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La palabra «compartir» ocupa un lugar preferente en el vocabulario de Selchuck Ilham, nombre abreviado con el que se le conoce en Menorca (sin la 'ç' del nombre original). Haciendo gala de su hospitalidad, nos invita a su casa para degustar el famoso café turco y, de paso, recordar como el destino le trajo hasta Menorca y acabó instalando su «taller artístico» en un céntrico lugar de Ciutadella.

¿Trabajar en un lugar como la Plaça de la Catedral le ofrece la posibilidad de estar muy en contacto con el pueblo?
— Sí. Es verdad. En ese sitio soy muy transparente. Allí tengo mi tallercito, que digo yo, al aire libre. No hay puertas, ventanas... No hay nada. Más transparente no se puede ser. Yo lo veo como algo sincero, honesto y digno por el hecho de estar a la vista. Por otra parte, cuando cojo el lápiz y el papel y lo plasmo en una obra, interiormente expreso y saco mis sentimientos en lo que allí hago. Mi trabajo implica compartir.

¿No supone una presión extra trabajar de esa forma tan transparente?
— Sí, pero el hecho de tener mucha gente pendiente de lo que hago me hace dar más; es como una escuela en la que puedes observar, aprender o compartir. Yo intento estar al máximo concentrado con mi modelo. Si el modelo y yo estamos equilibrados, sincronizados... todo funciona. Yo tengo que grabar en mi mente todos sus movimientos.

¿Se aprende mucho de las personas a la hora de hacer retratos?
— Psicológicamente, sí; analizas más. Lo que se ve más, me parece, es la conexión con el universo. Es como ser más consciente de lo que estás haciendo. Algunas veces llego a emocionarme y llorar. Cuando hay conexión visual, entramos en otro nivel. Es curioso, hay que vivirlo en un lugar como la Plaça de la Catedral, un espacio muy bonito, con una energía muy fuerte.

Como mucha gente que conozco, vino de vacaciones y se quedó... ¿Cierto?
— En cierto modo. Llegué un 14 de agosto de 1999. Yo no me lo planteé como unas vacaciones exactamente, sino como una salida para encontrarme mejor; pero por otra parte, había un componente de trabajo. Vine a buscar el equilibrio, a dejarme llevar después de una época emocional intensa, después de salir de una relación. Estando en Barcelona, un amigo me dijo, «Me voy a Menorca. ¿Te apuntas? Ya verás como allí te encontrarás mejor». Yo ya conocía España, había estado de vacaciones en 1996 en Girona, a donde me desplacé desde Alemania cuando estaba allí haciendo el doctorado en la universidad.

¿Qué le pareció la Isla?
— Recuerdo que me impactó la playa de Binigaus. Llegar a la Isla fue como un soplo de libertad, de verme a mí mismo mirando al pasado. Venía de una época de sufrimientos tras haber dejado Alemania. Fue un poco chocante. Nací en Ankara, pero me siento más de Estambul... Una ciudad de muchos millones de habitantes... Es una cultura muy rica... En el fondo quiero descubrir por qué estoy aquí, tiene que ver con el crecimiento personal. Busco de dónde vengo, a dónde voy, quién soy.

¿Cómo se ha adaptado a la vida en Menorca?
— Vivir aquí para mí implica una parte de soledad. Mi familia está a tres horas y media en avión. Tengo conocidos, amigos... Pero luego estoy yo, buscando un sentido, intentando seguir creciendo. Me parece que la Isla es un sitio adecuado para conocerte a ti mismo y crecer. Llevo ya quince años por aquí, y no he conocido a otro turco empadronado en la Isla (risas).

¿Está aquí a largo plazo? ¿Qué planes tiene?
— (…) Visc a Ciutadella, des de fa mes de 15 anys... A veces tengo la sensación de que para la gente parece como si solo viviera aquí en verano, cuando monto el puesto en la Plaça de la Catedral. Pero el resto de mi vida estoy aquí, existo. Yo creo que hay que mirar atrás e intentar ver un poco lo que pasa... Descubrir un poco más....

¿Quiere dar a entender que es difícil integrarse?
— No quiero generalizar... Cada uno debe mirarse a sí mismo. Y yo también me meto en el mismo saco. Todo es relativo. Yo soy transparente en la Plaça de la Catedral, pero no soy transparente todo el año, en el sentido más profesional del trabajo.

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¿Qué tal se gana la vida un retratista hoy en día?
— Yo me siento rico por las experiencias que he tenido. Prefiero ser más profesional, feliz y satisfecho conmigo mismo. Cuando era pequeño, no teníamos una buen nivel económico, yo buscaba papel en la calle y con lápices ya comenzaba a dibujar. Mi padre también dibujaba, y fue mi maestro. Mi primer retrato pagado se lo hice a un niño en la costa turca en 1992.

¿En Menorca el arte era su primera opción?
— En realidad también quise ser tatuador. Yo el arte ya lo llevaba en la sangre. Mientras estudiaba, los veranos trabajaba como dibujante para empresas de diseño textil en Estambul. Me ofrecieron beca para una escuela de moda, pero mi idea era viajar.

¿Probó suerte con el campo del medio ambiente?
— Entregué currículums cuando llegué, pero el nivel de catalán que exigían era un obstáculo. Ahora tengo el nivel A2. Se me resiste aún el idioma... (risas)

Turquía ha sido recientemente noticia por su acuerdo con la UE en relación a los refugiados. ¿Qué opinión le merece la posición de su país?
— Uff... Es un tema importante, porque somos seres humanos y debemos cuidar del mundo. Por un lado esta la información que se conoce a través de los periódicos y la televisión, luego está la conciencia y el sistema educativo. Es complejo. No hay que ser buitre cuando alguien está caído. Con el ser humano siempre hay envidia, ego, interés, dinero, petróleo... Antes confiaba más en la política y en la información, pero ya no. Cuando pones gasolina en el coche hay que preguntarse si hay sangre o no. Yo soy crítico con el gobierno de Turquía, aunque insisto, es complejo. Viajé a Estambul en febrero y viví una gran tensión, se respiraba el miedo.

Pese a ser un país democrático, la libertad de prensa en Turquía no vive precisamente un buen momento...
— Sí, es verdad que hay muchos periodistas en las cárceles; y muchos militares también. Como resumen diría que no hay que ser egoísta, y primero hay que mirarse a uno mismo. Necesitamos un mundo sin mentiras, sin manipulaciones, sin intereses... Es el mundo que vamos a dejar a nuestros niños.... Pero no es solo cuestión de sabiduría y tener información, en realidad lo más importante es la conciencia y la filosofía.

¿Cuál es su prioridad ahora en la vida?
— El crecimiento personal y amarme a mí mismo. Me interesa el mundo de la mística. El ego siempre domina, nos anclamos en el pasado, en el futuro... Hay que disfrutar más del momento.

¿Qué echa de menos de su país?
— Los platos de mi madre (risas)... Su amor, sobre todo. Intento ir un mes al año al menos.

¿Qué le gusta más del estilo de vida en Menorca?
— La tranquilidad del invierno. Aunque a veces echo de menos cosas de las ciudades grandes. Eso sí, me gusta mucho el mar. Soy mediterráneo.

¿Y lo qué menos le gusta de vivir aquí?
— Tal vez debería ser un lugar más abierto. Aunque he de reconocer que yo soy una persona que a veces me aíslo.

¿Ha encontrado su rincón en el mundo de cara al futuro?
— (…) Difícil de responder. Estoy centrado en el presente. Nací en Ankara, pero mes siento más de Estambul. Soy de origen turco, pero medio ciutadellenc. (risas).