Fèlix Grases, director del Laboratori d’Investigació en Litiasi Renal de la UIB. | UIB

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Un estudio internacional con participación de la Universitat de les Illes Balerars (UIB) y el hospital Mateu Orfila, de Maó, ha revelado los mecanismos que explican la relación entre la ingesta excesiva de fructosa como edulcorante y la aparición de cálculos renales.

La fructosa es un azúcar simple o monosacárido que, si bien de manera natural está presente en muchos alimentos (manzanas, peras, dátiles, miel), también se utiliza como edulcorante en las llamadas bebidas azucaradas.

El origen de este estudio se encuentra en algunas zonas de Centroamérica, donde se detectó que trabajadores jóvenes del campo desarrollaban una insuficiencia renal que acabó denominándose nefropatía mesoamericana. Ello se debía al consumo excesivo y diario de un jarabe de maíz que bebían para refrescarse. Esta problemática ya fue objeto de un estudio en el que participó Fèlix Grases, director del Laboratori d’Investigació en Litiasi Renal de la UIB.

A partir de aquí se inició una investigación en la Unitat de Nefrologia del hospital Mateu Orfila con 33 hombres de 40 a 65 años de edad. Durante dos semanas, estos pacientes ingirieron 200 gramos diarios de fructosa, equivalentes a beber seis latas de refresco. El análisis de sus muestras de orina y sangre determinó que la fructosa incrementa el riesgo de sufrir cálculos renales.

Según Félix Grases, «con estos estudios hemos comprobado que la fructosa aumenta también los niveles de ácido úrico en la sangre y, como consecuencia, también en la orina. No debemos demonizar la fructosa, pero no es nada recomendable en pacientes de gota, diabéticos y obesos. La dosis diaria de fructosa que necesitamos la encontramos en una manzana. Con moderación, la fructosa no es ningún problema».