Federico Cortés, en la sínia de Sant Lluís | Javier Coll

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La ficha

Originario de Argentina, Mar del Plata — 430 kilómetros cuadrados.

Nació el 19 de marzo de 1979

Actualmente vive en Sant Lluís.

Llegó a Menorca: vino a vivir a España en 2001 y se instaló en Menorca en 2008.

Profesión: profesor de Circo. Es miembro fundador del proyecto Acirkaos.

Formación: estudia gestión cultural.

Su lugar favorito de la Isla es: Rincó Fondo, en Binissafúller.

Ya conocía Formentera, y por eso cuando le propusieron venir a Menorca una temporada con un espectáculo de circo, Federico apenas se lo pensó. «Al final, me encantó y me quedé a vivir», rememora a la hora de pasar revista a su aventura en España, país al que viajó por primera vez en 1998 para después establecerse definitivamente en 2001, con una primera etapa en Tenerife.

Veo que le atrae el tema de las islas.

—Sí (risas). Soy de una ciudad de mar. Lo que hice fue preguntar dónde había trabajo y hacía calor, y allí que me fui. Estuve viviendo en Canarias tres años antes de trasladarme a Barcelona, donde pasé otros seis y después ya llegué a Menorca.

¿Qué le llevó a abandonar su país?

—Primeramente la curiosidad por viajar. Tenía una tía viviendo en Estados Unidos, estuve allí con ella y ya me picó el bichillo de viajar. Pero una de las razones por las que me mudé a España, donde ya había estado un par de veces antes de instalarme, fue porque en 2001 hubo una crisis muy fuerte en Argentina, estaba todo muy parado, en mi ciudad había como un 40 por ciento de desocupación. Ahí es cuando dije me voy, y emigré.

Cambio radical de vida.

—No llegué tampoco con la idea clara de quedarme, pero poco a poco fue sucediendo.

¿A qué se dedicaba en Argentina?

—Informático; mi padre es contable y desarrollábamos sistemas para la administración de restaurantes. Luego cuando vine a España seguí con esa profesión, pero comencé a buscar trabajo de todo. Al final, en Barcelona es donde comencé a relacionarme con el mundo del circo.

¿Cómo entra exactamente el circo en su vida?

—Trabajaba muchas horas como informático y ello hacía que me doliera la espalda; así que comencé a buscar un deporte que practicar para estar mejor físicamente. Estaba a punto de empezar con la natación cuando me dieron unos flyers de clases de trapecio y me atreví a probar. Lo que pasó es que me fascinó y cada vez me fui enamorando más del circo, y ya no lo he dejado desde entonces.

Y ha acabado siendo su principal profesión.

—Sí, ahora estoy dedicado al cien por cien al circo. Y no es un mundo al que sea fácil dedicarse. Hay dos ramas: la artística y la enseñanza; yo estoy más centrado en esa última. Digamos que ninguna de las dos es muy redituable económicamente. Yo lo vivo como se vive en el tercer sector, en el área del asociacionismo, en un campo en lo que te motiva son las ganas de hacer cosas. Es tu pasión y por eso lo haces, pero no es una cosa que te deje dinero ahorrado.

¿Qué supone exactamente el circo en su vida?

—Salir de lo rutinario y encarar la vida de forma creativa, eso es lo que significa para mí. Utilizar toda esa frescura que te da jugar, cambiar e improvisar llevado a tu vida.

¿Le ayudó el trapecio a curar el dolor de espalda?

—Al principio sí (risas). La verdad es que cuando entrenas mucho, depende cómo lo hagas, luego también pasa factura a la espalda. Todos los que se dedican intensamente al deporte en general tienen algún problema con la parte física.

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¿Cuál es su especialidad circense?

— Precisamente el trapecio, pero desde hace unos años he ampliado el abanico para poder enseñar. Me he especializado un poco más en las acrobacias, los malabares, los equilibrios. Pinceladas para poder dar una clase que sea integral.

¿Ha evolucionado con el tiempo el concepto que la gente tiene del circo?

—Nosotros trabajamos lo que se conoce como el nuevo circo o circo contemporáneo; hay que decir que todo este movimiento de escuelas de circo en España es reciente, de 20 años hacia acá. Llevamos cerca de nueve años haciendo espectáculos de circo en toda la Isla y creo que eso ha ayudado a abrir bastante el concepto. La gente ya entiendo un poco más lo que es el circo.

¿Cómo surge el proyecto de Acirkaos?

— En realidad empezamos como un festival, como un evento de circo para traer gente de fuera y así poder aprender más nosotros; a partir de ahí comenzó a ir y muy bien y decidimos darle continuidad. Así, al tercer año iniciamos la escuela de circo y nos hemos ido especializando cada vez más. Con Acirkaos fuimos socios fundadores de la Federación Española de Escuelas de Circo Socio Educativo. El hecho de estar en contacto con otras escuelas nos ha dado pie a avanzar y a profesionalizarnos.

Desde el principio han hablado en su proyecto del circo social. ¿En qué consiste exactamente?

—El proyecto lo empezamos junto a Ana, que es educadora social, y Edgard que viene del campo de las artes visuales; la combinación nos dio pie a hacer algo que se saliera de lo artístico. Así, desde el principio lo orientamos a lo que llamamos circo social; le pusimos esa etiqueta para diferenciarnos, pero actualmente hay muchos sitios en los que ya no hace falta, porque el circo en sí nació como una cultura en la que la diferencia es la marca. Es social porque al ser tan variado, el abanico del circo permite que gente con diferentes capacidades, ya sean físicas o mentales, puedan participar; esa es la esencia.

¿Cómo está la cantera circense menorquina?

—Está hirviendo. Llevamos siete años de escuela y hay chavales y chavalas que han crecido con nosotros, y la escuela con ellos. Algunos ya tienen 15 años y están empezando a volar solos y a entrenar por su cuenta, están comenzando a querer crear números. Tenemos un grupo que el mes pasado fue a Finlandia para participar en un festival, alumnos de entre 9 y 11 años. Representaron un espectáculo en torno a la temática de los plásticos en el mar, un número que ellos mismos eligieron y desarrollaron. Seguramente lo recuperaremos para alguna de las actuaciones en la Isla.

¿Qué beneficios aporta el circo a las personas?

—Es una de las preguntas que nosotros mismos nos planteábamos al principio. Y hemos visto que a nivel físico, cuando empiezan desde pequeñitos, luego lo pillan todo de una forma mucho más fácil, especialmente las distintas técnicas. Al principio se acercan y luego se van especializando. Pero creo que lo más importante que aporta el circo es el juego, el derecho a jugar, a lo lúdico. Ayuda a salir de las estructuras más rígidas de las escuelas; nosotros trabajamos con una estructura, pero principalmente fomentamos que jueguen, y a través del juego metemos el resto: la técnica. Nuestra escuela no tiene un nivel muy alto de técnica, pero sí que trabajamos mucho el desarrollo humano.

Volvamos al tema menorquín. ¿Cómo fue su proceso de adaptación a la Isla?

—La verdad es que desde el principio fue un lugar que me encantó. Vine a pasar un verano y me ocurrió lo que a muchos, que te quedas fascinado. Me quedé y en mi caso también me encantó el invierno. Creo que el primero fue un invierno muy soleado, con poca tramontana y muchos amigos, estuvo súper bien. Lo que sí hago es irme cada año dos meses a Argentina, eso a mí me da mucha vida, porque soy alguien a quien las rutinas le cuestan mucho. Salir me da pie a volver con mucha ilusión y ganas de hacer cosas, no me saturo.

¿Qué planes de futuro tiene?

—Nunca me ha gustado mucho pensar en el futuro, lo importante es que ahora estoy aquí y me encanta. Aunque sí que tengo aquí proyectos con proyección futura, estamos intentando tener un espacio para el circo y creemos que eso lo va a asentar bastante, en eso estoy trabajando a pleno para conseguirlo. Mi proyecto de circo lo imagino aquí, pero nunca se sabe.

¿Qué es lo que más valora de la vida aquí?

—La tranquilidad mental, es algo que valoro mucho cuando regreso de Argentina. Me gusta de la Isla que es un sitio también con mucho tejido asociativo.