Paolo Girelli | Sergi Garcia

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La ficha

Nació...
— El 24 de julio de 1975, en Velletri (Italia)

Actualmente vive en...
— En Addaia.

Llegó a Menorca...
— El 16 de junio de 2014 y actualmente es su primera residencia.

Profesión
— Acompañante turístico y actor.

Estudios
— Diplomado en Pedagogía.

Su lugar favorito de la Isla es...
— Una pequeña cala en la zona de Arenal d’en Castell.

Como viajero que es, a Paolo le cuesta echar raíces en un destino, pero Menorca es desde hace cinco años su lugar de referencia. Trabajando en el sector turístico, se vio obligado a dejar su ocupación en Egipto por culpa de la Primavera Árabe y regresar a Roma. Allí, muy cerca de donde había nacido, comenzó su «camino de transformación», nos relata durante una charla en Alaior.

¿Cómo fue ese cambio?
— Allí comencé a trabajar para hoteles de lujo vendiendo uniformes para los empleados. Era una ocupación con muchas posibilidades y proyección económica, pero no estaba respetando el sueño del niño Paolo. A veces tenemos que preguntarnos qué podríamos opinar desde la perspectiva del niño que un día fuimos.

¿Y eso le acercó a la Isla?
—Por casualidad, se dio el caso de que en Menorca había por aquel entonces un jefe de animación a quien había conocido en Egipto, y me dijo que tenía una habitación libre para mí. Dos horas después le llamé diciendo que ya había reservado el billete. Me acuerdo de cuál fue su respuesta: «Pues no he tenido que insistir mucho» (risas). Ya había trabajado unas cuantas temporadas en Eivissa, también en el sector turístico, y conocía algo de Balears. Venir aquí fue una apuesta.

¿Dónde aterrizo?
—En Arenal d’en Castell. Al llegar conocí sitios como Cavalleria y Cala Pregonda, y ya empecé a flipar con el ambiente rural y con este mar que es una perla. Fue entonces cuando comencé a saborear el lugar y a enamorarme, los amores necesitan tiempo. Cuando estás en la trayectoria correcta, la vida te da cosas, y a mí me condujo hasta aquí.

¿Cómo le recibió la Isla?
—De una manera increíble, recibí amor puro por parte de su gente. Llegué el 16 de junio y un mes después abrí un chiringuito, el Chiringuito de la Salud se llamaba, en Arenal d’en Castell. Allí comencé a despachar solo zumos, algo que sorprendía a muchos. Esa fue mi entrada en la Isla. Pero ya sabemos que aquí hay un problema, y es que muchas veces tienes que salir fuera de la Isla cuando se acaba la temporada, y aún lo sigo haciendo en invierno, aunque siempre regreso para recargar fuerzas.

¿Hacia dónde puso rumbo?
—Después del regalo que supuso la Isla fui a Barcelona. Allí recibí la propuesta de trabajar para una empresa italiana que quería desarrollar su negocio en España y necesitaban un networker para vender un extractor de zumo. A veces, cuando estás en el camino, la magia sucede. Mi abuela era catalana, de Reus, y creo que ella, desde arriba, cuando vio a alguien de su raíz volver a Catalunya comenzó a ponérselo todo fácil. En Barcelona comenzó un segundo amor, allí tengo algo de mis raíces.

Pero regresa a la Isla.
—Sí, porque tuve la suerte de que se trataba de un trabajo que se podía realizar desde la distancia. Para mí eso fue un regalo. La verdad es que aquí me resultó fácil hacer amigos, mucho más de lo que algunas personas dicen. Y puedo decir que no es fácil en ningún sitio, ya que llevó viajando desde 1999, cuando salí de Italia, por muchos lugares.

Como por ejemplo…
—Túnez, Maldivas, Egipto; en España he vivido en Madrid, Barcelona, Castilla y León, Málaga, Tenerife, Eivissa y algunos meses en Formentera. Si trabajas en turismo eres un poco como una maleta, y eso me ha llevado a tener una libertad y a no echar raíces.

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¿Cree que las echará aquí?
—Menorca es donde más me gustaría pasar mi tiempo. Y creo que eso es una señal clara de que algo está cambiando. Mi Peter Pan empieza a plantearse que habrá una ‘Isla del Nunca Jamás’, y creo que Menorca podría serlo. Cuando llegué y me llevaron a un pequeña cala fue amor lo que sentí.

Un amor que ahora también difunde trabajando como acompañante turístico.
—Sí. He pasado por muchos puestos de ese sector, en el que comencé como animador turístico; he desempeñado muchas funciones. Empecé como acompañante gracias a profesionales como Dani Pons, de Excursiones Menorca, quien siempre creyó en mí. Hubo gente del sector que me ayudó mucho al principio. Una colega me vendía como una persona que «está tan enamorado de la Isla que parece su novia» (risas). Y empecé a trabajar en ese campo. Siempre me he sentido en mi salsa sobre el escenario, y eso es algo que se notaba, así me sentía un poco trabajando como guía. Yo cada día, desde las 9.30 de la mañana hasta las 6 de la tarde, micrófono en mano, explico cosas la Isla y por qué un italiano se enamoró de ella.

Tan enamorado que está, le resultará un trabajo fácil.
—Mamma mia, es demasiado fácil vender un producto que tú quieres, pero la verdad es que Menorca es un lugar que se vende solo. La venta, en ese sentido, para mí es una seducción.

Dejemos el turismo y hablemos de otra de sus facetas, la de actor.
—Todo viene de la animación turística. Yo empecé estudiando pedagogía, era lo que en Italia se conoce como un educador de comunidad, una animador social. Y de animador social a turístico, el viaje fue muy corto. Siempre me planteé viajar e intentar conocer el mundo, creí que era lo que necesitaba, y la manera de hacerlo fue a través de la animación turística. Cuando comencé a subir a un escenario me di cuenta de que en otra vida ya había vivido eso, estaba en mi salsa. Es maravilloso escuchar a cien personas reír cuando tú haces una cosa; cuando notas que estás transmitiendo una emoción.

¿Cómo ha desarrollado su carrera?
—Poco a poco fui creciendo como actor a través de la formación. Me considero un comunicador, pero paré unos diez años por culpa de que siempre estaba viajando y resultaba complicado encontrar estabilidad para esa actividad. Pero ocurrió que precisamente en Barcelona, la abuela me dio la oportunidad de representar un espectáculo en dialecto romano, «En nombre del papa rey». Me reencontré con el teatro. Y ya en Menorca me pregunté a mí mismo qué es lo que me gustaba cuando era un niño: el lugar me invitó a reflexionar y me dio una conexión con la mejor versión de Paolo, que volvió un poco a buscar la creatividad, la pasión, lo que había dejado atrás.

Y aquí ha participado también en algunas producciones.
—Sí, y eso es gracias a una persona que me gustaría nombrar, y que es Jordi Odrí. Llamé a su puerta y le conté que acababa de llegar y que quería hacer teatro. Empezamos a conectar, y mientras tanto me matriculé en la Escuela de Arte Dramático de Menorca. En mi academia de teatro en Roma me decían que si perdías la emoción había que cambiar de trabajo.

Entiendo que le sigue emocionado la actuación.
—Sí. Y estando aquí comencé a trabajar con un monólogo de Cocteau sobre la verdad y la mentira. Lo aprendí y Jordi Odrí tuvo noticia de ese trabajo y me propuso que lo incluyera en el espectáculo que él estaba preparando, «Històries del Segle XX». Me preguntó si quería colaborar con la compañía Mô Teatre… Todavía me emociono cuando lo recuerdo. Para mí fue todo un reto hacerlo en catalán. Hay una cosa que siempre digo que me gusta mucho de Menorca y es que tiene siete teatros, y me encantó hacer aquella gira.

Algo más que añadir a esa historia de amor que mantiene con la Isla, ¿cierto?
—Te diré más. Después de pasar un invierno en Barcelona, llego a Menorca un 14 de febrero, día de San Valentín, y firmo un contrato para alquilar una casa en el puerto de Addaia, dime si no es amor. En esa época, en ese lugar estábamos yo, cuatro águilas, dos tortugas y los patos. Pero allí encontré el lugar perfecto para estar solo y hacer lo que estaba necesitando, que era comenzar a estudiar monólogos y más monólogos. Cuando Jordi Odrí vio lo que estaba haciendo me animó a montar un espectáculo, y así nació «Siempre con los pies descalzos sobre la tierra», que estrené este verano.

Un trabajo en el que incluye algunas colaboraciones importantes.
—Sí, este verano tuve la suerte de conocer a José Corbacho. Le hablé de mi espectáculo y los monólogos. Descubrí uno suyo que dice «me baño en un mar en el que cada día muere gente», y me dio permiso para añadirlo al espectáculo. Creo que sobre el escenario estoy donde debo estar, allí sale mi luz.