Matías ha perdido casi hasta el acento de su tierra | Josep Bagur Gomila

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Había partido de su Argentina natal para trabajar la temporada de ski en Andorra, pero un viaje a la Isla para visitar a unos amigos hizo a la postre que él y su familia cambiaran la montaña por el mar. De eso hace ya 17 años, tanto tiempo que Matías ha perdido casi hasta el acento de su tierra.

¿Qué recuerdos tiene de su llegada a Menorca?
— ¡Mucho calor! Recuerdo que, según me contaron, hacía mucho tiempo que no llovía, estaba todo muy seco. Me pregunté, «¿pero dónde estoy?»; pero mira, con el paso del tiempo, aquí me quedé e hice mi vida hace ya más de 15 años. La llegada a la Isla me produjo una sensación de tranquilidad. Lo mejor es que abrías el periódico y había trabajo para todos. Eran otros tiempos, y los que no tenían papales como yo nos podíamos buscar la vida bien. Hoy día, la cosa ya ha cambiado.

¿Llegó sin los papeles en regla?
— Sí, pero luego una empresa para la que trabajé me los tramitó. Así, después de dos años ya pude quedarme como legal.

¿Cómo se ganaba la vida al principio?
— Trabajé en una empresa que fabricaba joyas y también estuve algún tiempo en el antiguo hotel Esmeralda, hasta que conocí a un amigo que me trajo al Bar Hogar del Pollo, y aquí llevo ya catorce años.

¿Cómo fue el proceso de adaptación a la sociedad menorquina?
— Al principio te mueves en círculos más cerrados, pero luego vas conociendo más gente del lugar. Y como en todos los sitios, hay de todo, pero me sentí a gusto y me adapté bien. Si no me hubieran tratado bien, nos hubiéramos ido a otro lado. Lo mejor que tenemos los inmigrantes que venimos de muy lejos es que si algo no nos gusta nos buscamos la vida en otro lado. En mi caso, me vine a buscar la vida aquí y me fue bien.

¿Considera que está perfectamente integrado?
— Sí, aunque sigo siendo el argentino de El Pollo (risas).

Hablando de argentinos, la comunidad de sus compatriotas en la Isla parece amplia. ¿Está en contacto con ella?
— Conozco a muchos argentinos, evidentemente, pero la verdad es que no estamos muy en contacto con ellos. A veces, cuando son de tu tierra, cuanto más lejos mejor. Es broma (risas).

Tienen sus compatriotas fama de ser gente muy emprendedora, de buscarse la vida...
— Y además hablamos hasta por los codos (risas). Eso nos hace adaptarnos mejor a la sociedad donde estás viviendo. Es algo bueno, especial en trabajos como el que yo tengo, de cara al público.

Decía que cuando llegó había trabajo de sobra, pero luego, cuando llegó la crisis, ¿se planteó alguna vez regresar a su país?
— Cuando llegó la crisis yo ya estaba en El Pollo, y Antonio, que era el antiguo dueño y el mejor jefe que nunca tuve, me dijo: «tú tranquilo, que conmigo no tendrás crisis». Cuando se jubiló nos dijo a mí y a otros dos compañeros lo siguiente: «es mejor que lo lleven ustedes que ya saben lo que hay». Y ahora hace ya tres años que tomamos las riendas del negocio.

No hay verano que un turista no me pida indicaciones para llegar al Hogar del Pollo. ¿Qué tiene el lugar que le hace triunfar tanto?
— Yo qué sé... Es una tasca familiar donde todo el mundo dice que se juntan los autóctonos con los turistas... Es una tasca normal en la que vendemos calidad; es un lugar algo diferente. La gente que viene, normalmente, vuelve. Lo bueno es que gracias a la gente de aquí también podemos trabajar en invierno, no solo vivimos del turismo, y eso me pone muy contento.

Cocina tradicional gallega como propuesta inicial, pero alguna vez se puede tomar hasta una empanadilla argentina. ¿Se han planteado ampliar la carta por esa senda?
— Eso lo hacemos en invierno, cuando tenemos algo más de tiempo. También me gusta probar algo con cosas como la vitello tonnato, que es una cocina un poco italiana que hacía mi madre. Hay que tener en cuenta que en Argentina hay mucho inmigrante italiano y español, y yo tengo de raíces de las dos partes. Acostumbrado a vivir en La Pampa, como muy poco pescado, somos más de carne. A chupar una cabeza de gamba es algo que aprendí aquí (risas). De siete días a la semana, en Argentina ocho comemos carne. Mi casa era el museo de la carne... (risas). Aquí hacemos cocina gallega, pero también un poco de todo.

¿Siempre le gustó el mundo de la cocina?
— Es algo que aprendí en Menorca, aquí me han enseñado mucho.

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¿Echa de menos un buen asado de tira?
— La verdad es que la carne de aquí no tiene nada que envidiar a la de Argentina.

¿Qué añora más de La Pampa?
— La familia... Pero la verdad es que no soy muy nostálgico, allá donde voy hago nuevos amigos. No soy de extrañar. Cada dos años intento visitar el país para que mis hijos recuerden de dónde venimos.

¿Sigue la actualidad política de Argentina? ¿Cómo andan las cosas?
— Ha dado un giro muy grande. Como aquí, cuando cambia de gobierno, los que llegan investigan al gobierno anterior. Ahora están investigando la gestión de Cristina Kirchner y están saliendo a la luz casos de gente que ha robado millones... La corrupción en Argentina está generalizada a gran escala. Allí muy pocas veces trabajé en blanco, siempre en negro. No pidas una factura allí.

¿Qué planes de futuro tiene?
— No nos planteamos volver. Porque cuando llegué aquí estuve mucho mejor que todos los años que viví en Argentina. Vine con mi mujer y los dos nos ayudamos mucho. No nos planteamos regresar porque aquí siempre tuvimos trabajo. Cuando salí de Argentina las cosas estaban complicadas, se acaba de ir el gobierno de Menem, que fue uno de los más corruptos que tuvo Argentina... Nacionalizó todas las empresas... Después vino un gobierno radical, cuatro o cinco presidentes en un mes y llegó el corralito... Yo al menos me salvé de eso.

¿Qué es lo que más le gusta de la vida en Menorca?
— Me gustan sus playas; la tranquilidad, que la tenemos que pagar, porque a la hora de salir... Los vuelos salen carísimos. Como soy un residente extracomunitario, hasta hace dos años no tenía el descuento por más que yo pagara mis impuestos. En Menorca he conseguido lo que no he logrado en otros sitios, la estabilidad social y económica. Tengo muchos conocidos, y si eso pasa es porque creo que no eres mal tipo.

¿Y lo peor?
— Como decía, la insularidad. Pero no le voy a buscar puntos negativos, todos los sitios los tienen.

¿Son tan malos los inviernos como dicen?
— Te acostumbras. Somos animales de costumbres. Me decía la gente mayor que antes era mucho peor, que soplaba mucho más la tramontana.

¿Cuál es su rincón favorito de la Isla?
— A mi mujer y a mí nos gusta mucho Binigaus.

Viene de un país en el que el fútbol es un casi una religión. ¿Es futbolero?
— No. He hecho mucho deporte y era futbolero en Argentina, pero luego me di cuenta de que es un negocio total. Nosotros ya, de por sí, somos un bar libre de fútbol. Si lees los periódicos te das cuenta de que ganan una burrada y luego no lo declaran aquí... Y luego al ciudadano de a pie le ponen una multa de mil euros por mucho menos.

También es famoso su país por la música rock...
— Eso sí que lo extraño muchísimo. En cada bar, cada tienda, cada lugar que entras en Argentina, siempre suena rock nacional. Me gustan grupos como Los redonditos de ricota, Las pelotas, Divididos, Charly García Soda stereo... Soy muy heavy metal también. Cuando puedo voy a ver conciertos por España con mi hijo... No hace mucho fui a ver AC/DC e Iron Maiden.

¿Y Sant Joan?
— (La entrevista se hizo antes de las fiestas) A tope. Claro, la gente de aquí lo vive más que un extranjero. Pero, por ejemplo, mi hijo Flavio lo vive mucho, y yo lo comparto. Es una gran fiesta popular que se ha masificado, pero mira, es lo que hay. Es como los sanfermines, hay mucha gente que lo quiere ver y vivir. Es una fiesta para todos.

¿Qué aspiraciones tiene?
— En las películas dicen que cumplen el sueño americano, en mi caso ya he conseguido mi sueño español (risas). El Pollo es un lugar que funciona, aunque trabajamos nuestras doce horas cada día; es un trabajo esclavo, pero ya sabes, el que quiera tinta que la sude. Paso más horas aquí que en mi casa, pero mi familia ya lo tiene asumido. Si queremos algo hay que trabajar y romperse el culo, como suelen decir.

¿Puede ser que esté perdiendo un poco el acento?
— Sí, pero cuando vuelvo allí lo cojo en cuatro días. Siempre queda el deje.