El joven acerca su mano a un ejemplar de canguro

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La ficha

· Lugar y año de nacimiento: Maó, 19 de noviembre de 1996

· Formación académica: Grado en Administración y Dirección de Empresas, Universidad Carlos III

· Ocupación actual: Estudia un máster en Business Consulting School of Management de Madrid

· Residió en: Sidney, de septiembre de 2018 al pasado mes de junio

· Su sueño es: Trabajar en una consultoría internacional y volver a Australia, vivir allí unos años

Consciente de su necesidad de mejorar el conocimiento del inglés, especialmente en el lenguaje económico y de negocios –el que será su terreno profesional–, Carlos Riera emprendió hace poco más de un año rumbo a Australia. Reconoce que para mejorar el idioma podría haberse ido mucho más cerca, pero al estudio quería sumar una experiencia única. Y la encontró en Sidney, donde cumplió su doble objetivo, por un lado dedicando mucho tiempo para obtener la titulación de inglés que se había marcado, con clases diarias de 9 de la mañana a 4 de la tarde, y por otro, viajando y explorando al máximo el país, aunque también trabajó las horas que legalmente le permitía su visado de estudiante. Porque pese a contar con el apoyo económico de su familia, cuando llegó a Sidney se dio cuenta de que el coste de la vida era muy elevado y que en pocas semanas «me iba a quedar a cero», explica.

Este joven graduado, a punto de cumplir los 23 años, tiene las ideas muy claras. «Sabía que podía empezar a trabajar con el inglés que tenía, pero no era suficientemente bueno, no me encontraba a gusto en las entrevistas de trabajo, y veía que en breve iba a necesitar más nivel», y eso, sumado a un espíritu aventurero que ya le había llevado a México para emplearse algunos veranos en la hostelería y la restauración con solo 16 años, le sirvió para abandonar el guión establecido y la comodidad de quedarse en Madrid, donde cursó la carrera y ahora realiza un máster.

Australia, destino que antaño acogía y abrazaba la inmigración pero que progresivamente ha ido endureciendo sus condiciones de entrada al país, no lo pone fácil. «Es bastante complicado el tema de los visados, yo opté al de estudiante, eso me obligaba a ir a clase todos los días, y es lo que hice, salvos dos semanas al final que me dediqué a hacer turismo», relata. Quince días en los que pudo hacer un viaje por carretera recorriendo Nueva Zelanda con un amigo.

Las horas de inglés dieron fruto y consiguió examinarse y aprobar en junio, cumplir las expectativas que se había planteado, además de trabajar el resto del tiempo que tenía como barman en el Club Náutico de Australia, el CYCA (Cruising Yacht Club of Australia), famoso por organizar la regata entre Sidney y la capital de Tasmania, Hobart.

Eligió Australia porque está entre los países que le causan admiración, como Canadá, de los cuales pensó que podía aprender valores diferentes. Finalmente se decantó por irse down under como coloquialmente se conocen las tierras australianas. «Sabía que estando en Sidney no iba a volver durante todo el año, ni siquiera por Navidad, era un reto para mi», sonríe al señalar su empeño personal.

«La visa me permitía trabajar media jornada, 20 horas a la semana, como todo es bastante caro no podía dedicarme solo a estudiar», explica sobre su búsqueda laboral, «tuve suerte, entré en una página de trabajo por internet y vi un anuncio para ser barman en el club náutico de Australia, opté y al día siguiente hice la entrevista y ¡me cogieron! El día uno de octubre empecé a trabajar en el CYCA»

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Carlos contaba con experiencia. «Estuve trabajando en México, en un hotel, empecé con 16 años y fui tres veranos, quería tener esa experiencia internacional, y fui con una empresa balear que tiene un hotel en la Riviera Maya, rotaba durante dos meses por distintos departamentos». Allí la aventura estuvo un poco amortiguada por la facilidad de poder hablar español, pero en Sidney, con el inglés y su variante australiana, Carlos solo puede describir su llegada como «un shock». Afortunadamente para el menorquín, vivió con una familia en la que pudo llevar a cabo una inmersión lingüística total; en este hogar convivió con otros estudiantes internacionales a lo largo del año que residió allí. Su viaje y estancia lo organizó a través de una agencia de movilidad internacional. «Con las 20 horas de trabajo era imposible pagar la casa y la academia, con eso podía pagarme mi comida y mis gastos». A pesar de la carestía de la vida, «si consigues entrar y un trabajo, te pagan bien». Para Carlos Australia «sigue siendo un país de oportunidades».

«Muchísima gente busca una experiencia en Australia, jóvenes europeos que han terminado el bachillerato y antes de estudiar una carrera quieren viajar, y de allí van a Bali e Indonesia», cuenta Riera, «y españoles también, y todos trabajábamos de lo mismo, camareros, barmans..., la verdad es que en bares y restaurantes apreciaban el talento español, me sorprendió, pero lo valoraban mucho en las entrevistas de trabajo, nuestro buen trato hacia el cliente..., por ejemplo los asiáticos están más en cocina, y los ingleses trabajan sobre todo de mano de obra en la construcción, cobran bien, están dos años y luego vuelven a Reino Unido, también lo hacen otros europeos y sudamericanos».

De hecho su empresa le promocionó y ofreció un sponsorship o patrocinio, lo que significa que podía lograr un visado para vivir allí otros dos años, trabajando la jornada completa, con su derecho a vacaciones y seguro privado. «Pero yo tenía la oportunidad de estudiar el máster y quiero tener una carrera profesional de lo que he estudiado, por eso no lo cogí», asegura. En el CYCA no todo era trabajo. «Fue bonito, una experiencia genial, porque pude conocer a gente australiana, y también a estudiantes de otros países con los que viajé, pude hacer un road trip, bucear, y hasta aprendí a hacer surf», recuerda, aunque «viajé poco para lo que me gusta».

En la carretera

Entre esos lugares que pudo visitar estuvo Melbourne «una gran capital de estilo más europeo», las playas al sur de Sidney; Cairns, donde pudo bucear en la Gran Barrera de Coral; y el viaje por carretera lo realizó junto con un amigo francés por Nueva Zelanda. «Si vas de Sidney a Nueva Zelanda es como volver a Menorca en invierno, verde y con muy poca gente», bromea, «era junio y hacía frío, porque allí empieza el invierno, íbamos de camping y supongo que eso cuenta en la experiencia». El paisaje es uno de los principales atractivos de Nueva Zelanda, además de la fauna peculiar «muchos animales que no sé cómo se llaman y todo muy grande, las arañas, las serpientes...», y como también descendió bajo el mar, allí contempló tiburones y tortugas. La barrera de Coral fue uno de los motivos que decantó la balanza en favor de Australia cuando eligió un destino, debido a su afición al buceo, que ya practicó en México.

La presencia de escualos es una constante en las aguas australianas, aunque no por eso deja de ser un paraíso del surf. «En un campamento de fin de semana para aprender a surfear un compañero sufrió un ataque y lo tuvieron que evacuar en helicóptero», explica, «se recuperó». A pesar del riesgo Carlos no quiso dejar de cumplir su deseo de bucear, «era un sueño y como lo hice con instructor, pensé que en principio no tenía que pasar nada», además «en todas las playas hay megafonía y voluntarios van avisando, desde helicópteros, de la presencia de tiburones», para evacuar la zona si es necesario.

Australia sigue en los planes de futuro de este menorquín viajero. «Me encantaría volver», afirma, «tengo la esperanza de entrar a trabajar en Madrid en una consultoría internacional, donde pueda hacer proyectos en el extranjero y en concreto, ir a vivir a Australia unos años, me parece un país muy bonito y distinto».