MVP. Llull saluda tras un partido de la pasada final ACB, en que fue elegido MVP. | Archivo

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Una década prodigiosa. Sería la proclama que más y mejor sintetiza el trayecto de Sergio Llull Melià (Maó, 1987) en la Liga ACB, de cuyo estreno se cumple este viernes un decenio. Ocurrió un 8 de enero de 2006, en el vetusto pabellón La Casilla bilbaíno. Entonces en las filas del Manresa, club que un trienio atrás le incorporó a su factoría tras aquella célebre exhibición en la liga cadete insular de 2003, en que endosó 71 puntos y 19 asistencias al Jovent jugando para La Salle, Llull apareció siete minutos en pista, que no bastaron para evitar la derrota catalana ante el Bilbao (93-76), pero sí para redactar lo que sería el capítulo inicial de una carrera legendaria.

Un debut que arrojó paradojas, tanto como aquel año en sí para el mejor deportista menorquín de todos los tiempos. No en vano, la única canasta que registró su estadística en Bilbao y la primera suya en la liga, ni tan solo traspasó la red, si bien computó al ser evitada por un rival en tapón ilegal. En total, fueron once los partidos (ahora apila 337; tercer jugador en activo con más disputas) en que Llull intervino durante aquel curso 2005/06 tan contradictorio, que en pocos meses concentró su debut en ACB a descender tras caer el Manresa en la jornada final... en Menorca.

Llull no pisó el parquet del Pavelló en esa tarde de mayo de 2006 de imposible olvido en la Isla. Pero experimentó el flanco más duro del deporte, tanto como interrogantes se cernían en su devenir.

Abatido, el mahonés marchaba a vestuarios ignorando que apenas un año después el destino le depararía alzar la primera de las tres ligas ACB que relucen en su palmarés.

Firmado (o quizá rescatado) por el Real Madrid a petición de Joan Plaza, a la sazón técnico merengue, el 10 de mayo de 2007, 'El increíble Llull' mutó de jugador de escaso relieve en el proyecto LEB manresano a figurar en el roster del equipo más laureado de Europa. Y el resto es historia. La suya propia y también de la misma competición.

Su permanente estado de progresión, un grado de astucia e intensidad muy superior a la media, así como la invulnerable capacidad de liderazgo y adaptación a cualquier medio o situación que acredita (evocar, como botón de muestra al respecto, su todavía recordada defensa sobre Kevin Durant en la final olímpica 2012), convierten al base-escolta mahonés es uno de los más talentosos e insignes embajadores de nuestra liga y baloncesto. Y los diez años que quedan atrás, en su particular década prodigiosa.