Cristina ha podido visitar las ciudades de Harbin, Yichun, Chengde, Datong y Tianjing

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Hay imágenes que se quedan grabadas en la memoria y activan un interés que acaba conformando una vocación. Algo así le ocurrió a Cristina Font Haro cuando años atrás vio las informaciones televisivas sobre el abandono de niñas como ella, pero chinas, en orfanatos. Corrían los años 90 y el documental «Las habitaciones de la muerte» de TVE mostraba, como otros medios occidentales, los efectos del control de natalidad y la política del hijo único del Gobierno chino.

Ahora Cristina es una joven titulada, inquieta y extrovertida, que cursa otras dos licenciaturas y tiene un objetivo claro: dominar el chino, conocer esa cultura y especializarse en Asia Oriental para, en un futuro, cumplir su sueño, que es trabajar en la Organización de Naciones Unidas. Para ello desde hace cuatro meses reside en Pekín y espera continuar en el gigante asiático unos años más.

¿Ha sido muy fuerte el choque cultural?
– Realmente sí, ahora mismo estoy en proceso de licenciarme en Estudios de Asia Oriental por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) pero por más que estudias e intentas conocer una cultura a través de los libros, otra cosa es la realidad. China está cambiando y mucho, pero ahora mismo estoy contenta de estar aquí porque puedo ver su occidentalización y, a la vez, la China más tradicional.

¿Cómo llegó hasta Pekín?
– Gracias a una beca del Instituto Confucio, que es una institución del país como el 'Cervantes' en España, dedicada a enseñar y divulgar el chino. Empecé a estudiarlo en la UOC, pero para obtener el nivel que me permitía acceder a la beca ¡tuve que examinarme en Canarias! La verdad es que me lo tuve que currar mucho, pero lo deseaba tanto...

Y metió su ilusión y sus libros en una maleta, rumbo a una de las ciudades más pobladas del planeta...
– Pekín, Beijing en chino. Y la verdad, es que cuando partí parecía que todo estaba muy organizado, mis padres estaban tranquilos porque además conocen mi espíritu aventurero, pero nuestra llegada fue un poco caótica (ríe).

¿Qué sucedió?
– Bueno, es verdad que vivo en el campus, asisto a las clases y todo está controlado, pero cuando llegamos -porque íbamos estudiantes de todo el mundo-, nos hablaban solo en chino y la mayoría aún no teníamos tanto nivel y esperábamos alguna palabra en inglés. Y nuestras habitaciones son tan diferentes a lo que estábamos acostumbrados, el cuarto de baño no tiene taza como aquí, no tenemos televisión..., en fin, que la primera noche nos la pasamos llorando, sin teléfono ni poder hablar con la familia, y sin tener acceso tampoco a las redes sociales occidentales. Pero bueno, en día y medio ya se me había pasado y era una enamorada del país. Y eso que al principio lo pasaba mal en las clases solo para presentarme.

¿Dónde estudia?
– En la Beijing Foreign Studies University o Bei Wai, como también le llaman. Estudio chino pero también otras materias que me interesan como economía y 'management'.

¿Y qué ocurre con internet?
– Pues que no tenemos acceso a las redes sociales, están vetadas, y también los blogs. Solo podemos acceder a las chinas. Hay funcionarios que se dedican a eso, a controlar el acceso a webs y si detectan que lo intentas, lo bloquean. Tampoco puedo usar el buscador Google, solo el chino, Baidu. A ver, no es un país libre, pero hay tanta gente que creo que se puede hacer una revolución social a través de internet. Solo con colgar algo unos segundos, aunque lo borren, ya se extiende por la red.

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¿Nota esa falta de libertad en otros aspectos, en su vida cotidiana como estudiante?
– Los chinos no hablan mucho de esas cosas, de política. Mis compañeros de estudios chinos son muy jóvenes, no saben ni lo ocurrido con las protestas en la plaza de Tian'anmen. Y los profesores cuando les preguntas sí hablan algo, pero no profundizan, no se puede hablar mal del régimen.

¿Hay diferencias entre los jóvenes chinos y los occidentales?
– Los que yo conozco me resultan bastante inocentes, sobre todo si proceden de zonas de campo, algunos no han salido nunca a tomar una cerveza. También son muy tradicionales, y las mujeres por ejemplo no pueden participar en los rituales y ofrendas a los ancestros, a una compañera mía le sucedió cuando murió su abuelo.

¿El control demográfico se ha relajado?
– Hace años que han ido cambiando y en algunos casos permitían ya el segundo hijo, por ejemplo si el primero era niña. Aunque la política de hijo único no se aplicó en todas las etnias sino en la 'Han', que es la mayoritaria.

A pesar de todo ¿siempre le fascinó China?
– Sí, tenía que venir para formarme y conocerlos, es importante para mis estudios, si quiero ser consultora y analista de países orientales.

¿Se percibe la contradicción comunismo-capitalismo ?
– Sí pero no me extraña, la china siempre ha sido una cultura ecléctica, toman lo que quieren y hacen su propia cultura. Ahora están abriendo panaderías de estilo occidental, con dulces o sandwiches, y grandes cadenas como McDonald's, que adaptan sus menús a los gustos chinos. Es un consumidor muy joven, quiere probarlo todo, no hace tanto que le han abierto el mercado.

Un mundo de contrastes...
– Existen las dos Chinas, en el barrio de Sanlitun, en el que viven diplomáticos, todo es muy moderno y lujoso. En la zona de las universidades, Haidian, la gente hace la vida en la calle, hay puestos de comida con planchas donde cocinan brochetas frescas al momento. Comen más fuera, no hay tanta tradición de cocinar en casa como hacemos nosotros. En mi cuarto solo hay un pequeño fogón.

¿Es cierto que el 'Made in China' no gusta a los chinos con más recursos económicos?
– Es verdad, los chinos con más poder adquisitivo compran productos de gama alta que no están hechos en China. En mi opinión ellos abaratan tanto los costes que de momento no pueden elaborar productos de tanta calidad como, por ejemplo, los europeos. Así que los propios chinos son los que compran los productos occidentales, porque tienen un valor añadido.

¿No hay que temerles comercialmente?
– Si no puedes con tu enemigo únete a él. Es un mercado muy grande por explotar, se ha empezado ya pero queda mucho por hacer. Creo que se debe intentar convertir lo que parece un punto débil en una fortaleza.