Iván Renau, observando la calle de Es Forn desde su casa, teme que los episodios de excesos que lleva padeciendo vuelvan a producirse una vez acabe la reforma integral que se ejecuta en la vivienda. | Gemma Andreu

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Abandonó Catalunya en busca de un hogar tranquilo, seguro y ajeno a altercados callejeros. Pero sus anhelos se han convertido en un «calvario». El proyecto de su vida se ha visto truncado por el descontrol, los excesos y las situaciones extremas que se han sucedido en la casa vecina, pared con pared a la suya. Macrofiestas, tráfico de drogas, peleas a la puerta de su casa, incendios, plantaciones de marihuana, entradas y salidas de decenas de caras nuevas al día y reformas constantes que empezaron hace diez años y aún continúan.

Iván Renau reside en la calle de Es Forn de Maó, puerta con puerta con una casa que, según denuncia, lleva años arrendándose por habitaciones a personas «de dudosa reputación» y que mientras algunos no han respetado las mínimas normas de convivencia vecinal otros han impuesto el miedo.

Compró la vivienda en plena burbuja inmobiliaria. Arrastra una hipoteca por la que ha llegado a pagar 1.300 euros al mes para «malvivir». Asegura que «conscientemente me fui a vivir al barrio antiguo de Maó para estar más tranquilo... ironías de la vida». El ruido constante «pared con pared con mi casa» y los altercados a pie de calle le han arrebatado la tranquilidad.

«Yo también tengo derecho a dormir, descansar, trabajar tranquilo desde casa, poder escuchar la televisión o vivir en paz», lamenta. Es más, a los problemas de salud se le suman consecuencias económicas. Y es que está convencido de que durante estos años ha pagado el agua y la luz de sus vecinos. «Pagaba facturas de 400 euros, ahora, desde que los contadores están en regla, son de 75». Pero no puede demostrarlo.

Asegura que las realidades personales y los episodios que se vivían de puertas adentro de aquella vivienda no le importaban ni eran de su incumbencia, hasta que «empezaron a ir conmigo». Explica que cada inquilino ha ejecutado remiendos para adaptar el rincón de la casa a sus necesidades. «Trabajaban sin respetar horarios y empezando a las cinco de la mañana».

Uno de los grandes sobresaltos se produjo cuando uno de los inquilinos prendió fuego al edificio con un cigarro. Obligaron a desalojar su casa con el temor de «perder aquello que aún no había pagado». Otros vecinos organizaban macrofiestas diarias en el sótano con más de medio centenar de amigos, con lo que ello supone de música, alcohol y jaleo. Las llamadas a la Policía fueron constantes durante esa etapa. Y es que, tal como denuncia, las peleas y las discusiones se producían de forma reiterada. Si no fuera suficiente, un día se dio cuenta de que en el tejado había dos depósitos de agua «sobre las vigas quemadas y sin mantenimiento».

Renau pudo comprobar que servían para suministrar agua a una plantación de marihuana ubicada en el sótano de la vivienda. Otros inquilinos «lavaban muchísimas sábanas al día cuando ellos eran una familia de pocos miembros» lo que le llevó a intuir que tenían un negocio ilegal de lavandería «pagando yo el agua y la luz de sus máquinas».

Ahora, la propiedad está ejecutando una reforma integral del edificio. Y aunque Renau no padece los excesos de la gente, asegura que siguen sin respetar los horarios que marca la ley. Sin duda, hastiado por un cúmulo de vivencias.
Renau ha advertido en varias ocasiones a la Policía Local de este desastre que vive la calle. No obstante, le indican que asuntos vecinales deben solucionarse en los juzgados. La situación ha llegado a ser tan extrema que Renau medita si lleva la propiedad a los tribunales o si vende su casa en busca de la ansiada tranquilidad.