A través de la asociación Kellys Unión Menorca las trabajadoras se manifiestan esta tarde en Ciutadella para denunciar las duras condiciones de trabajo y reclamar mejoras laborales | M. A. C.

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Son imprescindibles, aunque prácticamente invisibles. La sobrecarga de trabajo llega a ser colosal. Las duras condiciones con las que deben lidiar camareras de piso de la Isla son una de las precariedades que esconde el turismo. Jornadas de ocho horas, a un ritmo frenético, a contrarreloj y marcado por el estrés para poder cumplir con las tareas que se les marca. Explican que realizan entre 23 y 24 habitaciones en una jornada laboral, de las que ocho o nueve son cuartos que se vacían y que, por tanto, requieren un mayor trabajo de limpieza, en especial, de desinfección, para la llegada de nuevos clientes. Son 20 minutos por estancia.

Hacen las camas, sacan la basura, recogen ‘los tropecientos’ vasos que suben del bar, limpian ceniceros, cambian sábanas, hacen la terraza, retiran toallas, limpian el polvo, asean los baños, barren, friegan y eliminan las huellas y manchas de mamparas y espejos. Todo esto -y alguna tarea más- hasta 24 veces al día.

Dayana tiene 53 años. Y trabaja en Menorca de camarera de piso desde el año 2002. Son diecisiete ejercicios de «correr» para sacar adelante el trabajo. Los días de bajón están prohibidos, explica, porque si no, el trabajo no sale. Y agrega que «te olvidas de ti, tu bienestar pasa a un segundo plano porque lo que quieres es sacar las tareas y poder cobrar a fin de mes». El trabajo debe ejecutarse en las ocho horas de jornada. Ni una más. No se pagan, advierte.

Empezó trabajando como camarera de piso en la limpieza de apartamentos. Hasta 2008 que cambió al trabajo en habitaciones. Explica que en sus inicios el cómputo era de 12 apartamentos de los que tres solían ser tras una salida. Poco a poco la media fue aumentando hasta llegar a realizar 18, de los que nueve podían ser salidas. Indica que con el todo incluido cambió mucho el comportamiento del cliente. Y si antes no utilizaban prácticamente las cocinas, luego pasaron a utilizarla con frecuencia con lo que el trabajo de limpieza se disparó. Por eso decidió pasarse a habitaciones. Llegó a limpiar 24. Ahora es una menos. Pero en julio y agosto se multiplican las habitaciones ocupadas por cuatro clientes, lo que incrementa la carga de trabajo.

Indica que en el hotel donde trabaja empiezan a ser condescendientes, ya que hay personal que les ayuda con las basuras, les quita la ropa sucia y les sube también la limpia. «Es una pequeña ayuda, pero algo es algo», indica.

Para ella, el peor de los trabajos es hacer las camas. «No tienen ruedas, los colchones son bajos y el elevado trabajo obliga a olvidar las posturas para no dañarte la espalda». Y maldice las colchas, nada livianas, indica.

Míriam es otra camarera de piso que lleva en el sector desde los 24 años de edad. Este verano, y con 58 años, está en el paro, después de que la empresa la despidiera a principios de temporada «por estar de baja». Fue a mitad de temporada pasada cuando «llegué a casa a gatas, no podía ni caminar».

Duda de cómo será el próximo año. Teme que no la contraten por su edad. Y ve prácticamente imposible llegar a los 67 años jubilándose en este trabajo. La sobrecarga laboral es brutal, lo hace inviable, si a los 50 ya no pueden más.

Cuando empezó a trabajar la media estaba en 13 apartamentos. Era un buen promedio, indica. Ahora, lo más habitual son 16 apartamentos o 24 habitaciones. Y apunta al «estrés» que sufren para cumplir con todas las tareas.

Danny tiene 23 años. Lleva cuatro trabajando de auxiliar de limpiadora. Está embarazada. La despidieron hace un par de semanas y tras acudir al Tribunal del Arbitraje y la Mediación, ha sido readmitida, aunque con una baja, según explica. También limpiaba, hasta ahora, 17 apartamentos de media.