Primeros compases del partido, con posesión para el equipo local

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Noche de muchas emociones la que se vivió el pasado viernes en el Pabellón Sergio Llull de la Salle Maó, donde se dieron cita alrededor de 250 personas para recordar la figura de Jordi García Orellana, fallecido repentinamente a principios del pasado mes de julio con tan sólo 50 años de edad.

Jordi destacaba por su labor como científico, doctorado en Física por la Universidad Autónoma de Barcelona, donde ejercía como máximo responsable de la Unidad de Física de Radiaciones y secretario del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental, siendo referente en la aplicación de radionucleidos artificiales, naturales e isótopos estables en procesos ambientales, tanto del medio terrestre como marino.

Sin duda, una institución educativa experta en la investigación, «tan amado por sus alumnos como por el resto de los que le conocieron», comenta Pepe Mir, uno de los organizadores del evento y amigo de Jordi.

«A mí, quizás lo que más me emocionaba de él era el trato con los comerciantes en el pequeño pueblo de montaña en el que vivía en la provincia de Barcelona y cuando volvía a Maó», comenta Pepe, quien, entre otros amigos cercanos del difunto, fue protagonista de los discursos que tuvieron a todos los asistentes encogidos antes de que el balón fuera lanzado al aire.

A partir de ese momento, toda la tensión, el dolor y la pena fue amainando y la velada se convirtió en un momento entrañable y de disfrute jugando a baloncesto, otra de las aficiones de Jordi, quien en edades más tempranas llegó a ser campeón de Balears en varias ocasiones con las categorías inferiores de La Salle y el Joan Ramis, y quien es recordado como «uno de los jugadores más destacados de aquellos equipos, si no el mejor», según Pepe.

«Seguramente de no haber dedicado su vida a la ciencia y la docencia universitaria, deportivamente hubiera tenido más recorrido», asegura.

El espíritu competitivo de Jordi se propagó por las paredes de la instalación lasaliana y contagió a los más de 40 jugadores que participaron en el encuentro; entre ellos, familiares, amigos y rivales.

Por el lado visitante y vestidos con la mítica indumentaria roja, algunos veteranos integrantes del CD Alcázar que compitieron contra Jordi quisieron ser parte del evento, dejando a un lado la histórica rivalidad entre ambos clubes y homenajeando al que «probablemente fue el jugador que más dolores de cabeza les causó en su etapa adolescente».

También hubo varios exjugadores del Jovent de Alaior, otro de los equipos que siempre ha rivalizado por la cúspide del baloncesto menorquín con los otros dos clubes mencionados. Y es que al final, «esto no va de baloncesto, va de amistad».

De hecho, también antes del inicio del partido, se hizo una entrega a la familia por parte de los integrantes del Alcázar de un balón y un ramo de flores y la de una camiseta de La Salle serigrafiada con su nombre y número, como muestra de respeto y admiración a la figura de Jordi.

Finalmente, el partido acabó con empate a 23 en el marcador, aunque en ‘petit comité’ se comenta que el resultado fue trucado con puntos añadidos al equipo local de forma aleatoria, trampa que el equipo visitante aceptó con resignación y deportividad.

Julia García Villarreal, hija menor de Jordi, fue la máxima anotadora del encuentro y nombrada extraoficialmente MVP del choque, el cual pretende convertirse en un memorial anual repetido en el tiempo, dado el éxito de esta primera quedada, y con novedades para las próximas ediciones, como será la invitación también a jugadores del Boscos de la época.

Éxito deportivo, de amistad y de sentimientos compartidos, síntoma de que Jordi fue y seguirá siendo parte importante de todos los que se pasaron a celebrar su vida la pasada noche junto a un esférico naranja; quienes llevarán desde este día tatuado en sus corazones el número ‘14’.

Eterno, Jordi García Orellana.