Optimismo. Una de las cualidades que mejor la definen. «Siempre ha y que ser positivo», dice | Gemma Andreu

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A veces los planes temporales acaban alargándose. Jennifer aterrizó en la Isla para dar un giro a su vida, lo hizo y encontró su lugar. Ya lleva nueve años por aquí y vive con una sonrisa casi permanente y un carácter optimista envidiable: «Siempre hay que buscar el lado positivo de las cosas».

¿Cómo fue la decisión de venir a vivir a Menorca?
— La verdad es que fue una decisión más impulsiva que meditada. Todo fue porque entonces estaba viviendo una época de mi vida en la que me sentía estancada. Por aquel entonces trabajaba en un despacho de abogados cobrando un sueldo muy bajo, unos cien dólares al mes, el salario mínimo, que apenas te alcanzaba para comer... No llegaba ni para ropa, ni ocio ni nada más.

¿Y desde entonces han cambiado las cosas en Nicaragua?
— El salario mínimo ha subido, pero igualmente también lo ha hecho el coste de la vida. Creo que no ha cambiado demasiado. En mi caso, hubo un momento en el que me sobrepasé en mis gastos y eso también influyo en mi decisión. No solo estaba estancada emocionalmente, sino también profesionalmente. Así que un buen día me dije a mí misma, «tengo que dar un giro a mi vida», y así es como tomé una decisión que acabó trayéndome aquí.

¿Por qué Menorca?
— Pues porque ya tenía un amigo viviendo aquí, en Ciutadella. Le pedí ayuda y él me la brindó.

Pertenece a una familia de emigrantes, la mayoría de los cuales se trasladaron a Estados Unidos. ¿Por qué no fue usted?
— El problema, cuando emigró toda mi familia a Estados Unidos, fue que todavía era pequeña, tenía seis años, y mi hermano tres. Por eso mi madre tuvo miedo de que fuéramos y se quedó con nosotros cuidándonos, ya que se había separado de mi padre. Visto el panorama, una vez que decidieron que no querían vivir la guerra de los 80, todos optaron por emigrar.

¿Lo hicieron de forma legal?
— No. Salieron solo con el pasaporte en la mano. Fueron en autobús de Managua a Guatemala, y de allí a México, donde cruzaron el Río Grande pagando a un coyote, fueron espaldas mojadas. Lo lograron con éxito y se establecieron en Nueva York.

¿Cómo les fue?
— Gracias a Dios, muy bien. Todos mis primos estudiaron y ahora tienen buenos trabajos. Uno de mis hermanos decidió mudarse a Miami.

Nicaragua vivió en la década de los 80 una época muy convulsa. Casi cuatro décadas después, ¿cómo está el panorama?
— Sigo muy de cerca lo que pasa en mi país. Actualmente, el presidente es el mismo de los 80, Daniel Ortega, lo que pasa es que ahora la política ha cambiado un poco, aunque creo que no se aleja mucho de una dictadura.

Pero estamos hablando de una república presidencialista...
— Sí, pero todo está muy controlado por el presidente. Que la vicepresidenta, elegida a dedo, vaya a ser su propia mujer lo dice todo. En noviembre habrá elecciones, y como no hay un partido político fuerte que le haga el contrapeso al Partido Sandinista, ganarán de nuevo.

Volvamos a la Isla. ¿Qué recuerdos tiene de su llegada?
— Pues fue un 1 de febrero, era Carnaval. Lo primero que sentí fue frío, llegué con la noche ya muy entrada. Pero al día siguiente, cuando fui de paseo me gustó mucho. Al primer sitio que me llevaron fue al mirador de Cala Galdana, y pensé: «Esto es el paraíso, yo de aquí no me muevo». No me arrepiento en absoluto de haber dado ese paso. Quiero a Nicaragua, porque es la tierra donde nací, pero ahora que conozco esto creo que solo regresaré de vacaciones.

¿Cómo fue el proceso de adaptación?
— Yo busqué la adaptación, la verdad. Creo que las cosas hay que buscarlas. Al día siguiente de llegar me fui a Caritas para que me ayudaran a buscar trabajo. Allí ya hice algunos amigos, y ese mismo día también fui a la parroquia de San Antonio Maria Claret, donde además aproveché para confirmarme. Así, asistí a las clases de preparación y eso también me ayudó a adaptarme y a conocer gente.

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Su carrera de abogado no es convalidable en España. ¿Cómo se las arregló en lo laboral?
— Conocí a una amiga, Edith, que me acogió y es como mi madre, como mi hermana. Ella me llevó a los sitios donde ella limpiaba, y fue quien me enseñó cómo hacerlo bien. Aprendí y no se me dio mal; mis primeros trabajos fueron limpiando. Después comencé a cuidar personas mayores... Pese a la crisis, nunca me ha faltado trabajo.

¿Y en qué plano queda su carrera de derecho?
— Estoy estudiando de nuevo la carrera a través de la universidad a distancia, pero como un reto personal. Tengo los pies muy en la tierra y sé que este es un sitio muy pequeño, y que si quiero dedicarme a mi profesión tendré que salir de la Isla, y eso es un paso que todavía no quiero dar. Pero seguramente algún día el cambio vendrá. También tenía planes de abrir un despacho de asesoramiento para extranjeros, y sigue adelante, pero será más bien como una obra social en mis ratos libres y en mi casa. Por suerte ya no es como antes, ahora la gente que viene de fuera está más informada.

¿Está en contacto con la comunidad latinoamericana de la Isla?
— Sí, pero en los últimos tiempos ha disminuido muchísimo. He dicho adiós a mucha gente. Las cosas han cambiado aquí y algunos prefieren regresar a sus países de origen.

Mucha gente viene con la idea clara de que es algo temporal. ¿Fue su caso?
— También...

¿Y qué le hizo cambiar de idea?
— La calidad de vida. Simplemente el hecho de tener tranquilidad me vale, eso siempre lo tuve claro. La tranquilidad de poder pasear por las calles y que nadie te va a tirar del bolso. En Nicaragua hay mucha delincuencia.... Como en casi toda Latinoamérica, y supuestamente mi país es uno de los más seguros de la zona. Aquí estoy feliz.

Valora mucho la calidad de vida, pero ¿qué otras cosas le gusta de vivir en Menorca?
— Pues el hecho de que a pesar de no trabajar en lo que yo estudié no me sabe nada mal hacer lo que estoy haciendo, porque lo hago de corazón. No me pesa nada levantarme cada día y hacer mi trabajo. Con lo que gano, que saco un salario bien, puedo ir donde quiera, comprarme las cosas que me gustan y disfrutar del ocio... Y, sobre todo, ser independiente.

Y eso le permite pequeños placeres como el de aprender a montar a caballo...
Sí, es una de mis grandes aficiones. Conocí una persona que le gusta mucho, tenía una gran pasión por los caballos y eso me despertó la curiosidad y decidí probarlo. Contraté a un profesor particular que me enseñó lo básico, y cuando aprendí un poco me inscribí en el Club Hípic, donde empecé con la doma menorquina. Pero al final regresé a las clases particulares, siento menos presión y me ayuda a disfrutar más y a relajarme.

¿Qué otras aficiones tiene?
— En mis ratos libres me gusta la decoración y las manualidades. Y sobre todo quedar con los amigos, eso que no falte nunca. Como se suele decir, son la familia que uno escoge.

Solo me habla de las cosas buenas de la Isla. ¿Algo que no le guste tanto?
— (Silencio) Creo que al ser uno extranjero no te dejan optar a algunos puestos de trabajo; considero que hay un poco de discriminación laboral. Creen que las personas que venimos de fuera solo podemos aspirar a los puestos menos cualificados. Pero nunca hay que desanimarse, hay que ser positivo porque siempre llega tu día.

¿Su rincón favorito de la Isla?
— Me gusta mucho el pueblo de Sant Lluís. Especialmente ir a desayunar a un viñedo de la zona.

A algunos parece que recorrer 50 kilómetros es todo un mundo...
— Yo me muevo sin pereza. No hay nada lejos. Estamos a 40 minutos en coche de Maó. Yo para ir al colegio pasaba una hora en el autobús.

¿Cómo definiría la experiencia que está viviendo hasta la fecha?
— Está siendo una experiencia única. Siempre doy gracias por haber venido aquí... (se emociona). Ha sido lo más bonito que me ha pasado en la vida. Desde que vine hasta hoy solo me han pasado cosas muy bonitas y he conocido gente espectacular. No me puedo quejar de nada. Aquí me siento valorada como persona.