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Andaba parodiando las aventuras de Amélie Poulain en el París más viejo, en esas andaba yo, contoneándome con una alegría especial -que solo llama a la puerta de la psique por vacaciones- en las calles con más Cultura por metro cuadrado, cuando me topé con el señor Shakespeare.

En el portal de una antiquísima librería me di de bruces con la figura del ilustre inglés, y su rostro me pareció cansado de recibir a tanto mitómano y devora letras atraídos por la leyenda. A un lado del Sena, en la Rue de la Bûcherie, el propietario de "Shakespeare & Co" daba refugio a letraheridos de todo el mundo. George Whitman murió el pasado 14 de diciembre en su apartamento situado en la parte de arriba de la librería. Tenía 98 años, y pese a su edad, proseguía incansable con el legado de la estadounidense Sylvia Beach. Su misión: ofrecer el sustento del saber por doquier.

El lugar de peregrinación de célebres como Ernest Hemingway, James Joyce, Ezra Pound o Francis Scott Fitzgerald se hallaba entonces -cuando Sylvia Beach- en la Rue de l'Odeon. Se dice que fue precisamente Beach la primera de las editoras del "Ulises" de Joyce, con una tirada de tan solo 1.000 ejemplares.

Por aquello de la vidilla extra que da la France del mon amour, uno no puede desaprovechar la ocasión de entrar en la mítica postal viviente de las letras. "Shakespeare & Co" es un destartalado y a la vez auténtico inmueble con libros por todas partes. Estanterías colgadas hasta límites insospechados y volúmenes amontonados en el suelo. El sabor de la Ciudad de la Luz en estado puro.

La parte más inquietante de esta historia es la función de guarida para lectores y escritores. La planta superior cuenta con una sala con cómodos sofás para goce y disfrute de cualquiera de los clásicos de la colección personal de Whitman. Títulos que en su día estuvieron en manos de escritores como Jean Paul-Sartre o Graham Greene.

Pero la cosa no queda ahí, pues -de ser aceptado- uno puede pasar a engrosar la lista de voluntarios que -deseosos de tinta y papel- se comprometen a trabajar unas horas en la mítica librería a cambio de alojamiento. No cabe decir que multitud de estudiantes, sobre todo americanos afanosos de una realidad estética por encima de sincera que les permita revivir las andanzas de Hemingway, solicitan ingresar en el club de literatos. Y así, con suerte, seguir los pasos de la generación perdida.