que han sufrido mucho y el año que viene será distinto. Me he auto impuesto un compromiso de pasar más tiempo con ellos. Se lo merecen. Hay otras cosas en la vida y hay que saber priorizar. El año que viene no dejaré de hacer deporte pero tampoco haré pruebas que me exijan tanto tiempo. Porque aunque te levantes a las 6 de la mañana para entrenar, ellos están pendientes de ti y sé que moralmente se lo debo. Se lo merecen. Yo un privilegiado.

D.G.: ¿Estás orgulloso de lo que has hecho?

… Sí... Estoy muy contento.

D.G.: Pues espero que te quede claro que todos los que te rodean también lo estamos.