Marije Evelyne Sikkes, de Holanda a Ferreries | Sergi Garcia

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Originaria de...

Haarlem, capital de la provincia de Holanda Septentrional.

Actualmente vive en...

Ferreries.

Llegó a Menorca...

— En el verano de 2004.

Ocupación actual

— Dependienta en la Ferreteria Eines.

Estudios

— Alta Escuela de Turismo en Ámsterdam.

Su lugar favorito de la Isla es...

— La Mola.

Tiene 35 años y llegó con 19 a Menorca para hacer las prácticas de la escuela de turismo de Ámsterdam, a 20 minutos en tren de su ciudad natal, Haarlem, donde estudiaba. En la Isla ha trabajado, entre otros, como azafata de tierra en el aeropuerto y durante 12 temporadas en la ganadería de Son Martorellet, en Ferreries. Cuenta que aquí tuvo la suerte de tener de compañera a Rosi, quien le enseñó las primeras palabras en menorquín, con frases como: Vés i agafa un poal, que al principio no entendía. Lo habla, casi, con la misma fluidez que el castellano, sin apenas acento holandés y con algún deje ferrerienc. De Menorca también se ha impregnado de su paisaje, que pinta desde la escuela Art’s de Ferreries. La Isla está en sus recuerdos de infancia, porque durante 30 veranos su familia pasó sus vacaciones en un chalé alquilado de Cala Blanca. Fue donde aprendió a nadar, sus primeras palabras en inglés y alguna palabrota en castellano entre juegos de niños, recuerda.

Su primer jefe aquí la bautizó como María, que era más fácil que la pronunciación holandesa de Marije. Trabajando en el sector turismo, en el Hotel Audax y en el Cala Galdana, en el verano de 2005, conoció a Manu, su marido, y ya no regresó a su país.

¿Cómo se tomó su familia que no volviera?

— Fue curioso, porque mi padre, enamorado de Menorca, siempre nos decía que cuando se jubilara vendría a vivir aquí. «Y tú vendrás de vacaciones», me decía, a lo que yo respondía que «fantástico». Me adelanté (sonríe), y fui finalmente yo quien le invité a pasar aquí las vacaciones. Mis padres se habían separado, y él venía cada verano a la Isla trayendo su coche. Ahora, jubilado, ya vive aquí, instalado, como yo, en Ferreries. Mi madre falleció en 2010 y vino también algún año de vacaciones para estar con nosotros. Mi hermana es asidua; ella viene con toda su familia. Nos llevamos cinco años, pero nos parecemos tanto, que en el pueblo muchas veces nos confunden. Con mi familia tanto aquí ha sido más fácil que mi hijo, Neil, hable holandés.

¿Cuántos idiomas habla?

—Yo hablo holandés, castellano, menorquín, inglés y alemán, y me defiendo en francés y en italiano. Con mi marido, que entiende el holandés pero no lo habla, hablamos en español, y a mi hijo intento hablarle en mi lengua. Él tiene cuatro años, y cuando de pequeñito en la calle le hablaba holandés, la gente se pensaba que me estaba enfadando con él (es un idioma que suena duro, como el alemán) y esto me cortaba mucho.

¿Le resulta complicado dominar el menorquín y el castellano?

—En el trabajo me hablan en menorquín, y yo lo hablo a menudo también, pero de tant en tant faig colque pedrada.

Aquí ha encontrado a más holandeses.

—Una vez, por casualidad, en Es Migjorn, buscando el centro de salud para mi hijo enfermo, pregunté en castellano a una pareja en la calle si sabían dónde estaba. Me contestaron «no lo sabemos», y por su acento, supe enseguida que eran holandeses. Al contestarme en este idioma que no sabían dónde estaba el centro de salud porque eran de Ferreries, me reí, y les dije que vaya casualidad porque yo también. Se llaman Frans y Anneke.

¿Qué cree que les gusta de Menorca a los holandeses?

—La tranquilidad. En Ferreries puedes dejar la puerta abierta, los vecinos se saludan y se conocen bien entre ellos. Es bonito y me recuerda a los pueblos de antes en Holanda, como el sitio donde vivía mi abuela. Era un pueblecito alejado de la ciudad por donde pasaba asiduamente un autobús que hacía de supermercado para dejar los víveres más habituales en las casas.

¿Qué le llamaba la atención cuando venía de niña?

—El tipo de ropa que llevaban los insulares, que me parecía más antiguo, más serio, con pantalones de pata ancha. Nosotros vestíamos más alegres, con vestidos de flores y estas cosas tan típicas de guiris, supongo (se ríe).

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¿De Holanda y sus estereotipos, qué hay de real; por ejemplo, sobre las bicicletas?

—Hay muchas más bicicletas que habitantes. Yo tengo mi bicicleta holandesa y no puedo vivir sin ella. No la cambié nunca. Mi padre la tenía guardada y me la trajo en el año 2007.

¿Qué tienen diferente?

—Son más altas y vas sentada más cómoda en ellas, con menos inclinación. Mi bici no tiene frenos, y si quiero parar, tengo que pedalear hacia atrás. Las pendientes, que también allí las hay, creo que son más fáciles. Aquí creo que es un poco más complicado moverse en bicicleta por la ciudad.

Nos viene también la imagen de campos de tulipanes.

—La zona de los campos de tulipanes están entre Ámsterdam y Haarlem, dos ciudades conectadas por una carretera general con sendas puertas de entrada, y a su alrededor están los campos de tulipanes. Algunos se vaciaron por el agua, porque están a unos cuantos metros por debajo del nivel del mar. Ámsterdam lo está a 14 metros. Los pronósticos calculan que en 2047 estará todo hundido.

Otra curiosidad típica son los coffee shops.

—Imagínese una tienda de chuches, como Xupi (referente en Ferreries), con escaparates de diferentes tipos de droga para fumar, y algunos, hasta con máquinas expendedoras. Una vez nos llevamos a Holanda a unos amigos menorquines. Les advertí de que no probaran más de cuatro caladas, pero no me hicieron caso, y lo pasaron muy mal. Pero todo depende de lo que fumes.

¿Qué es lo típico de aquí que más le gusta?

—La fiestas de Sant Bartomeu. Mi hermana y su marido tampoco se lo pierden, y cada año nos hacemos camisetas para toda la familia con motivos holandeses. Y nos encanta la sobrasada, las ensaimadas y los pastissets.

Allí tienen una repostería diferente.

—En Holanda, toda la repostería lleva mantequilla. Yo preparo alguna tarta típica de Holanda a menudo, y mi especialidad es una de manzana, que, por cierto, mi padre está esperando que prepare desde hace algún tiempo. Mi despensa está llena ahora de envases de Holanda con pepitas de chocolate, que comemos con pan y mantequilla, y que aquí es un producto más caro y que no se comercializa tanto. Curiosamente, por Navidad, en Holanda, se hacen una especie de bunyols, los olie bollen, más grandes y con forma de bola. En Holanda, y como curiosidad, hay una tendencia asiática en la gastronomía, por influencia de Indonesia, que fue colonia.

¿Qué echa de menos?

—A mis mejores amigas de allí y poder hacer algunas cosas típicas de la ciudades, como la facilidad de pasar un día en un parque de atracciones.