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Dice Stephanie que una vez se puso a pensar en todos los sitios a los que había ido de vacaciones y comprobó con sorpresa que los destinos casi siempre eran islas. En Menorca aterrizó por primera vez de visita en 2003... Desde entonces repitió en varias ocasiones y hace siete años regresó para instalarse.

París, Barcelona y Ferreries... ¿Qué le trajo a un pueblo tan pequeño?
— Pues precisamente eso, que es pequeño. Mi pueblo en la Bretaña francesa también lo es, y lo dejé por una ciudad mucho más grande para continuar con mis estudios. París me gustó mucho, pero en el fondo soy de pueblo. De Menorca me gusta la proximidad con la gente, su tranquilidad, la naturaleza, el mar...

¿Fue una decisión difícil dejarlo todo para venir aquí?
— Para nada. Por aquel entonces comentaba con mi pareja, Ignasi, que siempre que veníamos nos encontrábamos tan bien que era como un pequeño sueño. Decíamos, «si pudiéramos vivir unos años de nuestra vida aquí sería genial», y así lo hicimos.

¿Fue un shock muy grande el cambiar de una gran urbe a un pequeño pueblo?
— Supongo que si tienes alma urbana debe ser muy duro, pero si te sabes adaptar y en el fondo eres como yo, no.

¿Tienen planes a largo plazo aquí o es simplemente una etapa más?
— Bueno, a medio largo plazo sí; ya que tememos proyectos profesionales, como el hotel Ses Sucreres, que ya ha cumplido seis años. Entre amigos hemos montado un pequeño grupo con otros negocios hoteleros.

¿Tenía experiencia en la gestión de esos espacios?
— No, aunque sí que nací en ese ámbito. En mi casa, mi abuela y bisabuela tenían un negocio familiar, un restaurante con hotel. No me gustaba esa vida para mi cuando era niña (risas)... Nunca me hubiera imaginado que acabaría llevando un negocio de este tipo. Aunque lo nuestro es algo mucho más pequeño de lo que tenía mi familia. Gracias a mi experiencia sé lo que quiero y lo que no, y procuro encontrar el equilibrio.

¿Venían ya con la idea de montar este negocio?
— Sí, ya lo teníamos pensado. De hecho ya habíamos comprado la casa, solo esperábamos el momento para empezar las obras, y cuando nos dieron el permiso dejamos Barcelona.

¿Es más difícil ser emprendedor en Francia o en España?
— Francia siempre ha tenido la fama de ser un país complicado en ese sentido. Aquí todo ha ido muy bien.

¿Su marido es menorquín?
— Medio menorquín, medio catalán. Su papá es de aquí, de Ferreries. Por eso veníamos de vacaciones.

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Las estadísticas confirman que el interés de los franceses por venir de vacaciones o instalarse en Menorca es cada día mayor. ¿Está la Isla de moda en su país?
— Yo puedo contar lo que me dicen. Esta semana, cuando se iba una pareja francesa, me comentaban que les impacta mucho la proximidad de la naturaleza. El hecho de ser una isla te procura, supongo, ese sentimiento de estar un poco más recogido y aislado de todo lo que está pasando por el mundo. Los visitantes disfrutan de unos días de paz, tranquilidad y desconexión. Les gusta mucho, la gente cuando se va está muy entusiasmada. Pero eso es también porque vienen en épocas como ésta, en mayo...

En el caso de los hoteles con encanto, ¿el turismo está más desestacionalizado?
— Sí, recibimos clientes durante todo el año. Su procedencia depende de cada época. Por ejemplo, ahora sí que tenemos más franceses, británicos, alemanes, belgas... Más adelante, con el verano todo es más nacional.

¿Es un modelo de alojamiento que cada vez funciona más?
— Cuando nosotros abrimos sí que era algo novedoso, aunque ya existían algunos hoteles de interior, que es la categoría que se utiliza en la administración. Sí que parece que van creciendo, se están abriendo muchos hoteles de este tipo ahora.

¿Qué suele recomendar a los clientes del hotel?
— Playas a las que ir, restaurantes en los que comer.... Creo que la mayoría busca lugares que les ofrezcan la posibilidad de estar un poco solos... alejarse de la multitud.

¿Qué opinión le merece el modelo turístico de Menorca?
— Creo que necesita evolucionar; lleva años siendo el mismo. Me da la sensación que se quiso aplicar modelos de fuera, como el mallorquín, por ejemplo, con hoteles grandes, un turismo exclusivo de sol y playa. Ahora lo que está lo respetamos, pero Menorca es mucho más que eso, y precisamente lo que se valora es que la Isla esté vacía... Siempre hablamos de las playas, pero el interior es otro de los tesoros más grandes que tiene. Esas manchas blancas de los llocs... La gente suele alucinar literalmente con el verde inmenso.

¿Qué es lo que menos le gusta de Menorca?
— La concentración estival. No sé cómo puede aguantar tanta gente. Una vez fui a un centro de jardinería a comprar flores y aluciné de todos los coches que pasaban... Me preguntaba dónde van a parar. No creo que sea sostenible, y además es muy peligroso. La gente sabe que le costará encontrar un lugar virgen en el Mediterráneo, está claro; pero está todo demasiado concentrado, y a mí me duele muchísimo. Lo que pasa es que no se cumple con la promesa que se hace inicialmente, vendemos una isla reserva de la biosfera, pero la gente se levanta temprano para ir a la playa y a las ocho de la mañana los parkings ya están llenos. Aparcamientos grandes para calas muy pequeñas... Es frustrante. Y si la gente vuelve a casa decepcionada, no hemos cumplido y hemos perdido algo. Por eso, a quienes visitan Menorca en primavera les digo que no vuelvan en verano porque se sentirán decepcionados.

¿Qué es lo que más le gusta de su vida aquí?
— El silencio... Y la tranquilidad, aunque es un tópico... Estoy muy contenta cuando nos vamos a Barcelona a pasar unos días o cuando hacemos el viaje de cada año de vacaciones con nuestra hija, pero también estoy contenta de saber que vuelvo aquí.

¿Y su hija cómo se ha adaptado a la vida aquí?
— Superbién, le encanta. Habla menorquín, por supuesto.

¿Y usted?
— Sí que lo hablo; ya había empezado a estudiarlo en Barcelona. Lo que sí me costaba mucho era entenderlo al principio por el acento. Integrarme en la vida menorquina me ha resultado fácil.

¿Echa algo de menos de su país?
— No... Al principio sí, algunas cositas, pero ni me acuerdo de cuáles eran. Mi madre se ha venido también aquí a vivir su jubilación y se ha adaptado muy bien.

¿Cómo vendería Menorca a sus compatriotas como destino?
— Es difícil no caer en los tópicos... Lo que espero es que no se vuelvan a repetir los mismos errores de siempre. Cuando hicieron públicos los proyectos de la carretera general, yo pensé, si dejan hacer esto, yo no tengo nada más que hacer aquí. Lo que me emociona de Menorca es su naturalidad...