Impulsiva. Así se considera Ana, que confiesa «no soy de grandes planes» sino más bien de improvisar.

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La ficha

La protagonista es...

— Ana Capella, mahonesa de 38 años.

Profesión
— Es actriz. Licenciada en Artes Escénicas, especialidad en Arte Dramático y Danza Contemporánea por la Universidad de De Montfort (Leicester), Reino Unido.

Vive en...

— Acaba de llegar a Madrid desde Nueva York, donde ha residido tres años y tres meses. Su intención es renovar el visado para continuar con los proyectos iniciados en la ciudad de los rascacielos. No le importa alargar su estancia en la capital española para ver qué se ha movido en la profesión durante el tiempo que ha estado fuera.

Qué motivó su viaje...

— Quería progresar en su profesión, continuar formándose, después de una etapa en la que sentía que «me estaba estancando».

Todavía con el jet lag en el cuerpo Ana Capella atiende a «Es Diari» recién llegada a Madrid desde Nueva York, donde ha residido los últimos tres años inmersa en su formación como actriz al tiempo que se abría camino en un mundo competitivo, el de la interpretación, en el que se mueve desde que en 1998 inició su licenciatura en Artes Escénicas. Estudió en el Reino Unido y se marchó tres años antes de comenzar su carrera, para completar allí el bachillerato, con el objetivo de dominar un idioma en el que ahora, con su trabajo, se ve obligada a transmitir emociones, a meterse en la piel de los personajes, aunque reconoce que con su «acento europeo». Volvió a España y siguió formándose y trabajando en Madrid, ciudad donde se afincó. «He hecho todo lo que he podido», asegura.

En su trayectoria hay teatro, cine, televisión y spots publicitarios, y durante su estancia en Nueva York ha pasado por tres estudios de actuación y tres técnicas distintas.

El primero fue Susan Batson Studio, en pleno corazón de Broadway, un centro fundado por esta coach de actrices famosas como Nicole Kidman y Juliette Binoche. El segundo, Lee Strasberg Film and Theatre Institute, fundado por el propio Lee, quien fue uno de los motores del Actor’s Studio del que salieron estrellas como James Dean o Marlon Brando (actualmente lo copresiden Al Pacino, Ellen Burstyn y Alec Baldwin) y en el que se creó una nueva forma de interpretar, con el método Stanislavski; por último, durante nueve meses esta menorquina trabajó la técnica Meisner en el estudio de Matthew Corozine, centro nominado por los famosos Premios Tony de Broadway.

«Siempre hay que estar en constante formación porque si no te oxidas entre que esperas un trabajo y otro, si no te formas no tienes el instrumento afinado», explica. Ese instrumento es ella misma. «Tienes que tener las emociones siempre listas, una caja de herramientas que son todas tus experiencias y vivencias, aquellas cosas que te provocan las tienes que tener siempre a mano, lo que te mueve, es con lo que trabajas, y ver cómo te provocan, para poder usarlas luego en tus personajes».

Algunas de esas clases de interpretación son realmente extenuantes. «Los primeros seis meses fueron muy intensos, en el primer estudio las clases duraban hasta altas horas de la madrugada, no había fines de semana». Una lesión en un codo le obligó a parar y a pensar en su crecimiento personal y profesional. Cambió de estudio, pasó al mítico Lee Strasberg Institute, «allí los profesores hacen mucho hincapié en que primero va la persona y luego el actor».

En su tercera experiencia formativa practicó la técnica Meisner, que «se basa en la repetición y en el estado presente, tienes que estar muy pendiente de la persona que tienes delante, todo es reactivo, sale tu parte más visceral, te obliga a no decorar las cosas como hacemos habitualmente condicionados por la sociedad».

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Un esfuerzo y un desgaste que Ana Capella tampoco quiere sobrevalorar. «Hay personajes que eres tú, también te enseñan eso, cuando no hace falta hacer nada, no lo hagas, vive en esas circunstancias», afirma, «y cuando el personaje se aleja mucho de tu mundo y experiencias, entonces hace falta utilizar todas las herramientas que nos enseñan». Y añade «no todos servimos para todos los personajes».

Sobre la vida cotidiana, Ana resume bien lo duro que es sobrevivir en la Gran Manzana, «todo cuesta el doble, desde un café al alquiler», y siendo así reconoce que «he vuelto a la vida de estudiante, a compartir casa y a tener muy poco dinero».

Un obstáculo añadido es la green card, en su caso el visado de artista para poder desarrollar su trabajo y que limita a la hora de optar a papeles y empleos. «He conocido agentes y managers que quieren trabajar conmigo pero lo primero que te piden es la green card». Ahora precisamente renovará el papeleo para regresar y terminar proyectos que dejó empezados. «No es fácil, estoy orgullosa de haber encontrado representación».

Uno de los campos que le queda por explorar es el mercado latino emergente, señala, «hay mucho trabajo que está surgiendo y he podido hacer contactos y conocer a actores hispanoparlantes», aunque es consciente de que al igual que el idioma, en su trabajo el físico pesa, y su perfil no es el latino tal y como se entiende en Estados Unidos.

Los amigos
Nueva York es para Ana «una ciudad rodeada de arte por todos lados, una ciudad que me inspira». Eso le permite mitigar el escaso tiempo de que se dispone en la metrópoli para las relaciones personales. «La parte más difícil para mí es no tener una comunidad cercana de amigos, aunque ha sido muy fácil conocer gente, el problema es que te cedan su tiempo», reflexiona. La gran urbe norteamericana es el destino de numerosos profesionales de todos los ámbitos «que quieren mejorar en un periodo de tiempo, es como una carrera de caballos, todos tienen su meta» así que «aunque tengas amistades es complicado darnos tiempo, a veces pasamos meses sin vernos». Reconoce Ana que llegó «muy mal acostumbrada» de Madrid, donde vivía en la zona de Antón Martín y no necesitaba quedar con nadie «no hacía falta jamás hacer planes, bajabas a la calle y ya está, y en Nueva York es todo lo contrario, hay que planificar, cuadrar fechas, hay poco tiempo....juntar a más de dos personas aquí es complicado. Y yo vengo de esa cultura de calle», relata. Por lo demás, su tiempo libre lo dedica a ir a obras de amigos, ver arte, acudir a estrenos de cine y de teatro.

Su regreso, aunque sea temporal a Madrid, lo ve como algo positivo, «no tengo limitaciones ni de idioma ni de visado, aunque no me gustaría limitarme solo a un país, me gustaría llevar propuestas tanto en Estados Unidos como en España». Asegura que también «me apetece ver qué ha pasado aquí durante los más de tres años que he estado fuera, hay nuevas posibilidades, se están haciendo series españolas en Netflix por ejemplo», apunta.

En su Menorca natal se ve «tranquila y de vacaciones» porque sabe que sus opciones laborales son reducidas. Su madre y hermano viven en Mallorca, pero Ana regresa a su isla al menos una vez al año. Tiene una amiga muy cercana casi nonagenaria, Ángela Vives, de 88 años «una mujer que me ha influenciado mucho, que ha sido transgresora para su época y que considero fascinante», cuenta. Una persona que le ha enseñado que la edad no te limita «a la hora de querer hacer algo, por eso sigo haciendo lo que hago con la edad que tengo, intentando construir la vida que quiero para mí».