Artista. La cultura es una de las piezas claves en la vida de Dahl, ahora más centrada en su faceta como profesora de baile | Gemma Andreu

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A punto de cumplir medio siglo, Janine tiene muy claro su plan de vida. Dice soñar con un día a día tranquilo, pero sabe que eso no es posible por su espíritu inquieto y su facilidad para embarcarse en nuevos proyectos. Puestos a pedir, su aspiración es tener salud y tiempo para poder viajar y dedicarse a su familia. Su alegría natural y capacidad de adaptación le permiten siempre sentirse en casa allá donde vive, y Menorca es uno de esos lugares desde hace mucho tiempo.

¿Recuerda el primer día que pisó la Isla?
—La verdad es que no. Aunque antes de instalarnos a vivir aquí ya habíamos venido tres o cuatro veces de vacaciones. Tengo algunos recuerdos de Es Caló Blanc y después de Cap d'en Font, que es donde tuvimos nuestra primera casa. Me vienen a la cabeza recuerdos de que era verano y de que mis padres estaban en proceso de separación.

¿Qué llevó a su familia a instalarse en Menorca?
—Fue una decisión de mi madre como consecuencia del divorcio. Pensó que para qué se iba a quedar a vivir en Alemania; ella, a pesar de haber nacido en ese país, siempre confesó que se sentía más latina que otra cosa. En ese momento no le interesaba la vida que había allí y se decantó por la luz de Menorca y la manera de vivir de aquí, algo que le agradezco profundamente por la parte que me toca, porque creo que yo ahora mismo en Alemania no pintaría gran cosa (risas).

¿Se siente más de aquí que de donde nació?
—Desde luego; alemana no me siento para nada. De hecho, nadie me lo recuerda tampoco. Tengo familia allí, pero no viajamos mucho. Nos hemos adaptado perfectamente a vivir aquí.

Su madre, Ute Dahl, una persona muy conocida en Menorca, abre una academia de danza y usted decide seguir sus pasos. ¿Qué significa para usted ese campo profesional?
—Yo, de entrada, no quería. Al principio hacía ballet, como todas las niñas, y la gente ya me decía que iba a ser bailarina, pero yo me negaba un poco a eso. Yo tenía en mente otras profesiones: veterinaria, profesora...

¿Y qué cambió todo?
—Pues que vengo de una familia con una gran tradición artística... Me llevaban mucho al teatro y fui a hacer muchos cursos fuera, algunos de ellos a Alemania e Inglaterra. Durante una época de mi formación estuve también en Estados Unidos. Volví a Menorca y me quedé unos cinco años, pero una vez aquí, a los 25, me dije a mí misma, «necesito bailar, necesito salir y necesito probarlo». La escuela la tengo, Menorca no se va a mover de aquí y siempre se está a tiempo de volver. Así que decidí arriesgarme y mi madre me dio todas las facilidades. Me dijo: «Vete, hazlo ahora o no lo hagas nunca».

Y a dónde puso rumbo...
—Elegí Barcelona como destino, de cabeza, en 1991. Fui a probar suerte y a ver qué pasaba. De hecho, ya había estado el verano anterior, y había habido alguna prueba de casting a la que me presenté y quedé finalista. Aquello me animó a seguir adelante. Una vez allí, comencé con las audiciones y a tomar y dar clases, porque mientras no trabajas en teatro también hay que ganarse la vida. Lo que ocurre es que en España solo existía la carrera de danza española, de contemporáneo, de clásico y punto. Y lo mío era el musical. De hecho, a la hora de resumir mi vida podría decir que es un musical. Es lo que más me gusta, y en aquella época había poca cosa. Éramos pocos los que entonces hacíamos claqué y jazz. Y tuve la suerte de que me cogieron para una producción de «Cabaret».

¿Cuánto duró esa etapa en Barcelona?
—20 años... de musical en musical. También tuve la suerte de trabajar en «West side story» y hacer televisión. Creo que en mi carrera he hecho todo lo que un bailarín puede aspirar a hacer. He trabajado en dos musicales fantásticos como los que he citado, pero también en producciones alternativas, que son las que creativamente y como artista te satisfacen mucho pero no te llenan el bolsillo; y también televisión, que es un medio que a mí no me gusta pero que en el que te pagan muy bien.

¿En qué momento decide regresar a Menorca?
—Cuando me acercaba a los 40 y tenía ganas de tener un hijo. Conocí a mi marido, Jordi, y estuvimos viviendo en la montaña cinco años, en la Vall Fosca (Lleida). Fue una escuela de vida importante y tuvimos a la niña. Fue entonces cuando mi madre dijo «creo que un año de estos me voy a jubilar. ¿Qué hago con la escuela?». Así que pensamos que tampoco estaría mal que la niña, que había vivido cuatro años como Heidi en la montaña, socializara un poco (risas). Menorca es un sitio ideal para los niños.

Pero su madre no se jubiló...
—Ahí sigue (risas). Yo trabajo con ella; se ha quitado muchas clases y responsabilidades. La idea de la jubilación no es quedarte en casa, sino delegar y vivir un poco más tranquilo.

¿Qué tiene Menorca que es un destino elegido por muchas profesoras de baile extranjeras? Carmen Estela, Aurora Gracient, Cristina Blanco... ¿Faltaban profesionales en ese campo?
—Creo que en la época que vino mi madre solo había habido una o dos bailarinas... Carol Camps, que ya murió, y una profesora holandesa. Claro, en los años 70 lo de la danza en España era bastante surrealista y en Menorca me imagino que mi madre debía ser como un bicho muy raro. Supongo que al tratarse de algo desconocido, tenía que traerlo alguien de fuera.

Y ahora hay mucha gente que baila. ¿Hay un buen nivel?
—Sí que lo hay. Pero nos pasa como en todos los ámbitos, que a los 17 años la gente se va de la Isla. Hay muchas ganas de trabajar en ese campo y, de hecho, tenemos la Asociación de Escuelas de Danza, en la que estamos todas. Estamos intentando trabajar todos juntos, algo que por otra parte no es fácil. Hay gente que todavía piensa que unirse es perder, pero en mi opinión siempre suma.

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Decía que viene de una familia de artistas... ¿Su hija seguirá con la saga?
—Parece ser que sí, pero también quiere ser veterinaria, profesora, traductora, criminóloga... Tiene 11 años. Es bastante artista, baila y le gusta mucho cantar. Entre papá y mamá, por motivos profesionales, hay música siempre de por medio.

En su caso, ¿cómo fue la adaptación cuando llegó con ocho años a la Isla?
—Recuerdo que mi madre me apuntó al colegio en Es Castell y había otros dos niños alemanes más con los que casi no me relacionaba porque veía que ellos tenían su rollo alemán, y yo en tres meses ya estaba totalmente integrada. De hecho, mi madre habló con el director pensando que tendría que repetir segundo de EGB, pero el profesor dijo que ni hablar. Luego me cambié a Cormar, que era donde estudiaban mis amigas. Enseguida me hice con todo el mundo y me olvidé de que era alemana, pero sigo hablando alemán perfectamente.

¿Viaja mucho a Alemania?
—Más bien poco. He intentado que mi hija hable alemán porque creo que es un regalo. Y lo habla bastante bien, aunque en casa nos cuesta a las dos bastante ponernos. Lo intentamos.

¿Cuál considera que es la gran ventaja de vivir en un sitio como Menorca?
—La tranquilidad. La tranquilidad de dejar la puerta abierta. Eso no se paga. Pienso que es algo que no se valora hasta que no has vivido fuera y no te han atracado o han entrado en tu casa a robar. Aquí los niños pueden ir sueltos por la calle... No te tienes que preocupar mucho. Es muy difícil que se suban al coche de un desconocido porque se conoce a casi todo el mundo. Primero tienes que encontrar a un desconocido en Menorca, que eso ya es un reto (risas).

¿Y el inconveniente?
—El mismo, la tranquilidad (risas). En serio... Profesionalmente pienso que hay poca gente; si haces un estudio de mercado, al final no montas nada...

Sin embargo, en su caso no faltan proyectos....
—Soy un culo inquieto; muy inquieto. Creo que en Menorca hay mucha gente que intenta impulsar la cultura, la gente tiene ganas y creo que en ese sentido la crisis ha favorecido que las personas empiecen a movilizarse y a pensar y no depender siempre de las subvenciones. El tema de las subvenciones mejor no tocarlo, porque yo creo que atonta. El único inconveniente que veo a Menorca es el tema del transporte. Cualquier cosa que traigas de fuera te cuesta un pastón. Aquí hay mucha gente que intenta impulsar la cultura y mucha actividad cultural... a veces demasiada y poco coordinada. Hay ganas de cultura. La cultura no ha de ser rentable, es cultura, pero también nos tiene que dar de comer a todos un poquito.

El todo gratis ya no vale...
—Efectivamente, la gente muchas veces no está concienciada con el tema de pagar. Cuando haces algo con taquilla invertida, que en otros sitios funciona, aquí no tanto. Igual tiene algo que ver con la cultura latina. Los gobiernos deberían apoyar también más y, por supuesto, no gravarla al 21 por ciento. Copiamos lo peor de los otros países, pero no lo mejor. El apoyo que tiene la cultura en otros países en España no se tiene. Estamos creando un país de idiotas; la educación está fatal, y supongo que es lo que se pretende; es peligroso que un país piense.

Trabaja en Musikbox, local de ensayos donde están surgiendo algunas de las bandas más jóvenes. ¿Se puede vivir de eso en la Isla?
—Muchos intentan vivir de eso, pero son conscientes de que en un sitio cerrado como Menorca es difícil. Hay gente que lo consigue trabajando en muchas formaciones, en dúos, tríos, cuartetos, bandas... Son profesionales, tienen unas agendas tremendas. Si los bolos realmente estuvieran bien pagados, podrían trabajar la mitad. Pero claro, si vas a un restaurante, tocas dos horas y cobras 50 euros... No hay ayuda, y ayuda no es solo subvencionar, ayuda es facilitar las cosas.

¿Cree que un festival de música rock o pop en verano en Menorca funcionaría?
—Arrasaría. Se han intentado hacer cosas, como el Binisound; hay pequeños intentos y gente que está pensando en hacerlo realmente.

¿Algún proyecto nuevo?
—Ahora me voy a tomar unas vacaciones para reorganizar todo. Este año toca el festival de fin de curso de la escuela, que es bianual. Para Musikbox también tenemos nuevas ideas y tenemos una pequeña compañía que está haciendo cosas por institutos, actualmente representando «La casa de Bernarda Alba»... Ideas no faltan...

¿Sigue bailando?
—Sí, a veces bailo, pero cada vez menos. Ahora me dedico más a dirigir. Hay que dar paso a la gente joven.

Está a punto de embarcarse en un viaje...
—Sí, a Nueva York. Y de ahí vendré con muchas más ideas. Ya tengo entradas para tres musicales, «Matilda», «Descubriendo Nunca Jamás»y «Kinky boots». Un buen regalo de Navidad.