Rando es un apasionado de los coches y desde hace poco presidente del Menorca Motorsport Club. | Gemma Andreu

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La ficha de Guillermo Rando

- Originario de Montevideo, Uruguay

- Nació el 12 de septiembre de 1978.

- Actualmente vive en Es Castell, aunque al llegar a la Isla se instaló en Sant Lluís.

- Llegó a Menorca el 28 de octubre del 2006.

- Ocupación actual: técnico instalador de estufas.

- Profesión: en Uruguay era policía.

- Su lugar favorito de la Isla es: Sol del Este y también le gusta mucho Ciutadella.

Las perspectivas de futuro no eran demasiado buenas en Uruguay y un buen día Guillermo dijo «basta». La tierra a la que durante décadas se habían referido como «la Suiza de América» hacía tiempo que había dejado de lucir su esplendor. «En su momento fue un país importante», recuerda este uruguayo que, justo antes de que la última crisis económica aterrizara en España, se embarcó en la aventura de buscar un futuro mejor en Menorca y, al parecer, lo encontró.

¿Por qué Menorca?

—Pues, como se suele decir, por el efecto llamada. Una hermana de mi exmujer ya vivía aquí desde hacía 25 años y fue quien nos allanó el camino para llegar hasta aquí. Ella nos habló del lugar pero también hay que decir que la situación en Uruguay no estaba bien, así que la familia en conjunto decidimos mudarnos y cambiar de aires.

¿Qué situación atravesaba Uruguay en aquel momento, hace doce años?

—Lamentablemente mi percepción de Uruguay es que no cambia; en su momento se destruyó la clase media y han quedado solo los ricos y la clase trabajadora, por explicarlo de una forma. Así es muy difícil vivir.

¿No existe clase media en su país?

—Hoy día, yo no creo que la haya.

¿Cómo se ganaba la vida allí?

—Yo tenía estudios de primaria y secundaria, pero al final me decanté por la profesión de policía después de haber estado en otros trabajos, como por ejemplo en un concesionario de venta de coches. Como tenía un hermano que ya era agente, pues decidí seguir ese camino y la tradición familiar. Aunque también hay que decir que era un trabajo seguro, en el que es difícil que te echen y te pagan mes a mes. Eso también fue un elemento que tuve en cuenta a la hora de elegir esa profesión. En la academia descubrí que había mucha gente que no estaba allí por vocación; más o menos el 90 por ciento. Y eso influye en que la calidad de la policía.

Montevideo es una ciudad muy poblada.

—Uruguay tiene una población de unos 3,5 millones de personas, de los cuales casi dos viven en Montevideo, cuando es una extensión minúscula en comparación con el resto del país. Allí están concentradas todas las universidades, las grandes fábricas y las empresas.

¿Es o era entonces una ciudad segura?

—Lamentablemente cuando se trabaja en la policía se ven otros datos diferentes, y descubres que no es un lugar seguro. La parte más segura es, como en muchos otros sitios, la turística.

Se ganaba la vida como agente, pero según tengo entendido iba para piloto de coches de competición. ¿Cómo surgió esa pasión?

—Pues mi afición por el motor comenzó sobre los doce años; teníamos una segunda casa, ya que en aquel momento éramos de clase media, que estaba cerca del circuito de carreras de Montevideo. Cada fin de semana escuchaba las pruebas y los entrenamientos, crecí con ese mundo muy de cerca. A los 16 años, cuando por suerte me tocó tener mi primer coche, empezó todo.

¿Cuál fue su primer coche?

—Un modelo muy parecido al Volkswagen Golf de aquí, me lo compró mi madre y lo destrocé; y con ello quiero decir que lo empecé a adaptar para correr. Así comencé a meterme en el mundo del motor, lo que pasa que era un deporte muy caro. Sí es cierto que en 1996 salí campeón de lo que serían las pruebas de aceleración y estaba intentando meterme en el campeonato nacional de circuitos, pero no lo logré porque necesitaba para ello alrededor de unos 60.000 euros para seguir adelante. En Uruguay es muy difícil conseguir un patrocinador.

Uruguayo pero de raíz italiana.

—Sí. Me viene de mi padre y mi abuelo, que nacieron en Lipari, una isla al norte de Sicilia. Se trasladaron a vivir a Uruguay por culpa de la Segunda Guerra Mundial.

El destino le ha devuelto al Mediterráneo.

—Sí, pero lamentablemente me queda pendiente ir a conocer Lipari.

¿Cómo vivió su llegada a Menorca?

—Me habían hablado muy bien del lugar, y además venía de una situación en la que estaba continuamente con mi vida en riesgo. Cuando llegué a Menorca fue como un flash de grandeza, de disfrutar las posibilidades que no podía tener en Uruguay. Aunque luego el futuro nos jugó una contrapartida.

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¿A qué se refiere?

—En el momento en el que llegamos no estaba todavía la crisis, los alquileres estaban muy bien de precio y se ganaba bien para nivel de vida que había. Siempre me acuerdo de que con 50 euros cogíamos dos carros llenos de la compra. Por poner un ejemplo, veníamos de Uruguay, un país donde mi televisión no era plana y tenía 14 pulgadas, con su tubo atrás… Luego llegas aquí, abres la cuenta en el banco y te ofrecen muchas posibilidades. Lamentablemente, como vienes de un pueblo en el que lo único que haces es trabajar para comer, para subsistir, y que sabes que no vas a llegar a tener grandes bienes, en mi caso caí en las garras del banco y comenzamos con la compra compulsiva, pero cuando llegó la crisis nos dimos cuenta de que todo costaba más. Al final son vivencias que te hacen más fuerte y sales adelante.

¿Tan distinto era el nivel de vida?

—Cuando llegas a Menorca intentas hacer el cambio de moneda siempre, y te fascina el hecho de que con tan poco vives tan bien. Lo que sí costó más fue adentrarse en la sociedad menorquina, que es muy cerrada. Me acuerdo que la primera casa la alquilamos en Sant Lluís y nos costó mucho hacernos con los vecinos.

¿Cómo se ganó la vida cuando llegó?

—El primer trabajo que tuve fue en la construcción. Nuestro plan era el de tener siempre en cuenta que veníamos a una nueva cultura y aprender de ella. Lo que sí puedo decir es que en algunos momentos sí que he sufrido muchos desprecios por no hablar menorquín, pero ahora todo ha mejorado mucho en ese sentido. Ahora lo entiendo, pero me da un poco de vergüenza hablarlo.

¿Qué es lo que más valora de Menorca?

—La seguridad. Después de lo que se vive en Sudamérica, sin ningún tipo de duda, la seguridad que hay aquí no tiene precio, es impagable. Estamos ha hablando de que en mi caso, como policía, he estado a punto de morir tres veces a manos de alguien, y eso cuenta mucho. Me acuerdo que en su momento aquí llegábamos a dejar el dinero debajo de la bombona, en la calle, algo que por otra parte ahora ya no hago.

¿Alguna vez pensó que iba a vivir lejos de su país?

—No. Con 16 años mi hermano se fue a vivir a Suecia, y yo siempre decía que no me quería ir del país. Pero cuando comienzas a tener una conciencia activa de tener una familia y un trabajo ves que el país que te dio la vida no te da de comer. Vivir aquí está siendo una experiencia fantástica, espero poder seguir muchos años. En una palabra, Menorca es mi hogar, que es lo que uno siempre tiene como objetivo encontrar en la vida.

¿Su futuro está aquí?

—Ahora que la conozco, estoy enamorado de Menorca, no me quiero separar de ella. Aunque también es verdad que es un lugar al que le veo algunas carencias. El proyecto que tengo ahora es seguir adelante con el Menorca Motorsport Club, entidad de la que soy presidente.

¿Cuáles son esas carencias de las que habla?

—Me da la sensación de que en algunas cuestiones a Menorca le cuesta ir a la par que España. Por ejemplo, me sorprende mucho que no tengamos la gasolina 98, y eso es algo que creo que solo pasa aquí, cuando en todos los manuales de instrucciones de los coches se recomienda usar ese tipo de gasolina.

Y en el caso del club que preside, ¿qué objetivos tienen? ¿Qué necesitan?

—No vamos a pedir un circuito porque sería algo imposible. Aunque sí creo que las pruebas de aceleración tendrían posibilidades en Menorca; hay que aclarar que eso no es lo que vino a hacer la Fórmula 1 en su momento, que según tengo entendido fueron pruebas de aerodinámica. Nuestro principal objetivo es la creación de eventos tanto deportivos como culturales. Por el momento ya hemos conseguido cerrar un trato con el circuito de Mallorca para hacer tandas con nuestros coches particulares.

A alguien al que le gusta la velocidad, ¿cómo lleva vivir en un sitio donde no puede pasar de 90?

—Se echa de memos. Estoy deseando poder disfrutar de la visita al circuito de Mallorca, una actividad que esperamos poder celebrara dentro de aproximadamente unos tres meses. Soy un gran seguidor de los deportes de motor. El motor, hoy día, es lo que me despierta en mi vida. Me hubiera gustado mucho dedicarme a ello de una forma profesional, pero son deportes en los que necesitas mucho dinero o ser demasiado bueno para que los patrocinadores vengan a por ti.

¿Qué echa de menos de su país?

—Aparte de la familia, por supuesto, lo que se extraña es la tierra; se extraña la niñez, cuando escuchabas el folklore clásico de Uruguay, que es algo que poco a poco se va perdiendo con cada generación que viene.

¿Viaja mucho a casa?

—No tanto como me gustaría, es muy caro. Solo el billete cuesta 1.300 euros. Y claro, si vas no es para estar diez días. La última vez fue hace tres años.

¿Cómo ha cambiado el país en todos estos años en los que ha estado fuera?

—Lamentablemente, uno cuando se va al año piensa que Uruguay tiene que haber cambiado. A los dos años ya piensas en volver, pero cuando regresas te das cuenta de que nada cambia. Sí es verdad que ha mejorado algo en infraestructuras; la última vez que fui el Banco Santander estaba haciendo edificios en cada esquina, aunque no sé cómo harán para venderlo, porque la realidad es que no hay dinero, la mayoría de la población es clase trabajadora, y aparentemente van viviendo de la deuda de la tarjeta de crédito.