Ingrid Eder-Carrizo

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La ficha

Lugar y año de nacimiento
- Sttutgart, 1951. Afincada en Menorca.

Profesión
-Titulada en pedagogía social en Alemania, en Menorca trabajó en el sector turístico

Vive en...
-Trebaluger, Es Castell

Qué motiva sus viajes
-Sobre todo ver, observar y luego ‘digerir’ todo al regreso. Me gusta ver un país, su gente, sus costumbres, su manera de vivir y los diferentes países del globo.

Otros países visitados:
-Empecé a moverme en bicicleta con regularidad con casi 50 años. Mis primeros países como cicloturista fueron Argentina, Uruguay y Chile. Después he visitado Nepal, Suiza, Canadá, EEUU, Islandia, Dinamarca, países bálticos, Polonia, y he pedaleado los grandes ríos europeos, como el Rhin, el Danubio y el salvaje y fascinante Loira.

A sus 67 años, Ingrid Eder-Carrizo ha dejado de contar kilómetros. Es conocida por su afición a los grandes viajes en bicicleta, lo curioso es que empezó a pedalear por el mundo a una edad en la que otros se acomodan en el sofá: cerca de los 50 años «cuando mis hijos ya me necesitaban menos y empecé una nueva etapa de vivir en Menorca». Antes había residido durante 25 años con su familia en Eivissa y no tenía el tiempo necesario para emprender viajes largos como el que ahora mismo le ocupa: Japón. «Irme 15 días de viaje organizado, con hotel y media pensión, no es para mí», admite esta alemana afincada desde muy joven en las Islas.

Ingrid viaja sola. Su primer gran escapada en solitario fue «en plan mochilera» a México. Solo tenía 20 años y desde entonces «estoy enganchada».
Aunque su capacidad física resulta envidiable, no siempre fue la reina del pedal, como ella misma confiesa.

«Al principio hacía 10 kilómetros al día y volvía a casa hecha polvo, mi marido me decía que tenía la cara roja como una langosta del esfuerzo», comenta jocosa. Ahora ella viaja con la fuerza de sus piernas unos 60 o 70 kilómetros diarios, depende de la ruta, «y solo noto un poco el cansancio en las rodillas, depende mucho del terreno y del viento», explica vía internet; pese a la diferencia horaria y a que Ingrid reconoce no llevarse muy bien con la tecnología, la conversación y los mensajes fluyen. Ingrid explica que cada vez viaja con menos equipaje, porque sobre dos ruedas «solo la tienda de campaña, el saco de dormir, y la herramienta para la bici, ya tienen su peso».

Sin miedo a perderse
Ha recorrido medio mundo a pedales: se inició en el cicloturismo de largo recorrido en Sudamérica, conoce Nepal, Canadá y Estados Unidos, y además de haber seguido el curso de los grandes ríos de Europa, como el Rhin y el Danubio, «he pedaleado este verano el Loira, río salvaje y fascinante, el único que queda así en Europa», opina.

La viajera no utiliza GPS, el cuentakilómetros se le ha estropeado varias veces «y no lo necesito», y hasta hace poco su teléfono móvil no era un smartphone conectado a internet y con cámara. Calcula que habrá hecho en total en estos años de cicloturista unos 30.000 kilómetros pero no le importa la cifra. Afirma que «lo más importante de cada viaje es el camino, no el destino, y si me equivoco a veces, nunca pasa nada».

Ahora mismo y desde el pasado uno de noviembre recorre las islas niponas; su previsión es volver a casa antes de Navidad, la razón es que quiere evitar la época de más frío.

Lo de Japón ha sido «una aventura al cien por cien», según Ingrid. Partió en vuelo de Barcelona a Japón y se compró una bici de segunda mano al llegar a su destino. Como Tokio de entrada le impresionaba, decidió empezar su ruta en Fukuoka, en la isla Kyushu, la más al sur del archipiélago nipón.

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La primera barrera al aterrizar en Fukuoka fue el idioma, porque ni siquiera podía leer sus signos y letras. Por suerte la viajera se encontró con gentes «de verdad amabilísimas, y si no les entiendes, te llevan a los lugares que buscas, en mi caso, la primera casa de huéspedes en la que quería descansar». Después de recuperarse del desfase horario (25 horas sin dormir porque además de que el viaje es largo, perdió un vuelo en Honk Kong), logró con la ayuda de su casero encontrar una bicicleta usada que, con alguna mejora, «funciona más o menos bien» y es la que está utilizando para el viaje, «ya le tengo cariño a este trasto», bromea.

En Japón todo es diferente. Se conduce por la izquierda, «hay un montón de letreros y banderas que te despistan, tengo que tener mucho cuidado con el tráfico», y si no hay carril para circular, opta por ir «como todos, por la acera junto a los peatones».
En la isla de Kyushu durmió varios días en su pequeña tienda de campaña, pero también tuvo ocasión de conocer los hogares japoneses. «Me invitaron a sus casas y he tenido la oportunidad de ver cómo viven. Me enseñaron una ceremonia de té y sus altares, donde rezan». Ingrid recorrió primero las ciudades pequeñas, donde tienen una larga tradición de producir objetos de porcelana, como son Karatsu, Imari y Arita. Antes viajó por la península de Yobuko.

Recuerdo trágico
Pasando con su bicicleta por Saikai Bridge, en Nasukarasuyama –uno de los enclaves desde donde se puede disfrutar del espectáculo de los cerezos en flor–, la menorquina llegó a la urbe enorme de Nagasaki, tristemente conocida, como Hiroshima, por haber sido atacada durante la II Guerra Mundial con el lanzamiento de la bomba atómica por Estados Unidos. En el lugar del impacto existe un monumento en el que se lee la fecha y hora exactas de la hecatombe nuclear, el 9 de agosto de 1945 a las 11 y dos minutos. Un tercio de la ciudad de Nagasaki quedó destruida y hubo miles de muertos y heridos. Tres días antes, el 6 de agosto, la bomba atómica había sido lanzada sobre Hiroshima. Tras los ataques, el 15 de agosto, el Imperio de Japón anunció su rendición. «He visitado el Parque de la Paz, me ha afectado mucho conocer todo esto», reconoce Ingrid.

Ahora, 73 años después de que la vida fuera arrasada, ese parque aspira a ser un centro de armonía y de memoria, contra el uso de armamento nuclear.

Después de ese encuentro con la trágica historia de Nagasaki, la protagonista se dirigió a Isahaya y siguió en dirección al sur, hacia la isla Amakusa. En su recorrido hasta la fecha por el sur del Japón ha descubierto que el otoño es una época del año de «colores preciosos» en esa parte del mundo; también que algunos de los miedos que le habían transmitido al partir, como el tráfico descontrolado, son infundados. «Aquí van siempre a la velocidad permitida, ni un kilómetro más», asegura.

También ha reservado tiempo de su viaje para darse algún capricho cultural. Naoshima es una pequeña isla «con arte contemporáneo exquisito» que tiene incluida en su ruta. Situada en el mar interior de Seto, entre Okayama y Takamatsu, es precisamente conocida mundialmente como ‘la isla del arte’. Además de los museos y la arquitectura, lo que distingue a Naoshima son las colecciones de arte en la calle. Ingrid se siente feliz de sus logros sobre la bici, por su edad y por ser mujer que viaja en soledad y sin conocer a nadie en los lugares que visita.

El miedo no es un problema, aunque reconoce que se siente mejor, más segura, cuando está en la naturaleza. De sus primeros viajes por Argentina, Uruguay y Chile, solo en este último país «tuve una mala experiencia, porque un joven me atracó y me quedé sin pasaporte». Su gran proyecto lo realizó en 2012 cuando atravesó Canadá de costa a costa, pedaleando desde Halifax, en Nueva Escocia, hasta Vancouver. «Necesitaba cinco meses e hice casi 6000 kilómetros», recuerda, «es un viaje que tengo en la memoria para siempre y fue un momento culminante. Ya tenía 61 años y todavía estoy orgullosa de haberlo conseguido, yo solita, sin conocer a nadie por allí».

Al año siguiente repitió continente, visitando los estados de la costa este norteamericana y lugares como las cataratas del Niágara y ciudades como Boston. A pesar de todos los viajes a su espalda admite que al dejar España se sentía algo nerviosa ante su experiencia nipona. Japón no le ha defraudado y seguro que no será el final de sus aventuras sobre dos ruedas.