Como gran amante del medio ambiente, el bosnio ha encontrado en Menorca un espacio perfecto para disfrutar de sus aficiones.

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Dos décadas en Menorca ha sido tiempo más que suficiente para que Relja conozca prácticamente el lugar como la palma de su mano, seguramente mejor que muchos lugareños. Siempre ha sido un hombre inquieto y aventurero, pero también amante de la tranquilidad, algo que ha encontrado en la Isla, donde también disfruta día a día de las que son dos de sus pasiones, la naturaleza y los animales. Tras recorrer el mundo entero por cuestiones de trabajo, nunca pensó que acabaría en un lugar como éste, que el final se ha convertido en su casa.

¿Cómo le trajo el destino por Menorca?
— La guerra tuvo la culpa, el conflicto de los Balcanes. En el año 91 me embarqué como cocinero de un buque de mercancías intercontinetal con el que prácticamente recorrí todo el mundo. A los diez meses, regresé a Sarajevo coincidiendo con el inicio del conflicto. Entonces me pregunté qué hacer, y como tenía algo de dinero ahorrado decidí salir del país en aviones del ejército yugoeslavo a Montenegro, mientras que mi mujer y los niños fueron a Belgrado. Un tiempo más tarde, pude salir hasta Alemania. Era agosto del 92 y llegué como refugiado; allí comencé a trabajar en una empresa, en una cadena de montaje durante casi dos años. Fue entonces cuando mi hermana, que también estaba en Alemania, gracias a un programa para refugiados llegó a España, concretamente a Menorca en diciembre del 92.

¿Fue ella quien le guió el camino, entonces?
— Sí, yo llegué dos años después que ella. Barajé varias posibilidades. Pensé en ir a Estados Unidos o Canadá, donde tenía familia, pero mi hermana me dijo que esto era muy bonito, un paraíso. Así que me decanté por España, aunque ya como extranjero, no como refugiado. Y desde entonces aquí estoy. Mi hermana me ayudó mucho al principio.

Entiendo, que después de pasar 23 años aquí, el lugar le gustó.
— Me pareció un sitio muy bonito, es la verdad. Siempre lo digo, no cambio Menorca por nada en el mundo, ni por Barcelona ni Madrid, ni aunque me dieran un piso gratis allí. Es verdad que los inviernos a veces son un poco demasiado tranquilos, pero vivir en otro lugar actualmente no entre en mis planes. Y eso que conozco mucho mundo; gracias a trabajar en un barco visité todos los continentes. Algunas temporadas, en invierno, por cuestiones laborales, he ido a trabajar a la Península a estaciones de esquí, pero ya no lo puedo compaginar.

Sin saber mucho el idioma, ¿fueron duros los comienzos?
— Tuve la suerte de empezar a trabajar muy rápido. Al tercer día de llegar, gracias a un amigo, comencé de cocinero en el Hotel Audax. No sabía la lengua, pero como en la profesión de cocinero no se habla mucho, no fue tan complicado. Luego todo fue mejorando con el idioma y resultó más fácil. Después de trabajar algunos años como cocinero, me enteré de que el conserje de noche del hotel Lord Nelson dijo que no quería seguir porque la temporada siguiente empezarían a trabajar con ordenadores, y yo me ofrecí para ese puesto, ya que tenía algo de experiencia porque en Yugoslavia había trabajado también como contable, además de cocinero.

Un hombre muy polifacético.
— No sé, pero sí le puedo decir que desde pequeño he sido muy inquieto. Eso fue lo que en su día me llevó a embarcarme, algo no muy habitual para los habitantes de Sarajevo, es más normal para los de la zona del Adriático o la costa de Croacia. Me informé, mandé currículums y me llamaron de Montenegro. Aquello fue en 1991, y todavía a veces me pregunto cómo tomé aquella decisión. Fue una experiencia muy bonita, y además no se ganaban malos sueldos. Entré como segundo cocinero, pero luego me quedé solo durante dos meses y pude con ello perfectamente.

¿Nunca se planteó permanecer en su país?
— No, y ahora tampoco me planteo volver a Sarajevo. Yo soy de Yugoslavia, y no estoy hablando del comunismo como sistema. Me refiero a como se vivía, todo el mundo tenía trabajo, pisos; se vivía bien, el que quería coches caros se iba a Alemania a trabajar. Yo no era miembro del partido comunista, y antes del conflicto allí se vivía bien. Ahora, y desde el primer día, estoy muy bien aquí, en Menorca, y no quiero cambiar nada. Fue una suerte el llegar aquí.

Pero ha regresado en ocasiones a su tierra natal.
— Sí, cuando acabó el conflicto tuve que volver porque tenía allí mi piso. Cuando nos fuimos, otras personas ocuparon las viviendas vacías, con el beneplácito del Ayuntamiento y la ley. Yo tuve suerte con la gente que ocupó la casa, porque arreglamos las cosas y todavía somos amigos. Luego vendí el piso. Aquello no tiene nada que ver con lo que era Yugoslavia, y eso me afecta.

¿Vuelve a menudo?
— A final de este mes regresaré, pero el ambiente no es el de antes. Cuando volví por primera vez después de la guerra fue en el año 2000, un viaje que hice en coche desde aquí. Cuando vi cómo había quedado el país di gracias a Dios por no haberme quedado. Mi padre sí que se permaneció al principio, él no quería salir, no pensaba lo que podía acabar pasando. Al final, vino en 1994 a Menorca, salió con los Cascos Azules, y se quedó hasta 2002, cuando falleció.

¿Perdió mucha gente en la guerra?
— Lo que ocurrió es que prácticamente la mitad de la población salió de Sarajevo. Ahora veo a través de Facebook a muchos compañeros de trabajo y amigos repartidos por muchos países del mundo.

Fue un conflicto muy complicado. ¿Cuál fue el verdadero origen?
— Hace unos años, un ex general del Ejército español, que había estado en Herzegovina, visitó Maó para dar una conferencia, y vino a decir que la guerra estuvo provocada por Alemania y el Vaticano. Aunque yo, en el fondo, siempre he pensado que detrás de todo estaba Estados Unidos. Pero fue una guerra civil de religiones, no como en España.

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¿Cómo se vive ahora en los países de la ex-Yugoslavia?
— No se vive igual. Ahora muchos croatas se quieren ir a Alemania, y sin embargo vienen empresarios de Polonia a montar empresas. Yo creo todo el mundo tiene nostalgia, pero nadie quiere reconocerlo. Mi madre es católica, mi padre serbio, y yo siempre dicho que soy yugoslavo. No me importa ni el color ni la religión, solo hay dos tipos de personas, buenas y malas.

¿Y cómo ve la marcha del mundo ahora?
— Intento estar informado de todo lo que pasa. Creo que antes de que llegara Donald Trump había un mayor posibilidad de conflicto entre Estados Unidos y Rusia. Que se lleve bien con Putin me da tranquilidad en ese sentido. Creo que con Hillary Clinton todo resultaría mucho más peligroso.

Dice que Trump ofrece de alguna manera una mayor seguridad en el mundo, pero a usted, como persona que tuvo que abandonar su país forzado por la situación, ¿qué le parece que se intenten levantar un muro en la frontera con México?
— No estoy a favor de eso, pero a mí lo que más me importa es que Estados Unidos deje al mundo en paz.

Volvamos a la Isla. ¿Qué es lo que más le gusta de vivir en Menorca?
— La tranquilidad, el paisaje, la naturaleza, el mar. Me gusta mucho ir a la playa de Santo Tomás a bañarme porque el agua es tan fuerte, con tanta sal y tan limpia... Me gusta mucho descubrir nuevos rincones. Hay menorquines que han nacido aquí pero no saben dónde están muchos sitios. Yo, en invierno, con mi mujer hago todas las excursiones que puedo.

Me comentan que conoce el Camí de Cavalls como la palma de su mano. ¿Cierto?
— Conocemos Menorca entre el 85 y el 90 por ciento de sus rincones. El Camí de Cavalls es un lugar que me gusta mucho.

¿Con qué parte del litoral se queda?
— El norte. El sur está un poco más urbanizado.

¿Qué le parece el modelo turístico de Menorca?
— Viene mucha gente a caminar en verano, pero no es la mejor época. Lo que sí hago con los clientes del hotel en el que trabajo es marcarles en el mapa todo lo que tienen que ver para que no se pierdan nada. Lo que me parece que es muy interesante para los turistas son las fiestas populares. Yo soy una persona de caballos, monto desde hace 40 años.

¿Se considera un poco menorquín ya?
— Sí, un menorquín con acento (risas). Puedo decir que yo no tengo país, mi país era Yugoslavia.

Como cocinero que es, ¿qué le parece la gastronomía local?
— Sí que me gusta, la paella y la tortilla sobre todo.

¿Cómo resumiría su experiencia menorquina?
— No tengo ningún comentario negativo. Todo ha salido bien. Me ha faltado un poco de trabajo en invierno, y por eso a veces he tenido que moverme a la Península para trabajar en estaciones de esquí, pero volvía, cuando llegaba abril siempre tenía ganas de volver a Menorca. Ahora ya no me muevo.

¿Algo que no le guste de Menorca?
— Creo que faltan médicos. Tener que esperar dos meses para que te vea un especialista no es normal para mí.