Abdoulaye Ndiade, un senegalés en Menorca | Javier Coll

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Nació...

— El 15 de enero de 1968.

Actualmente vive en...

— Maó.

Llegó a Menorca...

— En 2002, después de haber vivido cinco años en Portugal.

Profesión

— Actualmente trabaja en Mestral, pero ha desempeñado múltiples tareas.

Familia

— Casado y con tres hijas menorquinas.

Su lugar favorito de la Isla es...

— Favàritx.

Como muchos de sus familiares, Abdoulaye, quien entre sus amigos responde al nombre de Zally, decidió un día hacer las maletas y poner rumbo a Europa. La idea era que su viaje terminara en Francia, pero el destino tenía preparado para él una ruta distinta que le trajo a Menorca, el lugar donde reside ya desde hace diecisiete años y ha formado una familia.

¿Cuándo parte de Senegal?

— Pues fue en el año 1997. La cosa es que tenía amigos franceses que venían a Dakar cada año con los que comencé a hacer negocios; me encargaba de hacer envíos a Francia con material tradicional de mi país, como por ejemplo ropa y artículos relacionados con la cultura senegalesa. Al final, el plan inicial fue que yo me trasladará allí para seguir trabajando con ellos.

¿No funcionó el plan inicial?

— Pues no, porque tanto tiempo después y aún no he llegado. La migración comienza de una forma pero nunca sabes cómo acaba.

¿Qué pasó?

— Hice una parada en Portugal para visitar a unos familiares, y estos me preguntaron qué iba a hacer en Francia sin papeles, así que decidí probar una temporada allí. Ellos me ofrecieron la cobertura para salir adelante y me sentí a gusto.

Pero allí tampoco tenía los papeles en regla.

— La verdad es que no. Pero era un momento en el que Portugal siempre encontrabas trabajo, había mucha construcción. En realidad no me costó mucho buscarme la vida en el plano laboral. La idea era quedarme unos meses para aclimatarme, pero la cosa luego se alargó cinco años. Tuve bastante suerte.

¿Cuál fue el motivo que le llevó a salir de su país?

— La curiosidad fue lo que me llevó a emigrar; ver si Europa era el paraíso que contaban. No era lo que imaginaba, aunque en realidad era algo que ya me esperaba. La conexión entre Senegal y Francia siempre ha estado ahí; fue colonia y antes en Dakar nacían franceses. En la actualidad la mayoría de mi familia reside en Europa.

Senegal es un país con una fuerte tradición migratoria.

— Sí. Tengo un buen amigo al que aprecio mucho, el primero de mi pandilla que emigró, pero a los tres años se cansó y regresó. Me dijo que él prefería vivir en casa. En mi grupo de amigos, cuando éramos estudiantes, teníamos el plan de encontrarnos todos en Europa, y ahora solo uno no vive en este continente.

¿Cómo está la situación de Senegal actualmente?

— Políticamente es un país estable en la actualidad. Siempre fue un país pobre, pero ahora tiene un gran problema, y es que han empezado a salir pozos de petróleo.

Resulta paradójico que el problema sea que brote la riqueza.

— Eso nos ha puesto en el foco, ahora hay demasiados intereses externos en torno al país. A ver cómo acaba, es algo que me resulta inquietante.

Y a todo esto, ¿cómo aparece Menorca en su vida?

— Estando en Portugal viajé a Barcelona para visitar a unos familiares, y dio la casualidad de que en ese momento mi hermano estaba en la Isla. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, y los dos pensamos que había llegado el momento. Él no quería que me volviera a Portugal (risas); vine aquí y me quedé.

¿Qué le pareció el lugar que ahora es su casa?

— Un buen sitio. En el momento que llegué había trabajo y comencé a ganarme la vida como pintor. Trabajé sin papeles hasta que me casé con la madre de mis tres hijas. El amor también ha tenido que ver con que me quedara en la Isla.

¿Cómo fue su adaptación a la vida menorquina?

— Siempre lo digo, tuve una integración rápida en la Isla, los menorquines me recibieron muy bien.

¿Qué es lo que más aprecia de la vida en la Isla?

— Que no hay metro ni tren (risas). Una vida muy diferente a la de Senegal, allí hay mucho ruido.

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Y lo que menos le gusta de vivir aquí…

— Una pregunta difícil de responder, creo que nada. Lo que sí creo es que Menorca es un lugar en el que te acostumbras a estar y vivir solo; me explico, lo digo porque cuando voy de vacaciones a Senegal no tengo ni un segundo en el que me dejen solo. Yo antes estaba acostumbrado a esa vida. Pero claro, es un lugar que también añoras.

¿Qué es lo que más añora de su país?

— Nada en concreto, es como una especie de añoranza en general. Pero ahora mi vida está aquí.

¿Cómo fue su salida de Senegal?

— Salí con un visado de turista, así es como se hacía antes. Ahora las pateras están en las noticas pero cada día hay miles de personas que entran a través de los aeropuertos con visado; lo que ocurre es que como no se ve, no se habla de ello. Claro, estamos hablando de visados legales por los que hay que pagar, pero hay una mafia detrás, hay mucha gente que sale así de Senegal y también de otros países.

¿Y por qué la gente sigue arriesgando sus vidas en el mar?

— Yo creo que es por falta de conocimiento. Pero por lo que me cuentan, el viaje en patera cuesta más del doble que el visado, y está claro que resulta mucho más peligroso. Hubo otros tiempos, antes del 86, en los que para ir a Europa desde Senegal no necesitabas visado por haber sido colonia francesa. Solo necesitabas el billete, demostrar la reserva de donde te ibas a alojar y tener algo de dinero.

¿Cómo fue la experiencia de comenzar una nueva vida en Europa?

— Nunca tuve miedo de que me fueran a deportar, porque sabía que en aquellos años se necesitaba mucha mano de obra. La verdad es que en Portugal nos sentíamos explotados la gente que trabajábamos sin contrato.

¿Tardó mucho en volver a Senegal?

— No regresé hasta 2004, siete años. Fue justamente el año en que me casé, el día después de la boda, sin esperar los papeles, viajé a Senegal (risas). Ya sabía que una vez allí cuando pidiera el visado me lo iban a dar y no iba a tener problema para volver.

¿Todo fue más fácil con los papeles en regla?

— Sí, aunque siempre notas algunas cosas con la cuestión racial. Aquí no he sufrido el racismo, me he sentido muy bien acogido. Pero, claro, ahora cojo el avión, viajo a Barcelona y soy un negro cualquiera. Tendrán que pasar generaciones para que la cosa cambie, aunque he de reconocer que la cosa en Menorca es diferente.

Precisamente la semana pasada, una asociación de senegaleses celebró en Maó una marcha por la convivencia y la paz. ¿Está en contacto con esa comunidad?

— Nos conocemos y nos vemos pero no formo parte de la asociación, que tiene un plano religioso del que yo me mantengo al margen.

Y sus hijas, ¿cómo viven la herencia senegalesa?

— Solo mi hija mayor ha viajado a Senegal, y fue hace mucho tiempo, cuando tenía 9 meses; la idea es poder viajar todos el año que viene para que conozcan a sus abuelos. Ellas son de aquí, pero tienen ganas de conocer sus raíces.

¿Cuáles son sus planes de futuro?

— Me gustaría tener casa en los dos países, que mis hijas puedan tener la suerte de disfrutar de los dos lugares. Tienen nacionalidad española, pero en el futuro si quieren podrían disfrutar de la doble.

¿En qué trabaja actualmente?

— Llevo unos meses en Mestral, en el área de reciclaje. Es un proyecto muy bonito, y necesario en los tiempos que corren. La verdad es que he trabajado en muchas cosas, no he tenido grandes problemas, aunque en los años de crisis fue un poco más complicado.

Deme un titular que resuma su experiencia menorquina

— Me ha pasado lo más bonito que tengo, mi familia.

Supongo que se alegra de no haber llegado a Francia, como era su plan inicial.

— La verdad es que sí.