Trajeado. No queda otra. Las normas de presencia y vestimenta son estrictas, explica el joven | G.M.

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Define Oxford como «uno de los núcleos intelectuales del planeta». Una coqueta ciudad al noroeste de Londres, visita obligada de quienes viajan a Inglaterra, y sede de la prestigiosa universidad que lleva su nombre. Allí, este joven mahonés, que primero se graduó en Barcelona en Ingeniería de la Edificación, ha estudiado una parte de la teología que trata de defender la fe cristiana de una manera racional e histórica: la apologética.

Oxford es una universidad de élite, cara y restringida, solo acepta a un 18 por ciento de sus solicitantes, ¿cómo logró estudiar allí?
— Sí, estudiar en Oxford cuesta diez veces más que en España y obviamente es algo que yo no me podía permitir, ¡es mucho dinero! Conseguí esta oportunidad a través de la Fundación RZ para el Diálogo entre Fe y Cultura, que forma parte de la organización RZIM con oficinas en varias ciudades del mundo, entre ellas Madrid. Obtuve una de sus becas y me pagaron la matrícula de la universidad y la del Oxford Centre for Christian Apologetics (OCCA).

«Ayudando al pensador a creer y al creyente a pensar», ese es el eslogan de RZIM. ¿A qué se dedica exactamente?
— A fomentar el diálogo entre la cultura y todo lo que la fe cristiana puede ofrecer. También intenta eliminar los mitos que dicen que el cristianismo no es relevante hoy día, o que hay algún tipo de conflicto entre fe y ciencia. La apologética es el arte de responder las preguntas que la gente tiene sobre la fe cristiana, y de poder demostrar la relevancia del cristianismo en muchas áreas de la sociedad: ciencia, política, ética y economía entre otras.

¿Quiénes han sido sus maestros?
— En este año he podido estudiar filosofía y ciencia bajo la enseñanza de algunos de los profesores más conocidos e inteligentes del mundo, como pueden ser Alister McGrath, John Lennox y Richard Swinburne.
(Cita el joven a tres grandes autores. Swinburne, filósofo de la religión cristiana, autor de «Espacio y Tiempo» o «El problema del mal»; Alister McGrath, biofísico y teólogo; y John Lennox, matemático y filósofo de la ciencia).

¿Sobre qué tipo de preguntas o dudas reflexionan?
— Pues por ejemplo por qué hay sufrimiento y qué pasa después de la muerte.

¿Solo desde el punto de vista cristiano?
— No, estudiamos filosofía y ciencia, la fe cristiana, pero también otras religiones como el islam o el budismo.

¿Cómo se siente habiendo pasado por Oxford University?
— Es un privilegio. Es muy interesante poder estar en uno de los núcleos intelectuales del planeta, donde miles y miles de estudiantes viajan aquí para poder estudiar y analizar cada ámbito de nuestras vidas y del mundo. Y a la vez poder encontrar gente que no tiene problema en afirmar que la fe cristiana es absolutamente relevante hoy en día. Y que tiene mucho qué ofrecer a la ciencia, la política, la cultura y a cada uno de nosotros en nuestra vida.

¿Como comenzó su aventura?
— Antes de viajar viví cuatro años en Barcelona, donde estudié ingeniería. Ahora llevo dos años en Inglaterra, el primero viví en Canterbury, allí conocí a mi prometida Hannah. Terminé en Oxford para estudiar el título en Apologética Cristiana y Teología, y ahora que he finalizado los estudios, trabajo a tiempo completo en una Iglesia Evangélica de Oxford.

¿Fue duro mudarse?
— Supone un esfuerzo, especialmente a un país con una lengua y cultura diferentes, pero si uno puede adaptarse minímamente, Inglaterra es un país que ofrece muchas oportunidades. Una oportunidad que puede enseñar habilidades que durarán de por vida y que serán útiles tanto si uno decide quedarse como irse.

¿Y usted qué tiene planeado?
— Ahora mismo mi objetivo e ilusión es casarme bien, empezar bien nuestra vida juntos, nos casamos este mes. Pensamos vivir aquí un año y luego regresar a España.

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¿Cómo es la ciudad para vivir, más allá del clásico recorrido turístico?
— Entre lo única que es Inglaterra, creo que Oxford se lleva la palma. Como famosa ciudad universitaria, sabe lo especial que es y vive a la altura. La excentricidad de la ciudad se ve por todas partes, desde los cientos de agujas que hay en sus tejados (es llamada 'la ciudad de las agujas' precisamente por los característicos tejados de los edificios universitarios) hasta las iglesias milenarias y las cárceles que cuentan historias de hace siglos. Pero si algo es especial es la universidad, es sin duda una de las mejores y más especiales del mundo y por eso tiene que hacerlo todo diferente.

¿Explique, de qué manera?
— El curso empieza con la ceremonia de matriculación, en la que todos los estudiantes deben vestir traje negro, zapatos y calcetines negros, camisa blanca y pajarita también blanca. En la ceremonia vamos al famoso teatro Sheldonian y, además de personajes con cetros y toda la reverencia, escuchamos el discurso en latín, que termina con nuestra aceptación en la universidad.
Además, los estudiantes deben vestir con traje y camisa y con una flor en el pecho en cada examen que hacen.

Mucha «Pompa y circunstancia»...
— La Universidad tiene más de ocho siglos de historia y, entre otras cosas, conserva decenas de históricas y ridículas leyes. Por ejemplo, los estudiantes tienen derecho a pedir una jarra de cerveza durante sus exámenes. Un estudiante pidió su jarra este año y se la tuvieron que dar, pero por listillo, le aplicaron otra norma, y le multaron por no llevar encima su espada.

¿Cómo es la vida fuera de estas rutinas académicas?
— Como toda Inglaterra, este es un lugar muy multicultural, como muchas otras ciudades, ya que la mayoría de los estudiantes se desplazan desde su lugar de origen y van a vivir y estudiar fuera. Los dos lugares en los que he estado, Canterbury y Oxford, son ciudades universitarias, y por tanto, acostumbradas a recibir gente nueva cada septiembre. Ofrecen oportunidades a todo el mundo. Esto está muy mezclado y, vivas donde vivas, vivirás con gente de todo el Reino Unido.

¿No se ha sentido extranjero?
— La verdad es que nunca he notado demasiada dificultad por eso, especialmente en Oxford, hay muchos españoles aquí. Sobre todo por ser estudiante, la gente parece aceptar muy fácilmente a los internacionales. Yo he compartido clases con gente de Uganda, Sudáfrica, India, China, Singapur, Nueva Zelanda, Puerto Rico, varios de Estados Unidos, Irlanda, Reino Unido, Holanda, Noruega y Rusia. Al final siempre es más divertido cuando estás con gente de otros lugares.

¿Se encuentra trabajo?
— Sí, sí que hay. Yo trabajé en verano en un Starbucks (la conocida cadena internacional de cafeterías) y la verdad es que fue una buena experiencia y el salario era bastante mejor que muchos sueldos en España. Claro que eso es porque aquí un alquiler también cuesta tres veces más; se paga bien pero todo es más caro.

Pero, ¿vale la pena intentarlo?
— Yo personalmente opino que sí, trabajar aquí uno o dos años y luego volver puede ser positivo, ya que es fácil ahorrar dinero y regresar con el inglés muy mejorado y ganas la siempre buena experiencia de haber vivido en un lugar diferente.

El paro entonces, no es una preocupación general de la gente que conoce...
— Las preocupaciones de la gente siempre son similares: la seguridad social, los subsidios si estás en paro, las ayudas a la discapacidad, la educación. Aunque puede haber una diferencia en la forma en la que la gente afronta y habla aquí de estas cosas... Me da a mí que los extremos en Inglaterra son menos extremos que en España, aunque eso no significa que la situación no sea complicada para muchas personas.

¿Cómo es el ambiente político?
— La política aquí es bastante menos dispersa, por decirlo de alguna manera, que en España. Existe una derecha y una izquierda a nivel político, pero que son mucho más cercanas que en nuestro país, sobre todo porque ambas tienden más hacia el centro.

¿Cuando siente añoranza, qué le falta?
— Aquí hay paisajes preciosos y a mí me gusta pasear y estar tiempo fuera de casa, eso es algo que me he traído de España y que no es tan común aquí. Echo de menos el sol, la familia, la comida, la playa, las fiestas... No me dí cuenta hasta que vine aquí pero echo bastante de menos el mar. Y también salir sin tener un plan concreto, simplemente para pasar tiempo juntos fuera de casa, es algo que añoro y que me costó entender y aceptar cuando llegué a Inglaterra.