Confiesa la ucraniana que ver progresar a sus alumnos es toda una fuente de felicidad. | Gemma Andreu

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Ahora que echa la vista atrás, rebuscado en su memoria las sensaciones que tuvo cuando hace 20 años pisó la Isla por primera vez, recuerda Luba Klevtsova (Ucrania, 1957) con una amplia sonrisa que era el mes de junio, «dos días antes de Sant Joan y no entendía que pasaba con tanto movimiento de caballos». Aquello fue el comienzo de una visita temporal que, como suele suceder muchas veces, se fue alargando hasta convertirse en definitiva. Desde su despacho en la Escola de Música de Ciutadella, y acompañada de su marido, el también músico Orest Lemekh, hacemos un repaso a su aventura menorquina.

¿Qué fue lo que le trajo a este destino?
— Pues en realidad fue pura casualidad. La cuestión es que un buen día me propusieron un empleo para prestar servicios como experta en la elaboración de dulces italianos en Menorca. Así, por la tarde estaba en una pastelería de Ciutadella, pero a los tres días de llegar ya estaba trabajando también como pianista en espectáculos para los turistas. La verdad es que no tenía mucho experiencia en el mundo de la repostería, pero siempre me había gustado mucho cocinar (risas). Un día me escucharon tocar con la Capella Davídica, y al día siguiente me salió otro trabajo como profesora de piano.

¿Vino para quedarse o a vivir una experiencia temporal?
— En Ucrania trabajaba en la Escuela Superior de Cultura y Arte. No era mi intención cambiar de vida, pero sí que quería probar algo diferente, y cuando me propusieron el empleo me animé para conocer un lugar distinto y aprender el idioma. La idea inicial no era quedarme a vivir aquí. Luego, poco a poco, fue pasando el tiempo y se trasladó mi marido. Nuestra historia se remonta muy atrás en el tiempo, ya que nos conocemos desde que teníamos 11 años en la escuela de música. Ahora tememos mucho cariño a Menorca, y mis padres también viven con nosotros desde hace 14 años.

¿Y cómo se adaptaron ellos?
— Bien; mi madre también era profesora de piano, acaba de cumplir 90 años y todavía toca cada día una hora o dos. Papa era piloto militar, y acaba de cumplir 95 años. Una buena parte de nuestra alma ya está aquí. He de decir que Menorca es ya nuestra casa; nos sentimos como los menorquines, valoramos las mismas cosas, y nos molestan también las mismas cosas. Periódicamente regresamos a Ucrania, pero nuestra vida está aquí ahora.

¿Cómo fueron los comienzos?
— Siempre nos sentimos muy acogidos por los menorquines. Creo que en parte fue por nuestro carácter, pero también por el trabajo. En todo este tiempo he visto crecer y progresar a muchos de mis alumnos. Algunos empezaron con migo sin saber nada; yo aprendía de ellos el idioma, y ellos de mí música. Ahora me da mucha satisfacción ver el resultado de mi trabajo y esfuerzo como profesora de música. Alumnas que comenzaron a aprender conmigo cuando tenía cinco años ahora ya son profesoras, con estudios superiores y buenos trabajos. Entre mis alumnos suman más de 30 premios en concursos.

Tengo entendido que cuando llegó le sorprendió el interés que suscita la formación musical en Menorca a pesar de ser un territorio tan pequeño...
— Es muy sorprendente que con una población tan pequeña haya tanto interés por la música en general. Hay que tener en cuenta que hay siete escuelas municipales, algo que parece increíble, además de todas las privadas, y un conservatorio... Es impresionante. También me llama la atención la cantidad de gente mayor que se dedica al canto coral.

Algo que sí es habitual en su país de origen, en lo que se refiere a la formación musical.
— Orest Lemekh: Sí, pero en nuestro caso vivíamos en una ciudad con 700.000 habitantes, más cerca de un millón ahora. Nosotros estudiamos en la misma escuela, que era especial, en la que te formabas en las asignaturas habituales del colegio, pero también en música. Una clase de solfeo, y a la siguiente hora te tocaba historia.

Usted, Luba, estaba formada en piano, pero cuando llegó aquí también se dedicó mucho al órgano.
— Sí, yo en mi país ya trabajaba como profesora de piano en la Escuela Superior de Música y Arte. Para ex-soviéticos, rusos o ucranianos, la palabra conservatorio ya significa superior. A los 32 años, yo ya comencé a estudiar órgano por mi cuenta. Luego, como yo ya había pasado por el conservatorio y me convalidaron algunas de las asignaturas, también conseguí a la postre el título superior de órgano.

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¿Qué supone ese instrumento para usted?
—Estoy enamorada de él, y aquí he tenido muchas posibilidades de trabajar con él órgano, como en el Socors, que tienen uno precioso y muy antiguo, también he ofrecido muchos recitales en la Catedral.

Su faceta como docente es muy importante para usted, ¿pero qué supone la música como concertista?
— La música sin interpretación no vale nada. Puedes estar ante una partitura y leerla como si fueran las noticias, pero evidentemente el resultado es muy distinto. A mis alumnos yo siempre les explico que hay que poner pasión en lo que se hace. Ahora hay muchos avances técnicos, pero ofrecer un concierto de violín con el acompañamiento de piano grabado no es lo mismo, como tampoco lo es una danza con música grabada. La música en vivo es muy importante. La música no tiene nada material, pero te impacta; puede hacerte llorar, puede hacerte reír o simplemente hacerte feliz, pero también trasmitir miedo, inquietud...

Dejando a un lado su faceta profesional, háblenos de su país. Usted dejó Ucrania pocos años después de la disolución de la URSS. ¿Fue un factor determinante la situación política de su país a la hora de emprender una nueva vida?
— Lemekh: Para nosotros no. La realidad es que durante mucho tiempo no era posible salir con facilidad, hacía falta una invitación, pero la caída e la URSS sí que nos abrió la puerta para saber cómo era la vida fuera de nuestras fronteras. Vivíamos a 80 kilómetros de Polonia, y no sabíamos nada de ese país, pero sí lo que pasaba en Siberia.

Proceden de la ciudad de Lviv, en la zona oeste del país, considerada más pro-europea que la zona oriental, que mira más hacia Rusia. ¿Cómo se viven esas dos realidades en su país? ¿Cómo se sienten?
— Nosotros nos sentimos más ucranianos. Mezclar la música con política es casi imposible. Hace mucho tiempo que no vivimos allí, pero podemos valorar la situación porque tenemos muchos amigos todavía. Creo que es una lástima, porque el pueblo ucraniano en general no merecía una agresión de esa forma. Nos sentimos mucho más ucranianos. Es una guerra nunca tenía que haber sido.
Lemekh: Ucrania es un país muy grande, el conflicto está en una zona, pero influye a todo el país y hay miedo de que se extienda la situación. Hay gente de uno y otro bando que fallece cada día, esto no para.
Luba: Mi sueño es ir a cantar allí algún día con el coro y ayudar con el dinero que se recaude de los recitales. De Ucrania aquí se sabe muy poco.

Cuéntenos entonces, ¿cómo es Ucrania y los ucranianos?
— Lviv, nuestra ciudad, que en su bandera tiene un león (el nombre en castellano es Leópolis), antes era territorio austrohúngaro y es muy bonita, con una arquitectura muy diferente; es una ciudad con una gran cultura musical, con un gran teatro de ópera y ballet y muchas escuelas de música. Luego, Ucrania es un de los países más grandes de Europa en superficie. Es algo más del doble de España en extensión. Resulta difícil definir cómo es el carácter de su gente, porque sucede como aquí, no se puede comparar a un menorquín con un gallego, o a un andaluz con un vasco. En Ucrania también depende mucho de las regiones. Gracias a Dios, en el territorio donde vivíamos, y toco madera, no nos ha afectado la guerra. Estoy muy agradecida por ello, en Liv la guerra solo se ve por la televisión. La guerra es un absurdo absoluto.

¿Ven su futuro aquí a largo plazo?
— Ya estamos instalados. Se pude decir que en nuestra familia ya somos bien menorquines. La gente nos recibió muy bien y tenemos muchos amigos, no solo en Ciutadella, sino en el resto de pueblos también. Estoy muy contenta de cómo nos han ido las cosas aquí. Y no solo de los alumnos, que son mi felicidad, si no en general. Recuerdo en caso de una alumna mía, que es de Es Migjorn Gran, que está haciendo ahora el postgrado y cuando era pequeña no alcanzaba al taburete, y ahora es concertista. Son cosas que me llena de orgullo. Hay muchos alumnos que no han optado por hacer una carrera profesional, pero ninguno ha abandonado la música, algo que para mí es muy importante; no pueden ser todos músicos. La música marca el carácter y la vida de las personas... Está muy relacionada con la autodisciplina y la organización....

¿Qué sería de un mundo sin música?
— No me imagino un mundo sin música. Creo que habría más guerras sin ella. Cuando llegué aquí no era mi intención quedarme, era para pasar una temporada, pero la música es un lenguaje internacional... Al principio hablábamos de las notas musicales, que sus nombres son iguales, fueron nuestros primeros pasos para contactar. Nos sentimos bien integrados gracias a la música, porque hablamos en un idioma que los menorquines también hablan. Eso es un punto de unión. Cuando hacemos música juntos hay una compenetración increíble. La música puede ayudar muchísimo en la vida.

¿Hablan menorquín?
— Lo entendemos, pero no lo hablamos. Cantando es otra cosa, pero hablar me cuesta más.

¿Qué es lo que más le gusta de la vida aquí?
— Me gusta la seguridad. No sería muy original decir que me gusta la naturaleza de Menorca... La seguridad, me siento arropada e importante con la gente aquí. Cuando salgo de casa no puedo pasar una calle sin dar algún beso a alguien (risas). Y eso me gusta, porque sientes el cariño de la gente, me hace sentirme realizada...