Un lugar por descubrir. Confiesa el inglés que, a pesar de que Menorca es un territorio pequeño, todavía le quedan muchos rincones que visitar. John es un gran amante de la naturaleza, y precisamente uno de los elementos que más valora de su vida en la Isla es el poder disfrutarla desde la cercanía | J.H.

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Nacido...

— El 20 de octubre de 1976.

Actualmente vive en...

— Maó.

Llegó a Menorca...

— Hace 16 años acompañado de su entonces esposa menorquina.

Ocupación actual

— Profesor de inglés.

Estudios

— Bioquímica, Fisiología y Farmacología.

Familia

— Prometido, tiene dos hijas de su primer matrimonio.

Procedente del punto más al sur de Inglaterra, hace ya 16 años que John puso rumbo a otra Isla para iniciar una nueva etapa, en un lugar que, confiesa, le recuerda mucho a casa, una «zona turística, de playas vírgenes, pueblos pequeños, y gente cercana».

¿Cómo se cruza Menorca en su destino?

—Tuvo que ver con mi primer matrimonio con una chica de Maó; nos conocimos en la universidad de Southampton gracias al programa Erasmus. Vivimos allí durante siete años, tuvimos una hija y en un momento dado decidimos mudarnos a la Isla para estar más cerca de la familia. Los dos renunciamos a nuestros trabajos y comenzamos una nueva aventura menorquina.

Abandonó su carrera y apostó por abrir un negocio.

—Sí, uno de miniaturas que se llamaba Es Taller, en el centro de Maó. Había muchos grupos de adolescentes que vinieron conmigo a aprender a pintar ese tipo de figuras. Dos años después me llamaron de nuevo desde la compañía Games Workshop, con la que ya había trabajado antes en Inglaterra, porque estaban buscando una persona para ser jefe de ventas en España. Entonces tenía 27 años y me lancé. Y ello implicaba trabajar unos cuantos días en Barcelona y regresar a Menorca durante los fines de semana.

Un ritmo de vida complicado. ¿Durante cuánto tiempo?

—Durante ocho años. Muchos vuelos y bastante estrés, ya que la compañía estaba pasando por un periodo de grandes cambios, estuve la mitad del tiempo en ventas y el resto en marketing y eventos. La verdad es que fue una época de mi vida durante la que aprendí un montón.

Con ese estilo de vida, ¿cómo fue su adaptación a la vida menorquina?

—Supuso un poco de choque. Siempre tengo el recuerdo de cuando llegas al aeropuerto de Barcelona, concretamente a la zona de la B-64, que es la puerta donde suelen poner el vuelo para Menorca y comienzas a escuchar las voces de la gente de la Isla, y eso siempre me daba la sensación de volver a casa. Para mí Menorca es una zona verde, con esos tonos inocentes, es como un lugar medicinal y muy tranquilo. Todo un cambio después de una semana de estrés en la que normalmente viajaba mucho por toda la Península. Aquella época fue un poco como una locura. A veces me levantaba en ciudades sin saber muy bien dónde estaba ya.

Bueno, al menos le dio la oportunidad de conocer bien el país.

—Sí que conozco un montón de sitios en España, incluso diría que más que muchos españoles. Cuando se abría una nueva tienda a veces tenía que pasar temporadas en esos destinos.

Y en un momento dado dice basta. ¿Por qué?

—Pues coincide con ese día en el que decides que quieres poner los pies en la tierra. También con una época complicada en la empresa y el momento de crisis. Así que regresé a la Isla para vivir aquí al cien por cien, lo que implicó también un nuevo proceso de adaptación, con la familia y pensando en qué quería hacer con mi vida. Y fue en ese momento en el que decidí que quería montar un negocio en el que, más o menos, supiera cada mes los ingresos que me iba a reportar.

Y se decantó por…

—Como una tienda tiene sus subidas y bajadas de ventas, me decanté por una academia de inglés, un tipo de negocio en el que todo se puede calcular mejor en función del volumen de clientes.

¿Tenía ya formación para enseñar inglés?

—Tenía experiencia en formación, pero no en enseñar un idioma, así que tuve que hacer cursos y estudiar para ello. No basta con ser nativo para enseñar inglés, está claro que también tienes que formarte en aspectos como la gramática. Quería un modelo de academia distinta, y mi caso la mayoría de las clases son divertidas y didácticas: cocinamos, hacemos jardinería... Sin libros, sin exámenes, es como un juego.

De ahí el nombre del negocio: Fun in English.

—Efectivamente. En España hay mucha gente que tiene títulos y certificados de inglés, pero cuando se encuentran en una situación en la que tienen que hablar de verdad, colapsan. ¿Y por qué? Pues porque han aprendido el idioma con el sistema de rellenar los huecos (fill in the blanks), pero cuando tú vas al extranjero el sistema de los huecos no sirve; tienes que encontrarte con el idioma y sentirlo.

Es decir, podemos tener capacidad comprensiva pero nos cuesta comunicar....

—Exacto. Por ejemplo, la gente aquí es bilingüe, catalán y castellano, y tienen como dos trenes AVE que van a la vez y que les permite fácilmente cambiar de idioma, pero cuando introduces otra lengua de inicio todo va más lento, y eso a veces provoca un poco de atasco y frustración. Por eso intento que la gente se relaje a la hora de aprender, relacionando el inglés con cosas emotivas; también trabajamos mucho con la actualidad, con las noticias que están pasando.

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Usted sí que es trilingüe. ¿Cómo fue su aprendizaje?

—No tenía muchas más opciones, así que hice un aprendizaje simultáneo del castellano y el menorquín, especialmente en este último idioma, ya que me tocaba más directamente por cuestiones de familia y amigos. Lo que no quería era que la gente tuviera que cambiar su idioma para hablar conmigo. Pero recuerdo que fueron tres o cuatro meses muy duros, me acuerdo de que no dormía ni descansaba bien como consecuencia de tener la cabeza siempre en marcha, pensando en si decía bien o mal las cosas.

¿Cómo fue su adaptación a la vida de la Isla?

—La relación en general con los menorquines ha sido genial. Son personas con muchas similitudes a las de mi tierra, en Cornualles. Eso hizo que para mí fuera muy fácil la integración.

¿Está en contacto con la comunidad británica de la Isla, que es amplia?

—Realmente no. Una de las cosas que no quería, no sé si consciente o inconscientemente, era vivir en un barrio de ingleses, como si fuera una mini colonia; es algo que entiendo que se haga y respeto, pero no es mi caso, no me siento parte de eso, me siento más internacional.

Y hablando de cosas internacionales, ¿qué me dice del Brexit?

—Sinceramente es algo que todavía tengo que investigar más a fondo, porque no sé muy bien cómo me va afectar realmente siendo autónomo, cotizando en España desde hace muchos años y con dos hijas con la nacionalidad inglesa y española. La verdad es que todo es un poco confuso y el tema de la burocracia seguramente lo complicará. Yo espero que no me perjudique mucho.

Quitando su familia, ¿qué echa de menos de su país?

—Pues una cosa es el horario distinto de trabajo, poder entrar a las nueve y salir a las cinco.

¿Cree que sería una buena cosa para España?

—Somos dos culturas distintas. Nos separa el idioma, pero también esa tipo de costumbres. La gente me pregunta si lo más complicado de venir a vivir aquí ha sido la lengua, pero no es así, lo que más me ha costado es acostumbrarme al siguiente ritmo: ir a trabajar, parar, volver a casa, cocinar, limpiar, ir a trabajar de nuevo, volver a casa, cocinar… Es como hacer dos jornadas en un día, y eso es un cosa que marca la diferencia. No digo que un sistema sea mejor que el otro, pero yo sí echo de menos el inglés, porque te marca mejor el tiempo libre. Aquí se hacen demasiadas cosas en un día.

¿Qué es lo que más valora de vivir aquí?

—Valoro la paz y la tranquilidad, es un lugar extremadamente bonito, guapo, relajante, medicinal. Es una isla pequeña, pero en 16 años no he descubierto ni la mitad de lo que tiene que ofrecerme. Brinda dos pulmones llenos de un aire medicinal, eso es algo que valoro mucho. Y también sus tradiciones, los caballos incluidos, y la manera en la que la gente ve el mundo, eso me encanta.

¿Planes de futuro?

—Yo quiero acabar mi vida viviendo en Menorca, jubilarme. Me veo en una casa con un jardín, en una hamaca rodeado de animales, me encanta la naturaleza. Tiene que ser muy bonito vivir así en Menorca.

Hábleme de su faceta artística.

—Desde los 11 años era un gran aficionado a pintar figuras en miniatura, y además siempre me atrajo mucho el mundo de la fantasía, la lectura de obras como «El señor de los anillos», el universo de Tolkien, la ciencia ficción, me gusta mucho leer, y eso me ha marcado. Con el paso de los años logré un buen nivel de pintura en ese campo, incluso llegué a ganar premios internacionales.

Y luego se pasó a las servilletas.

—Sí, un día vi una película de Tim Burtom, que me llevó a un libro suyo que se titula «Cosas que hacer en un bar», repleto de dibujos de ese genio artístico en servilletas y me enganché. Para mí fue algo medicinal pintar algo en un trozo de papel que no tiene ningún valor y dejarlo en el bar o en el restaurante para la gente. Es una cosa en la que das un poco de ti, lo que hago es hacer una foto y subirlo a Instagram. Es una vena creativa que llevo dentro y tiene que salir.

Y lo de ser modelo en pasarela…

—Vi que necesitaban gente para Celebra Menorca, pensé que podía ser divertido y lo fue, conocí mucha gente. Y además aproveché el momento para pedir en el desfile matrimonio a mi pareja, Melannie, algo con lo que todo el mundo flipó, pensé que era un buen momento para hacerlo, no había un momento mejor. Fue una gran experiencia que dijera que sí delante de todo el mundo, y yo pues más feliz, imposible.