Medina bromea en una librería. Como maestro en Milwaukee ha trabajado en dos colegios.

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No partió de Menorca tan solo en busca de una nueva experiencia laboral sino también movido por la aventura. Viajero e inquieto, en 2012 Antoni Medina ya residió medio año en Canadá y viajó por Estados Unidos para mejorar su inglés. Ahora pone punto y final a una estancia de casi año y medio en tierras americanas, donde este profesor de Ciutadella ha conocido desde dentro su sistema educativo. Lo ha hecho en el midwest, a orillas del lago Michigan y en la ciudad de Milwaukee, la más poblada del estado de Wisconsin.

¿Cómo surgió esta oportunidad?
— Pasé los últimos tres años en Menorca como tutor de Primaria en el colegio Àngel Ruiz i Pablo de Es Castell pero tenía ganas de cambiar y conocer, de tener otras experiencias. Viajé a Milwaukee dentro del programa de profesores visitantes entre Estados Unidos y España. El proceso para la selección es duro y largo, acaba con una serie de entrevistas en Madrid y, si pasas, tienes que escoger un estado entre los que ofrecen plazas.

¿Y por qué Wisconsin?
— Lo escogí por sorteo, estaba dudando mucho, lo que sí tenía claro es que quería ir a un estado del norte. Quería salir de Menorca, conocer otros lugares; he tenido la suerte de poder viajar bastante por Europa, el norte y el sur de América, y África, pero lo que quería era poder trabajar en otro país. Así que vine a Estados Unidos no porque me encante, sino porque el programa me ofrecía esa oportunidad.

¿Y qué encontró en Milwaukee?
— Una ciudad bañada por el lago Michigan, que es enorme. La ciudad más grande y poblada del estado de Wisconsin, aunque la capital es Madison. Dicen que es una de las ciudades más segregadas de Estados Unidos: en el norte viven los afroamericanos, en el sur los latinos, y en el centro y este los blancos y anglosajones, y se hace difícil que se relacionen.

¿Tan marcada es la diferencia?
— Sí. Si vas a un supermercado al sur, sabes que puedes incluso hablar castellano porque lo regentan personas de origen mexicano o puertorriqueño, mientras que si vas al norte sabes que te encontrarás gente de raza negra. Yo he vivido en la zona este, con bastantes supermercados, restaurantes y ocio.

¿Cómo vivió los disturbios raciales del pasado verano?
— Yo la verdad no he tenido ningún problema, siempre me he sentido seguro, pero sí creo que, en general, la policía tiene demasiado poder aquí, pueden resultar incluso violentos, pero siempre lo son con el mismo tipo de gente.
(En agosto pasado se produjeron en Milwaukee enfrentamientos con la policía e incidentes en las calles después de que un agente matara a un joven afroamericano que iba armado durante una persecución).

¿Esa diversidad cultural se notaba en su trabajo? ¿Cómo era el centro en el que enseñó?
— En realidad he estado en dos colegios, el primero situado en la zona sur, la latina, enseñando en bilingüe, inglés y español. La mayoría de los estudiantes provenían de países como México, Puerto Rico o Guatemala pero ya nacidos en Estados Unidos, por tanto su primera lengua era la inglesa y estudiaban español en clase. El segundo centro era de inmersión en español para alumnos que no conocían el idioma y querían aprenderlo.

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¿Cuáles son las diferencias más notables en la enseñanza?
— Hay mucha diferencia, aquí existe una fuerte competitividad entre los mismos colegios. Tienen ratings o calificaciones para que el colegio gane puntos, con baremos sobre cómo funciona el comedor (los alumnos desayunan y comen en el colegio), la disciplina, las actividades extraescolares, los resultados de los tests de los alumnos..., entonces cada centro recibe una subvención del estado para cada familia que decida llevar a su hijo a ese colegio. Es decir, las familias tienen mucho poder, a veces incluso amenazan con desplazar a su hijo si están en desacuerdo con algo.

¿Eso influye en los alumnos? ¿Son más o menos difíciles que los que tenía en Menorca?
— Yo he dado clase a un cuarto grado, niños de 10 años, y creo que en general son más difíciles, por ese hecho de que las familias tienen más poder y a las escuelas les interesa tener más alumnos para lograr más subvenciones. También pasan muchísimas horas en el colegio, que cobra una función social, premian la asistencia a clase, pero los chicos tienen más presión; desde los 4 y 5 años se realizan tests para mostrar el nivel de la escuela, para que se posicione en el rating.
Eso no me gusta mucho, este sistema educativo es muy rígido. Pero es que aquí se trabaja muchísimo en general, en el colegio y en otros ámbitos, se busca la excelencia. Yo, la verdad, es que valoro más ver cómo los estudiantes están a gusto, aprendiendo y creciendo como personas. Sin tener tanta presión.

¿Y qué destacaría en positivo?
— Algo que me gusta es que a los profesores se les evalúa. La directora o el director entra en clase, te observa, durante varias sesiones y te dice cómo lo estás haciendo, en qué puedes mejorar.., y eso te estimula. La figura del maestro está muy valorada pero eso supone también muchísimo trabajo, entrar a las 7.15 de la mañana y salir pasadas las cinco cada día.

Como balance, dentro y fuera de las aulas, ¿mereció la pena la aventura?
— Sí, el hecho de vivir aquí en general ha sido muy positivo, una muy buena experiencia que recomendaría a todo el mundo. He podido conocer mucha gente, la cultura del país y viajar a muchos sitios. He visitado Chicago unas cuantas veces, y también los estados de Minnesota, Ohio, Indiana, Louisiana, Texas, New Mexico, Arizona y Nevada. Pude hacer lo que aquí llaman un roadtrip, uno de esos viajes largos por carretera desde New Orleans a Las Vegas. Otra cosa que me gusta de Estados Unidos son los servicios, entras en cualquier sitio, una tienda o un bar, y hay muchas personas trabajando -el nivel de paro es bajo-, y te atienden muy bien.

¿No se ha sentido desplazado?
— No, me acogieron bastante bien en general, y por lo que sé de mis compañeros, a la mayoría de ellos también. Son gente muy hospitalaria, con voluntad para ayudarte, tal vez un poco más por parte de la gente latina que vive aquí. En realidad aunque la experiencia ha sido buena, no me quedaría a vivir aquí, me gusta más Latinoamérica, al menos los países que he podido conocer, Argentina, Perú y Cuba.

El estilo de vida americano no le ha enganchado.
— Tiene algunos aspectos negativos, está ese consumismo establecido.., la gente acumula cantidades de cosas inimaginables, por eso aquí el mercado de segunda mano funciona mucho. Hay estereotipos que tenemos que existen, en temas como las armas, la religión y la alimentación.

¿Añoraba la comida?
— No, echas de menos el contacto directo con la familia y los amigos, aunque con internet todo es más fácil. Y en cuanto a alimentarte, aquí se puede comer muy bien, hay de todo ¡hasta queso de Menorca! Pero es cierta la fama de la comida basura, aunque es más un problema económico y social, de familias con menos recursos. Se dan los dos extremos, la obesidad y la gente que se cuida muchísimo. Hay mucho sedentarismo y a la vez, locura por el deporte.

Ahora vuelve a hacer la maleta ¿rumbo a Menorca?
— Rumbo a Asturias, he obtenido una plaza allí. En Menorca se vive muy bien pero siempre estará ahí, no tengo pensado volver a corto o medio plazo. Creo que todas las experiencias te enriquecen como persona, ver otro sitios, hablar otro idioma, probar otra comida o conocer nueva gente.