El polígono industrial de Maó es una de las zonas de la Isla donde la lluvia desborda el alcantarillado.

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La gestión de las aguas pluviales es probablemente uno de los aspectos más olvidados del llamado ciclo del agua. La gran mayoría de las redes de saneamiento de Menorca no cuentan con sistemas para la recogida separada del agua de lluvia, ni mucho menos de sistemas de tratamiento que permitan poder aprovechar los millones de litros que caen cada año del cielo. Según los datos aportados anualmente por los municipios a través del portal cartográfico del Consell, el IDE, solo el 26,6 por ciento de la red está preparada para separar el agua de escorrentía de la residual.

Esa falta de separación de aguas provoca que cada vez que, como en las últimas semanas, llueve con intensidad, el agua de precipitación invade el alcantarillado, lo desborda y provoca que se terminen vertiendo aguas fecales en zonas de valor ambiental o turístico, como puede ser el puerto de Maó, un claro ejemplo de la realidad que se vive en esta y otras islas como Mallorca, donde la bahía de Palma ha tenido que ser cerrada en numerosas ocasiones por este tipo de vertidos contaminantes.

No es el único efecto pernicioso ya que la entrada de agua de lluvia en grandes cantidades en la red de aguas residuales provoca que las depuradoras se vean sometidas a episodios de sobrecarga que alteran su normal funcionamiento. La normativa obliga a las administraciones a incorporar redes separadas en cada nueva actuación de renovación de calles; sin embargo, los avances en este sentido son lentos y la mayoría de municipios están muy atrasados en la implantación de estas redes, sobre todo en urbanizaciones, núcleos aislados y fases antiguas de polígonos industriales.

El caso más llamativo es el de Sant Lluís, donde poco más del cinco por ciento de sus redes de alcantarillado separan el agua. En el otro extremo de la balanza se sitúa Ferreries, con casi un 78 por ciento de la red que permite la separación. Por encima de la media se sitúa Maó, con un 36,5 por ciento de la red con sistema de separación de aguas pluviales. El caso de Maó es paradigmático ya que a pesar de contar con más de 20 kilómetros de canalizaciones de recogida de pluviales, cuando no se desborda y termina en el puerto o inundando calles, sobre todo en el polígono industrial, todo el agua termina en el mismo punto, en un colector unitario, que no separa. Adaptar ese colector para que pueda tratar el agua se calcula que cuesta un mínimo de ocho millones de euros. Un caro horizonte con el que se podría dar tratamiento al agua de lluvia para su aprovechamiento, aliviar las depuradoras y minimizar los vertidos.