La poeta coreana, este viernes en la librería vaDellibres de Ciutadella. | Josep Bagur Gomila

TW
1

El ciclo vaDcultura, un espacio nacido para reflexionar sobre temas de actualidad a través de la literatura, contó este viernes con una invitada de renombre. La poeta coreana Don Mee Choi (Seúl, 1962) visitó la sede de la iniciativa cultural, la librería vaDllibres de Ciutadella, para presentar «Colonia DMZ», la obra con la que la artista, especializada también en el campo de la traducción, ganó en 2020 el prestigioso National Book Award de Poesía. La obra, editada en España por Raig Verd, es un documento que profundiza en la brutalidad de la Guerra de Corea y en el que la autora hace una crónica del regreso a su país.

¿Considera la poesía una forma de comprender la tragedia a través de la belleza?
—Sí, la poesía me permite tratar la violencia y la deshumanización de la posguerra de Corea de una forma diferente. Mi proyecto artístico es transmedia, lo que quiere decir que utilizo la fotografía, los dibujos, la crónica periodística o la ficción como diferentes formatos cruzados que, atravesados por la poesía, uso para explicar diferentes temas para conseguir un impacto adecuado según la ocasión.

¿La entiende como un acto de resistencia?
—Entiendo la poesía también como un acto de resistencia, por supuesto. La poesía y la apropiación del lenguaje, la forma en que traduzco, son un modo antineocolonial. Estados Unidos y Rusia se disputaron Corea en la Guerra Fría, resultado de una división que se produjo en la Segunda Guerra Mundial, igual que se hizo en Alemania. Como si Corea hubiese tomado parte cuando fue una de sus víctimas. En vez de dividir Japón, dividieron Corea y eso produjo unas consecuencias terribles. En Corea del sur, Estados Unidos impuso una dictadura tras otra y sigue controlando los recursos del país. Aún hoy en día, las bases militares que hay son suyas.

«Colonia DMZ» es, como decía, más que un libro de poesía. ¿Qué papel juegan las fotos, ilustraciones y entrevistas?
—Me permiten explicar momentos de la posguerra que no se pueden explicar solo con palabras. Por ejemplo, cuando me explicaron el programa de reeducación (encarcelamiento y torturas, para entendernos) de miles de hombres coreanos y la selección de 300 mujeres que debían reeducar porque no se debía hacer solo con hombres (y que fueron escogidas al azar) tuve que pintarlo. En un lienzo grande pinté 300 mujeres azules porque cuando salían del centro de internamiento se sorprendían y lloraban de ver sus cuerpos azules, resultado de los golpes que habían recibido día tras día. Las palabras no me parecían suficientes.

¿Qué papel ha jugado su trabajo como traductora en su carrera?
—Es esencial. La traducción me permitió, a través de poetas coreanas, alcanzar una nueva dimensión del lenguaje y apropiarme de la lengua de la colonización, el inglés, y modificarla para adquirir nuevos significados. Por ejemplo, en un trazo coreano que hice tomando notas de un preso de la DMZ, descubrí que se podía leer como las letras inglesas GH, que junto con un símbolo coreano que significa «hacia», resignifiqué como «hacia una humanidad global».

¿Cree en la traducción como un acto político también?
—Sin duda. Es importante entender la colonización cultural, tanto como la militar o la económica, y la importancia de reapropiarse de la lengua para entender la propia identidad.

¿Le ha cambiado de alguna manera haber ganado el National Award de Poesía?
—Me ha permitido dedicar más tiempo a la escritura y supongo que las traducciones del libro en catalán y castellano también son resultado del premio, así que me ha hecho muy feliz, sí.