Doryan Suárez es una figura reconocida dentro del sector artístico de Menorca | Gemma Andreu

TW
4

La ficha

Originaria de: Jagüey Grande, Cuba

Nació el 25 de enero de 1977.

Actualmente vive en Maó.

Llegó a Menorca en 2008. Un año antes había venido a Europa embarcada en una gira artística.

Estudios: Formanda en el Centro de Danza de La Habana.

Profesión: Bailarina.

Su lugar favorito de la Isla es: Fornells.

Cuando en 2007 salió de Cuba, Doryan Suárez Hernández ni se imaginaba cómo su vida estaba a punto de cambiar. Lo que comenzó con una gira con la compañía del Centro de Danza de la Habana con Barcelona como primera parada, derivó al final con destino a Menorca, donde actualmente reside, después actuar en otros países del Viejo Continente.

Parece como si Europa, laboralmente, le quisiese atrapar.

—Sí. Lo que ocurre es que, por mi profesión, tenía permiso múltiple de entrada y salida de Cuba. Cuando finalicé en Alemania, después de haber estado en Suecia, cogí el autobús y fui a Oviedo, donde vivían unos antiguos colegas de mi compañía. Además, yo estaba entonces casada con otro bailarín, que actuaba conmigo y que tenía familia también en Asturias. Al final nos fuimos enredando, yo echaba de menos a mi gente pero ya se me había cumplido el plazo para volver, así que tuve que iniciar la tramitación del papeleo. Hasta que logré regresar a Cuba, habían pasado cuatro años.

Y en ese periodo de tiempo, ¿cuándo apareció Menorca en su vida?

—En 2008. La cuestión es que padecía de asma, y en Asturias no me encontraba a gusto. Consideramos que una manera para que me sintiera bien era salir de allí, y como el mar es muy importante en mi vida pensamos en ir a una isla. Valoramos Canarias, pero nos habían hablado también de las Balears.

Y se decantaron por Menorca.

—Sí, nada más llegar, la impresión que tuve era de un sitio que no estaba muy limpio, ya que Oviedo es una ciudad excesivamente pulcra, pero sentí que era el lugar en el que quería estar. Pasamos la noche en el puerto, eran los primeros días de mayo y no teníamos dónde dormir ni dinero. Llegamos con nada, y con la mala experiencia de haber trabajado en un bar en Asturias y que no nos pagaran por no tener papeles. Me acuerdo de comer pizzetas en un lugar al lado del Akelarre, y así transcurrieron cinco días hasta que encontramos dónde dormir y alquilamos una casa por un mes.

Unos comienzos no demasiado fáciles.

—Bueno, conseguí trabajo, eso no fue complicado. Aquí vivía una amiga que había estudiado conmigo en la Escuela Nacional de Arte; era cantante pero entonces trabajaba en un bar, buscaban a alguien para limpiar y así empecé, ilegal como mucha gente. Pero mientras trabajaba, un día vi un cartel que anunciaba que se daban una clase de danza contemporánea en el Claustre. Fui y estaba lloviendo, querían suspenderla pero al final salió adelante. Allí conocí a unas chicas, y al día siguiente creamos una compañía.

De nombre Vuelta y Vuelta. ¿Sigue en activo?

—No, justo lo dejamos el año pasado. Todos seguimos con nuestros propios proyectos, y yo estoy tratando de bailar muchísimo. La verdad es que ahora es complicada la vida para una compañía.

¿Por qué?

—La circunstancia del agua por todas las partes es cierta. La crisis económica es real y los festivales cada vez son más cerrados, si no te conocen no te quieren, y además muchos no pagan. Mover cinco o seis bailarines es complicado, en la actualidad la danza funciona con uno o dos artistas. Un buen número de compañías reconocidas e importantes se están yendo a pique, y por eso es lógico que nosotros sucumbiéramos también. Es complicado, pero yo me veo en un momento en el que quiero seguir trabajando, no quiero parar.

¿Qué proyectos tiene actualmente?

—Pues el más inmediato bailar para una exposición de la fotógrafa italiana Gianna Carrano. También suelo salir a Valencia para actuar y he participado en una película de cine cerámico, en la que no tengo diálogo ya que represento el agua bailando, una cinta que ganó el premio del público del Festival de Cine de Montpellier. Por otra parte, doy clases en diferentes academias.

Y además es promotora del Plaff Festival. ¿Cómo va ese proyecto?

—Contenta pero muy asustada. Porque es difícil que se mantenga y conseguir la calidad que quiero ; no recibimos ayuda económica y nos vemos obligados a pedir favores a los bailarines, actores, pintores… Es duro pedirle a tus colegas que no llegan a final de mes que trabajen gratis. Por qué además, ¿qué certeza tienen de que uno no está ganando dinero con ello? Yo puedo decir que no lo hago, en este caso sigo adelante por amor al arte, porque tengo la fe de querer dejar un mundo mejor a mi hija. Mi intención en principio era hacer un festival que se llamase anónimos, que promoviera algo que es de nadie y de todos a la vez, es una idea que me resulta muy atractiva.

¿Qué le lleva a quedarse en Menorca?

—No te lo puedo decir… Cuando llegué me sacó de quicio el hecho del poc a poc; me decían eso, y mi respuesta era que así no podía respirar, que no llegaba. Suelen decir que la gente de aquí es cerrada, pero yo no lo comparto. Me sorprendió una noticia al poco de llegar, leí en el periódico que una señora se había caído en un bache. Entonces pensé que para que eso fuera noticia estábamos en un lugar muy tranquilo. Y yo necesitaba un poco de calma… Eso es lo que recuerdo, y que además había danza. Lo que me permitía volver a bailar de nuevo, después de unos meses inactiva.

¿Qué le supuso no poder volver a Cuba en aquella época?

—Llorar cada día, y mucho. Antes había una ley que decía que si no volvías al cabo de los once meses te convertías en disidente, que es lo que me ocurrió a mí. Me podían caer penas de cárcel y había perdido todos los derechos como ciudadana. Ahora lo han aumentado a 23 meses, pero ya puedes repatriarte tranquilamente y no pasa nada. En mi caso, para regresar a mi país tuve que hacerlo ya como residente española, por eso tuve que esperar cuatro años. Se me hizo largo, pero cuando regreso allí también se me hace largo cada día que no estoy en Menorca. Mi patria es mi madre, pero hay algo más que la patria, uno lleva a su país en cada paso que da; no obstante, no tengo amigos en Cuba, todos ellos se fueron, hay una generación muy perdida, muchos de ellos artistas.

Noticias relacionadas

¿Cree que le habría ido mejor si hubiera regresado?

—Yo estaba en la mejor compañía de mi país, pero también a los 30 años igual no podría haber seguido bailando, eso nunca se sabe. Aunque mi directora me llama y quiere que vuelva para participar en residencias y que monté coreografías, algo que para mí ha sido muy lindo.

¿Cómo están las cosas por allí?

—Cuba está como Timoteo en el gajo, ni para arriba ni para abajo. No sé, en mí, siento que es como una luz que todo el mundo necesita creer que sigue brillando, pero que obviamente tiene problemas. Como idea, como concepto, es importante que exista una Cuba, lo que pasa es que necesitamos cambiar de forma, de foco, hay muchas incongruencias en cuanto a lo que se quiere y lo que hay, a lo que se dijo y lo que es. Todo lo que teóricamente es maravilloso funcionalmente es complicado: una economía que no se sustenta no puede sustentar un para todos.

¿Tiene familiares allí?

—Solo a mi madre. Como todos los que son profesionales allí, viven un poco mejor; ella es psicóloga y oligofrenopedagoga, ya está jubilada.

¿Ha visitado Menorca?

—Ha venido tres veces, pero sale poco de casa.

¿Y eso?

—Le gusta, pero hay una dicotomía. Crecer en Cuba es algo raro, te sientes traidor todo el rato por disfrutar de otra cosa, disfrutar del capitalismo es un poco traicionar todo lo que sabes y todo lo que eres. Creo que ella está en ese momento.

En su caso, ¿qué es lo que más le gusta de vivir en Menorca?

—Todo. Lo que menos me gusta es que me queda lejos de mi madre.

¿Se había planteado alguna vez vivir fuera de su país?

—No, jamás. Yo nunca estuve mal en Cuba. Y cuando me vi en la necesidad de entender donde estaba porque residía aquí, tampoco me sentí mal.

¿Cómo entra la danza ?

—No estoy segura. Pero cuando pasaron por mi pueblo para hacer unas pruebas para la Escuela Vocacional de Arte, yo tenía seis años y entré. Así, con el tiempo me gradué.

¿Y ahora que supone la danza en su vida?

—Yo soy bailarina, es lo único que sé, es lo que dice mi pasaporte, y que soy madre. La danza es contacto, es hacia fuera pero también hacia dentro; como el arte abstracto, el tipo de danza que yo hago es un poco de investigarte a ti mismo; si a ti hay algo que te mueve es casi seguro que también tendrá ese efecto en otra persona. En resumen, es exteriorizar lo tuyo para que el otro se sienta identificado. Hay mucha metáfora, mucho símil y literatura en la danza. También tiene un punto de generosidad.

¿Qué retos tiene?

—Mantenerme. No se me está haciendo difícil cumplir mis expectativas. Me encantaría salir más de la Isla para hacer cursos, pero la realidad es que ahora tengo una hija de cinco años.

Resuma su aventura menorquina.

—Ahora mismo es mi casa. Aquí he crecido mucho, he tenido que aprender a buscar un trabajo, no sabía lo que era eso; nunca había hecho un currículum, allí te lo redactaba el Ministerio de Cultura. Allí la vida para mí era más fácil. Creo que soy una persona que ha pensado mucho y vivido poco. Cuando llegué a Europa con 30 años no sabía nada de nada, y tampoco a los 36 ni ahora que tengo 43. Saber que soy una total ignorante es lo más bonito que puede haber, porque te das cuenta de que puedes seguir aprendiendo, una vez que crees que sabes mucho se acabó todo. Hay que aprender que existen dos respuestas, a recordar que en matemáticas hay más de una solución para un problema.