Del aula a la pista: la vida de Rafa Gómez entre canastas y partituras

En el segundo tramo del curso, el ala-pívot del Cb Es Castell ha compaginado su actividad como jugador semiprofesional con su experiencia como profesor de música

Las clases de Rafa están llenas de ritmo, dinamismo e intensidad, tal y como és el dentro de la cancha | Foto: Gemma Andreu

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La vida laboral del deportista es corta. Su trabajo tiene un periodo de vigencia relativamente corto al depender casi por completo —o totalmente— de su físico. Esto en el caso de los deportistas profesionales, porque en el de los semiprofesionales se acentúa aún más si cabe.

De hecho, la inmensa mayoría de ellos se ven obligados a compaginar su actividad deportiva con un empleo en cualquier otro ámbito. Tan solo unos pocos tienen la inmensa suerte de poder trabajar disfrutando de sus dos pasiones. Uno de estos ínfimos afortunados es Rafa Gómez Privat (Sant Boi de Llobregat, 1999), jugador de baloncesto y buque insignia del CB Es Castell de Tercera FEB.

Desde hace solo unos meses, en concreto desde el 13 de marzo, el joven ala-pívot catalán ejerce como profesor de música en el CEIP Mare de Déu de Gràcia de Maó, una pasión que heredó de su madre Anna, también profesora de música en su momento. «Mi madre era profesora de música y yo, de pequeño, siempre he vivido el quedarme en el cole con ella, ver cómo hacía las clases… Siempre dije ‘oye, me gusta mucho esta vida’», explica Rafa Gómez.

Superar las adversidades

Cuando Rafa tan solo tenía 16 años, un cáncer de mama golpeó a su madre Anna, quien se vio obligada a dejar momentáneamente las aulas para superar una enfermedad que, tras cinco años duros, le ha impedido reincorporarse a la docencia de manera definitiva por las secuelas que arrastra.

No obstante, Anna está reviviendo ahora sus años como maestra de música gracias a su hijo. «Preparo las clases con mi madre, que desde que empecé me dice ‘ostras, a través de lo que me cuentas y hablamos, estoy viviendo a través de ti el ser profesora de nuevo’», cuenta un emocionado Rafa, a quien su madre da muchos consejos. «Ahora estamos los dos planificando cosas y me dice ‘mira, he pensado esto que te puede ir bien’», apunta entre risas.

Rafa Gómez, antes de empezar un entrenamiento. | Foto: Gemma Andreu

«No sé si mi personalidad también tiene algo que ver, si de alguna manera mi forma de ser ya encaja con la profesión. Al final, a mí me gusta mucho estar con los niños y jugar con ellos», relata sobre cómo todos estos factores han acabado formando su propio camino hasta convertirse en maestro de música.

Por si fuera poco, su hermana pequeña, también llamada Anna, parece que está por emprender el mismo rumbo, ya que actualmente estudia magisterio con el claro objetivo de convertirse en profesora de música.

La profesión va por dentro

Si la pasión por la música la heredó de su madre, el amor por el baloncesto fue algo que le trasladaron a partes iguales tanto ella como su padre —también llamado Rafa, vaya—. «He tocado instrumentos durante toda la vida. Mis padres siempre han intentado que estudiase inglés, que hiciera música, que jugara a baloncesto… todo para contribuir a mi crecimiento personal», indica.

«Mi padre fue jugador profesional y mi madre también ha jugado. Tengo un primo, Quique Garrido, que ha jugado en LEB Oro con La Laguna de Tenerife, Palencia, Melilla, Alicante… Tiene un buen recuerdo de Matalí», detalla entre risas al adentrarse en el pasado deportivo de la familia.

Y es que su nivel baloncestístico es ya de sobra conocido, habiéndose convertido en una de las piezas claves del CB Es Castell desde su llegada procedente del Horta en verano de 2022. Ya siendo un niño, cogía la pelota y se marchaba a jugar cada día a la pequeña cancha que había en casa de sus abuelos.

No obstante, sus dotes como músico pasaban mucho más desapercibidas hasta para su círculo más cercano. «Cuando me dijo que iba a empezar como ‘profe’ de música, no me lo podía creer. Jamás me había dicho nada. Encima me comentaba entre risas que él era más de guitarrita», relata su barbero y buen amigo Ezequiel Contreras. «La música, en cambio, era un ‘a mayores’. Iba con profesores de guitarra, pero no era en el conservatorio, sino con un ‘profe’ amigo de mi madre. Era fácil, porque había una parte de lenguaje musical, sí, pero también otra, que es lo que me gusta a mí: de freestyle, de aprender acordes, tocar canciones… y eso me encantaba», afirma el ex del Horta.

Primeros pasos

Volviendo a su nueva vida como profesor, Rafa confiesa que le habría gustado haber comenzado antes. «No me hubiera metido a trabajar como tal desde el primer año que llegué a la Isla, pero alguna sustitución sí que hubiera hecho. Y es lo que estoy haciendo ahora, vaya», señala.

En su primera aparición en el aula frente a su alumnado causó un fuerte impacto que el jugador de Es Castell supo gestionar bien. «Entrar en una clase y tener 25 ojos abiertos como platos mirándote, con lo grande que soy, pues evidentemente impacta», confiesa. «Pero también es cierto que tengo una gran seguridad al haber pasado ya muchos años con niños», recuerda.

Y es que desde que fichara por el conjunto gualdinegro, Rafa se ha encargado de acompañar a un grupo de niños pequeños en sus primeros pasos en el mundo del baloncesto. En el club que preside Tomeu Vanrell ya tenían conocimiento de sus estudios de magisterio. De esta manera, consideraron adecuado que el ‘4’ de Es Castell fuese el encargado de arrancar el proyecto de psicobasket.

«Llevo tres años con el mismo grupo. En el club no había iniciación y le llamaron psicobasket, porque es que eran muy pequeñitos. Se creó ese año porque no había nada de nada. Tan solo preminis y minis, diría», desarrolla. «Empecé con niños de tres y cuatro años en el gimnasio de Es Castell. Ni siquiera estábamos en el pabellón porque eran tan pequeños que no podían», destaca.

Ahora ya con el equipo en edad de ‘escoleta’, además de su paso por la escuela de verano en el municipio, Rafa Gómez se sentía más que preparado para lidiar con un aula.

Ambiente distendido

En el trato directo con sus nuevos alumnos, el nuevo profesor de música notó desde el principio una gran diferencia respecto a su anterior experiencia en Catalunya.

«Las prácticas las hice en Barcelona y, quizás, sí que he notado una diferencia respecto a Menorca. Aquí, al ser una isla, el tipo de niños es diferente. En Barcelona tienes que estar muy encima, poner muchos límites, ser muy claro y estar constantemente marcando», apunta el catalán. «En la Isla es más fácil. No sé si es porque aquí nos conocemos todos o por el estilo de vida insular», se pregunta.

Es por ello que el nacido en Sant Boi considera que en Menorca «se disfruta más la profesión de maestro que en Barcelona». «Allí la padeces más que la disfrutas. En Menorca todo es más tranquilo, más disfrutar de todo. Y yo lo que siempre digo es que si tú disfrutas y te lo pasas bien, los niños se lo van a pasar bien y lo van a disfrutar. Ellos lo viven todo con mucha intensidad, así que si transmites pasión, ya tienes bastante hecho», asegura el joven docente, para quien ponerse delante de la pizarra cada día y enseñar cosas nuevas cada día supone un reto «emocionante».

«Realmente soy un espejo. Todos hemos sido niños y alumnos, lo hemos visto. Hay gente que le gusta dar Matemáticas porque tuvo un ‘profe’ que le marcó de forma positiva y hay gente que odiará las ‘mates’ porque tuvo un profe que fue todo lo contrario», comenta.

Clases amenas

El maestro en ciernes tiene claro que su alumnado debe disfrutar. «La gente considera que Música no es una materia troncal. Es decir, que no tiene la importancia de Catalán, Castellano, Matemáticas... Pero ya cuando me presenté a mis niños, yo les dije ‘no vengo aquí ni a que seáis compositores, ni a que seáis músicos’. Yo vengo aquí a que disfrutemos de la música, a que lo pasemos bien, a bailar, a cantar, a que haya expresión corporal, a que no haya vergüenzas y que todo el mundo sea libre de ser como es», exclama.

La programación de sus clases se basa en tres puntos fundamentales: cantar, bailar y tocar instrumentos. «Estas tres piezas son clave para que una clase de música funcione. No te sirve de nada tener a los niños sentados con un pentagrama haciendo claves de sol o poniendo las notas en el pentagrama. No sirve de nada», insiste. «Puedes hacer eso mismo dando un instrumento y haciendo una canción. Tienes que tener unas nociones básicas, sí, pero esto ya se puede trabajar mientras tú lo experimentas y lo vives. No se trata tanto de escribir, o al menos así entiendo yo la música», opina.

Así da a entender también que el baile no necesariamente debe quedar relegado única y exclusivamente a Educación Física, sino que a su vez puede tener cabida en la asignatura de Música. «En música tenemos la gran suerte de que hay miles de estilos, pero miles de verdad, y puedes trabajar con ellos. Me gusta incidir en la capacidad de coordinación con la música de los niños, en los diferentes pasos y que sean conocedores de su cuerpo. Al final, estamos en edades en las cuales se están desarrollando. Tienen que cantar las canciones, entonar... Por eso las clases las monto como a mí me gustaría que hicieran conmigo. Lo hago para que ellos lo disfruten», remata el gran jugador de baloncesto y también excelente docente musical.

Pero dicha propuesta no tendría sentido si no fuera bien recibida por su alumnado, que está encantado de tener a Rafa Gómez como maestro. «Han tenido muchas sustituciones, mucha gente ha caído y ha venido...», comenta sobre la actual situación educativa general que, en concreto, ha afectado al funcionamiento normal de las clases de Música en el Mare de Déu de Gràcia este último curso.

«No ha habido una continuidad. Con el resto de profesores ha ido muy bien, que entre ellos está Manel Crespo, padre de mi gran amigo Xavi. Todos me han ayudado mucho», reconoce acerca de sus colegas de trabajo.

«Y el feedback por parte de los niños es muy bueno. Mi idea era ir a clase y que los niños tuvieran ganas de hacer música, disfrutarla y pasarlo bien. Ese es el mensaje», sentencia un Rafa que desea repetir experiencia el próximo curso. «Hice el examen de catalán ahora en mayo y el 8 de julio me dan la nota. Si todo va bien, tan solo me faltaría presentarme al FOLC (Pla de Formació Lingüística i Cultural) y ya podría trabajar en Menorca. En listas y tranquilito». Y ojalá sea así.