Sor Ángela. Machi encarna a una monja copista y Mireia Aixalà hace de directora del Prado | Gemma Andreu

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Algunos de los espectadores que fuimos al Teatre Principal a ver la obra «La autora de las meninas» solo habíamos visto a Carmen Machi actuando en series de televisión como «Aída», cuyos capítulos se reponen en diferentes cadenas de televisión como si se tratara de un bucle eterno, o en películas comerciales tipo «Ocho apellidos vascos». Conocíamos su fama de buena actriz, pero no habíamos tenido ocasión de comprobarlo.

En un repleto coliseo mahonés, la actriz dio una lección de interpretación escénica y en su papel protagonista pasó por diferentes registros que fueron del drama a la sátira desatada. Machi encarnaba a Sor Ángela una monja copista contratada por el Museo del Prado para reproducir a escala el cuadro de Velazquez «Las Meninas».

La acción de la obra se sitúa en el año 2037, en un contexto de crisis económica, desaparición de la Unión Europea, y llegada al poder de un gobierno populista. El encargo a Sor Ángela tiene por objeto vender el original del cuadro del pintor sevillano a un rico país árabe, al objeto de poder financiar servicios básicos en España y paliar la grave recesión de la economía.

Este plan, sin embargo, no se presenta abiertamente a la monja copista que se va enterando de él a medida que avanza la comedia.

Reflexiones

El planteamiento de vender el patrimonio original y sustituirlo por copias es, sin duda, una hipótesis de gran calado y que lleva a reflexiones que el espectador normalmente no se plantea.

En cualquier caso la obra escrita por Ernesto Caballero, actual director del Centro Dramático Nacional, está plenamente al servicio de la interpretación de Carmen Machi, bien acompañada en la escena por Mireia Aixelà, en el papel de directora del Museo del Prado, y de Francisco Reyes que encarna a un atractivo y culto vigilante nocturno de la pinacoteca medrileña.

Al margen de las cuestiones sobre arte y copia y sobre el valor de las vanguardias, «La autora de las meninas» plantea también la cuestión de los cambios de personalidad suscitados por la fama. Aquí, Machi dio una cómica lección de histrionismo.