La transformación, la herencia, la vacuidad, la impermanencia y el acto primigenio. Esos son algunos de los conceptos en los que profundiza la obra de Hiroshi Kitamura (Japón, 1955), que desde este miércoles protagoniza la exposición central de la Fundació Numa Espais de Cultura de Ciutadella, que este mes cumple un año de actividad. El artista se presenta por primera vez en Menorca con una colección conformada por 32 obras, divididas en dos colecciones, la escultórica y la de tintas. Piezas que invitan a adentrarse en el universo creativo de un autor instalado desde hace años en el Empordà.
Las obras que conforman la muestra, en la que también figura una instalación en la parte exterior, que seguirá tomando forma con el paso del tiempo, son una propuesta para el diálogo entre la naturaleza, la intervención del artista y la mirada del espectador. Un proceso en el que confiesa Kitamura siempre ha tendido a eliminar su ‘yo’ concreto en beneficio del resultado. De hecho, en la creación él se considera un simple «ayudante», apunta. Utilizando el conocimiento heredado por el ser humano, confronta, partiendo desde el vacío, los conceptos de naturaleza y artificialidad, explicaba este miércoles rodeado de su obras, adoptando una posición de «simbiosis para sacar provecho de la vida en común».

Kitamura se desprende de la imposición de autor: «Yo no quiero contar mi historia, quiero que la materia cuente la suya». Un camino creativo que divide en tres fases diferentes: en primer lugar deambula en busca de la materia prima, después realiza los bocetos y por último ensambla las piezas respetando su personalidad. «Hay muchas cosas que podríamos entender a través de la observación. Esta muestra se basa en escuchar y mirar con atención a la creación natural, para transformar los materiales artesanalmente, como si de un oficio se tratara», defiende.
Escuchar y mirar tal y como él mismo, junto a su compañera Marta López Raurell, hizo entre 2005 y 2010, periodo en el que recorrió las cuevas preshistóricas de la Península ibérica guiado más por la intuición que por el interés arqueológico. Quiso vivir en persona, relata, algo parecido a lo que los autores del arte rupestre sintieron en esas cavidades «con aquel ambiente, temperatura, silencio y humedad». Ello con la idea de intuir qué es lo que querían transmitir y averiguar los impulsos de creación. «Somos herederos de todo eso, es algo que no podemos olvidar», señala.
Kitamura viaja con diferentes herencias culturales en su mochila, entre ellas la de nacimiento y la actual de acogida. Sin embargo, la palabra fusión no existe en su diccionario. «Lo que pretendo es encontrar cosas comunes entre diferentes culturas. Intento acercar a un valor de convivencia, eso es lo fundamental», relata conectado de nuevo con el concepto de simbiosis en torno al que gira su obra, muy vinculada a la relación entre la vida y la muerte, como facetas de un mismo ciclo, y al arte como medio de transformación en busca de la belleza.
Nueva publicación
La exposición llega acompañada de una nueva publicación tras la editada el año pasado en torno a la muestra de Caspar Berger. En este caso lleva por título «Numa # 2. Hiroshi Kitamura».Se trata, según explicó la presidenta de la fundación, Marie Hélène Beharel, de un libro en el que han participado artistas, pensadores y la comunidad local para reflexionar acerca de las cuestiones que plantea el artista en su obra. Por otra parte, anunció que trabajan para organizar de cara al futuro más de una exposición por temporada.
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