Rafa Nadal. | BENOIT TESSIER

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Rafael Nadal se lanza este domingo (15:00/DMAX) a por una nueva hazaña en Roland Garros. Casper Ruud es su último obstáculo hacia la reconquista más tortuosa de París, donde quiere reclamar su decimocuarta corona con su maltrecho físico convertido en la principal amenaza para extender su reinado. Su jerarquía en la Philippe Chatrier es su arma más poderosa para sofocar el intento de rebelión de su mejor aprendiz y para inmortalizar su leyenda en el planeta tenis con su entorchado 22 en los Grand Slam.

La accidentada clasificación para el encuentro decisivo dejó una sensación extraña, pero aparcado el capítulo de la lesión de Alexander Zverev, la ilusión del balear por gobernar de nuevo sobre la arcilla parisina es máxima. Ha dejado claro que no le quedan muchas oportunidades de jugar finales en el Bosque de Bolonia, incluso ha especulado si podía ser su última vez en la capital gala. Todo por una cuestión de edad y también de físico. Su dolor crónico e incurable en el pie izquierdo le ha lastrado en toda la campaña de tierra y desde el respeto para su adversario es probablemente su gran enemigo.

Los argumentos de Casper Ruud son su golpe de derecha, el nivel de confianza que le confiere el mejor resultado y momento de su carrera y su condición de especialista en tierra, pero la superioridad de Nadal en deja poco margen para el debate. Sus trece Copas de los Mosqueteros y 111 victorias en 114 partidos en Roland Garros ponen de relieve la hegemonía que ejerce en el torneo, en la superficie y sobre todos sus rivales –sólo dos de sus 73 adversarios han logrado batirle en su templo-. El deporte de la raqueta, como todos, siempre deja un margen que escapa a la lógica, pero es que incluso en los imposibles es cuando el de Manacor también es capaz de ofrecer una respuesta. De ahí que su salud sea uno de los elementos que pueden ser diferenciales y el único aspecto en el que ha dejado síntomas de flaqueza.

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La experiencia juega un papel fundamental en un partido de las características de una final de Grand Slam. A estas alturas la jerarquía del mallorquín es incuestionable y un factor clave. A un lado de la red estarán las trece finales y otros tantos títulos en el segundo grande del curso y 30 en total en los major ante un debutante en estas lides. Ruud, por muy tranquilo que sea, se adentrará en la central ante 15.000 espectadores y con su ídolo de infancia al otro lado de la red. En esa gestión emocional y ambiental la balanza está de inclinada de forma descarada a favor del mallorquín, que nunca ha perdido un partido cuando ha estado en juego la Copa de los Mosqueteros y que este año, más que nunca, cuenta con una grada volcada.

El dominio de la situación se une al dominio de las dimensiones de la pista central. Nadal se maneja como nadie en el gran espacio que le procura una de las canchas más grandes del planeta tenis, incluso controla los particulares remolinos de viento que se forman. Otra cosa son las condiciones en las que se desarrolle la final. El choque ante Zverev estuvo marcado por la humedad que se generó al disputarse con la pista cubierta y la previsión para este domingo es muy similar, por lo que más probable es que la lluvia obligue a cerrar el techo de la Philippe Chatrier. Con sol y calor el bote vivo de la bola de Nadal es un arma temible, pero con un ambiente húmedo tendrá que tirar de recursos y adaptación para poner en aprietos a su rival, que, en cualquier caso, es un consumado especialista sobre tierra batida.

El mallorquín y el noruego no se han enfrentado nunca en el circuito ATP, pero se conocen muy bien tras acumular horas de entrenamiento en la instalaciones de la Rafa Nadal Academy. El jugador de Oslo situó su base en Manacor en 2018 para aprender del mejor y dio un impulso a su carrera para codearse con los mejores. Aprendió del mejor y lo está aplicando, sobre todo, en la arcilla, que es la superficie en la que ha basado su éxito. El alumno aventajado de la academia que provocará que en los dos banquillos se sienten preparador de la factoría de talentos de la capital de Llevant en las figuras de Carlos Moyà y Pedro Clar, que forma parte del staff del noruego. Un éxito deportivo y empresarial sea cual sea el resultado para el proyecto de presente y futuro del balear, que, en cualquier caso, le ocupará cuando cuelgue la raqueta y, aunque días atrás advirtiera que podría serlo, no parece que vaya a ser el último baile.

Convertido en el segundo jugador de más edad en alcanzar la final de París y recién cumplidos los 36 años, Nadal está ante su segunda oportunidad de levantar los dos primeros grandes del año, un reto mayúsculo teniendo en cuenta de donde venía. Ganó en Australia y a eso hay que sumarle los títulos de Melbourne y Acapulco antes de que una lesión en la costilla le impidiera competir en igualdad de condiciones en la final de Indian Wells. Vio condicionada su preparación de la temporada de tierra y encima el escafoides de su pie izquierdo comenzó a torturarle. Un golpe tanto físico como anímico que puso su objetivo aún más cuesta arriba tras el sorteo de Roland Garros, que le colocó en la parte más dura del cuadro por la que iban a avanzar los otros favoritos. Hoy ante Ruud encara a su cuarto rival del top ten en esta edición del Grand Slam francés. El noruego es el octavo jugador en retarle y el más joven de todos, dispuesto a triunfar a sus 23 años donde fracasaron Mariano Puerta (2005), Roger Federer (2006, 2007, 2008 y 2011), Robin Soderling (2010), Novak Djokovic (2012, 2014 y 2020), David Ferrer (2013), Stanislas Wawrinka (2017) y Dominic Thiem (2018 y 2019).