Xisco , con el polo de las fundaciones que sustentan el proyecto y junto a una familia en el centro de Anantapur

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Durante ocho años trabajó como monitor en el Real Club de Tenis de Barcelona, donde se disputa el torneo Conde de Godó. Ni que decir tiene que los alumnos que ahora aprenden con Xisco Mercadal a manejar la raqueta y correr por la pista son muy diferentes. Este mahonés, profesor de Educación Física, comenzó como voluntario de la Fundación Vicente Ferrer y ahora es coordinador del centro de tenis que financia la Fundación Rafa Nadal en Anantapur, India.

¿Qué le movió a dejar un empleo cómodo y viajar al sur de India?
— Siempre he tenido muy dentro de mí una parte de justicia social, de intentar poner mi granito de arena para resolver las desigualdades de este mundo. En una época eso se reavivó en mí, había visto la película de Vicente Ferrer, contacté con la fundación, supe que buscaban entrenadores y envié mi curriculum. En el verano de 2014 pude ir a India como voluntario.

Y se quedó enganchado.
— Bueno, volví a Barcelona y seguí con mi trabajo, pero sí, me quedé con ganas de más, creía que podía seguir aportando. Además me apetecía vivir en otro país, nunca lo había hecho más allá de lo que puedes viajar y conocer en vacaciones. Mantuve el contacto con la fundación y les comenté mi interés en volver como coordinador, cosa que pude hacer un año después. Ahora he pasado de voluntario a cooperante, lo que significa que tengo un contrato.

¿Qué le aporta este trabajo?
— Me permite unir mis pasiones, el tenis -un deporte que practico desde que era pequeño en Menorca-, mi profesión de profesor, porque me gustan mucho los niños, y mi deseo de cooperar. Podía haber sido cualquier otro lugar pero cuadró la India. Y supongo que también hay algo de lo que yo llamo el egoísmo positivo: buscas una vivencia personal pero afecta en positivo a la sociedad en la que estás trabajando. Tuve la suerte de encontrar esta organización, creo en ella.

¿Cuál es su función en el centro?
— Dentro de la Fundación Vicente Ferrer hay un proyecto de deportes, bastante grande, y en él se incluye el de tenis, en el que yo trabajo. Es un proyecto basado en las extraescolares, porque les damos a los chavales clases de inglés, informática y tenis. Yo me encargo de dar clases de tenis y de la coordinación del centro: formar entrenadores, recibir voluntarios, gestionar presupuestos... Tenemos acuerdos con tres escuelas del gobierno y más de 200 niños (de 6 a 18 años) en el centro, la mayoría son niños empobrecidos aunque también hay alumnos de familias que viven mejor. Nosotros lo que queremos es que, a través de la educación y el deporte, se mezclen. Aparte de las clases les proporcionamos un programa nutritivo, cobertura sanitaria básica dos veces al año y uniformes, zapatillas... para que puedan realizar la actividad física en condiciones.

Cuando se dice desfavorecido, ¿de qué condiciones hablamos en India?
— Por ejemplo aquí hay familias de clase media-baja que pueden vivir en cinco o seis metros cuadrados, seis personas, todos juntos, con la cocina dentro y sin agua caliente. No es que haya gente que se muera de hambre pero viven con 50 u 80 euros al mes y tienen una dieta poco variada. Además, la fundación está en una zona rural de India, muy árida, y el entorno es duro.

¿A qué se refiere?
— El clima. Ahora estamos en invierno y la temperatura es de entre 25 y 30 grados de día y baja a unos 10 o 15 por la noche. En verano es horrible, los meses de marzo, abril y mayo se llega a 45, 48 o casi a 50 grados, es bastante duro. Con ese calor, es común ver gente durmiendo en la calle; en realidad es porque en sus casas hace más calor, no porque no tengan casa.

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Y ustedes, voluntarios y cooperantes, ¿cómo viven?
— Nos tienen bien cuidados. La fundación se conforma por campus, yo estoy en el de deporte, pero luego está el de las escuelas para niños con discapacidad, hay uno de hospitales, otro al que llamamos main office donde están las oficinas... Yo vivo a las afueras de Anantapur dentro del campus de mi trabajo. Todos vivimos dentro de lo que es la organización, que nos proporciona habitación con baño propio (con agua caliente) y comidas. Estamos bien, porque fuera la realidad es dura, eso sí, tenemos poco ocio y eso que somos bastantes españoles, unos 40 o 45, viviendo en comunidad.

¿Cómo son las instalaciones de su centro?
— Tenemos cinco pistas y tres aulas y están a tope, tenemos lista de espera. El 80 por ciento de los niños son de las escuelas públicas y de comunidades desfavorecidas; el resto son hijos de trabajadores de la fundación y de gente que conoce el proyecto y les apunta. Nuestra prioridad es atender a los que menos opciones tienen.

¿Cuál es la rutina diaria?
— Tengo turnos de clase de tenis de 6 a 8 de la mañana y de 16.30 a 20 horas. Para ellos es muy común levantarse temprano, creo que es algo cultural, incluso está mal visto levantarse más tarde de las 7. ¡A mi me costó al principio adaptarme! El resto de tiempo es para planificar y organizar actividades, como excursiones. Hay trabajo de oficina, cada mes la Fundación Rafa Nadal nos pide un reporte de lo que hacemos. También organizamos torneos amistosos, interclubs con otras ciudades o partidos dentro de la escuela.

¿Qué problemas presentan los chicos y chicas de este centro?
— El problema más grande es el económico, pero también está el educativo. Las chicas suponen una carga debido a la dote, a menudo las casan con 18 o 20 años y los hijos tienen preferencia en el acceso a los estudios superiores. También intentamos ser un complemento educativo, tanto con la informática como con el inglés, que aquí en las escuelas del gobierno es flojete, aunque por haber sido colonia británica lo hablen. Lo que queremos es que cuando salgan tengan más oportunidades.

De India nos llegan a menudo noticias de violencia contra niñas y mujeres, ¿es así?
— Existe pero creo que cuando llega a Europa se amplifica. Este es un país hiperpoblado, los casos que hay -y desde luego no lo estoy justificando-, en proporción creo que no son tantos. En mi opinión esta zona es más segura, aunque hay otras en India que no lo son tanto. De todos modos la mujer tiene trabajo doble, el de fuera y el doméstico, y cobra mucho menos. La mayoría de los matrimonios no son por amor, son concertados. En nuestro proyecto lo que intentamos es mezclar todo: sexo, religión, clase, y también empoderar a la mujer, que pueda tener independencia económica y no depender del marido y de la familia. También luchamos contra el matrimonio infantil. Pero también hay cosas buenas.

¿Cuáles serían?
— Una de las cosas que me encanta es el respeto hacia las personas mayores, también los profesores. Y la alegría con la que vienen los niños, es inevitable hacer comparaciones, ¿no? Y me incluyo, cuando era pequeño, que nos quejamos, o queremos más o lo que tiene el otro, o me aburro... Aquí, aunque sea un tópico, todo les va bien, con poco se conforman. Llegas a las 6 de la mañana, dormidísimo, y ellos, la ilusión con la que vienen, salen los 80 niños del autobús, pegando gritos y con ganas de hacer actividades... Es muy bonito la verdad.

¿Volverá a Menorca?
— De momento mi compromiso aquí es hasta mayo y mi intención es volver pero no lo tengo claro, aunque en un futuro sí quiero regresar.