Manuela Carmena, este sábado en el Ateneu de Maó | Josep Bagur Gomila

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Manuela Carmena (Madrid, 1944) ha visitado la Isla para participar en los actos conmemorativos de la fundación de Alaior. Ocasión que ha permitido que el Ateneu de Maó organizara ayer una charla con esta abogada laboralista y jueza emérita. Una mujer que en 2015 llegó a la alcaldía de Madrid con Ahora Madrid, y que en 2019, pese a ser de nuevo la más votada, vio como la entente entre PP, Ciudadanos y Vox aupaba a Martínez-Almeida. Entonces, la exvocal del Consejo General del Poder Judicial renunció a su acta de concejal, dejó la política y tomó otros caminos. Uno, en la ONG Cosiendo el Paro, que «intenta enseñar a hacer artesanía a personas que no tienen posibilidades laborales», con su marca Zapatelas dedicada a la ropa infantil y a la fabricación de juguetes que la propia Carmena diseña.

¿A qué se dedica, hoy, Manuela Carmena?

—Lo más importante lo hago en la ONG, pero también tengo un programa en Radio 5, «Máster en justicia», de divulgación de la justicia, que tiene además un apartado para ver como los más jóvenes aprenden la idea y el valor de justicia y su externalización. Además, participo en dos tertulias, en TV3 y en la SER; he escrito dos libros, de cuentos y dirigido a los jóvenes; y ahora escribo algo un poco más largo, sobre la tolerancia en política. Y también cuido de mi nieta pequeñita, de 19 meses, que nació casi durante el confinamiento.

En Alaior habló sobre la importancia del municipalismo.

—Sí. Titulé la charla «¿Municipalismo, política pequeña?», porque, aunque el municipalismo es más que política, está sufriendo el rechazo que sufre, en general, toda la política. Es muy preocupante que en torno al 90 por ciento de la ciudadanía sienta rechazo hacia los políticos, según una de las últimas encuestas del CIS.

¿Tiene remedio esta desafección?

—Lo municipal es ese primer contacto que justifica una institución política a nivel de la calle, y permite a un ciudadano llamar a la puerta del ayuntamiento porque no puede pagar el alquiler y necesita ayuda. Ahora, la institución se ve mermada por la utilización, yo diría incorrecta, de los partidos, que se convierten en los protagonistas de la ciencia de la gestión pública que es la política.

¿Cómo se puede resolver?

—Haciendo un esfuerzo para buscar estructuras que permitan más la política directa local, y no tanto la general. Conseguir que la ciudadanía tenga un protagonismo propio. Soy muy partidaria de los presupuestos participativos y que no solo decidan lo que hay que hacer, sino que lo hagan. Hay que profundizar en la colaboración público-social, y que se puedan librar fondos para que, si vienen unos ciudadanos que quieren hacer un proyecto, puedan gestionarlo. ¿No nos preocupa encargar la limpieza de una ciudad a una empresa, pero sí encargar un proyecto a un grupo de vecinos? He visto la ley balear y creo que es muy limitada, está más vinculada al buen gobierno y no es específicamente una ley de participación. Hay que crear organismos puramente ciudadanos, como el observatorio a base de ciudadanos designados por sorteo, que creamos en el Ayuntamiento. Fue interesante ver como los ciudadanos debaten de otra forma.

¿Ha participado en la campaña electoral de Madrid?

—No. Nunca he estado vinculada a un partido, solo cuando era muy joven, con el Partido Comunista. Una vez entré en la judicatura, lo dejé. No es el tiempo de los partidos, sino de otras acciones. Pero por supuesto, me interesa mucho el periodo electoral y me siento vinculada a Mónica García, una profesional maravillosa. Cuando la conocí quedé sorprendida; es una médica con un profundo sentido de lo que es la política.

¿Qué le ha parecido la campaña?

—Un horror, terrible. Ha sido la elevación al cubo de los insultos y los improperios a los que estamos acostumbrados en el diálogo político. Ha sido la expresión más lamentable, de la manera errónea de entender el diálogo político.

Las encuestas apuestan por Ayuso. Si no obtiene mayoría absoluta, ¿debe la izquierda facilitar que gobierne en minoría y que así no pacte con Vox?

—Son cosas complejas. Se ha hablado mucho de la ultraderecha, pero no encuentro una diferencia sustancial entre el PP de Madrid que conozco y la ultraderecha. Por eso hay esa sintonía. Naturalmente, lo que representa Vox está crispando muchísimo, pero la gran equivocación de los que nos sentimos profundamente demócratas, es haber olvidado que lo más importante en democracia es respetarse, escucharse. Si estamos constantemente insultándonos, les damos el caldo de cultivo más deseable. Hay que trabajar bien en democracia y cuidarla, y que ellos también digan lo que piensan.

O sea, fomentar debates sobre lo que realmente importa.

—Sí, y sin crispación. Hagamos estudios, avaluemos lo que hacen en otros países y veamos sus resultados. ¿Qué papel puede jugar ahí la extrema derecha? Muy pequeño. Cuando hablan de los inmigrantes y los Mena [menores extranjeros no acompañados], hay que debatir sobre gestión, de lo que significa tener la obligación general, humana, histórica de la hospitalidad, de lo que gastamos, de lo que significa tener abierta la puerta a emigrantes que nos necesitan, y de lo que nos beneficia al país. Cuando se analiza todo eso, se caen los argumentos de la extrema derecha, como una cáscara que se desprende fácilmente de su semilla.

¿Apostaría por hacer un cordón sanitario a Vox?

—La solución no está en hacer algo contra ellos, sino hacer algo a favor nuestro, como demócratas, pero no con el protagonismo de la partidocracia y que lo más importante sea el partido, para llegar al gobierno y echar a los otros.

¿La ley de memoria histórica ha avivado esta polarización?

—Más lo ha avivado el problema y la actitud de Cataluña. Los cuatro años que viví en el Ayuntamiento de Madrid, lo que más nos afectó, y fíjate lo que tendría que ver en nuestra gestión municipal, fueron los problemas del Procés. Empezamos a desplazar los plenos y en lugar de hablar de las cuestiones esenciales de la ciudad, lo hicimos del Procés.

También pienso que muchas veces no nos damos cuenta del daño que hizo ETA. Sesgó la vida a muchísimas personas y apolilló a la democracia.

Y la ley de memoria histórica, sí, pudo influir, pero no fue determinante. En el Ayuntamiento nombramos un comisionado, con una mezcla de historiadores de todos los grupos, y fue bien, aunque sin perjuicio de sectores de la extrema derecha dentro del PP, que cuando decíamos que muchas víctimas de Franco no tuvieron el reconocimiento correspondiente, respondían que claro, que ellos ganaron la guerra. Eso no se puede tolerar tantísimos años después.

Volviendo a las elecciones. Llegado el caso, Pablo Iglesias sería un problema para gobernar en coalición en la Comunidad de Madrid?

—Creo que no. Pudo haber un problema en las elecciones al Ayuntamiento de Madrid, pero más bien por las maneras. Siempre me pareció muy importante que no hubiera una designación de los candidatos por parte de los partidos, y fueron reflexiones técnicas que tuvieron una mala salida. Pablo Iglesias no apoyó mi candidatura; es más, hizo todo lo contrario, hizo que no nos votaran. Pero ahora no pasa eso y no habría ningún problema para estar juntos.

Hablábamos antes de la desafección política y también la hay con la justicia, por una separación de poderes que parece diluirse.

—La desafección no es respecto de la judicatura, sino de los órganos de gobierno de los jueces, del Consejo General del Poder Judicial. Si miras encuestas respecto a las instituciones, de los años 70 y de ahora, ves que los jueces han ido ganando apoyo, porque en muchos momentos han sido la única alternativa verdaderamente no contaminada que ha podido resolver un problema. Han tenido muy presente la coyuntura económica y la necesidad de que las grandes mayorías pudieran beneficiarse de algo que nos trajo la Constitución, que es el derecho de los consumidores. Se ha restado importancia a las decisiones de los bancos, se ha intentado controlar las hipotecas.

Se cuestiona el CGPJ, y es lógico. Siendo un procedimiento razonable, donde el Congreso y el Senado deben designar a parte de los miembros del CGPJ, se ha hecho con reuniones entre los partidos, buscando sus intereses.

¿La perversión del sistema?

—Tú lo has dicho. Se ha pervertido por la actitud de los partidos. No sé si lo mejor es cambiar el procedimiento, pero igual es la única solución, y que lo haga la judicatura. Ahora, sin esperar a que el PP estuviera de acuerdo, el Gobierno tenía la ocasión para poner en marcha el proceso de revisión. La ley no dice que deba haber acuerdo entre partidos, dice que hay que poner en marcha el mecanismo. ¡Pues póngase en marcha! Lo que no puede ser es hacerlo todo en reuniones secretas, en las que, además, el PP tiene la osadía de impedir que un magistrado, José Ricardo de Prada, que es extraordinario y tiene experiencia de juez internacional, no llegue al CGPJ por haber intervenido en la primera sentencia de Gurtel. No se puede tolerar; si sucede y se nombra a otro juez, se habrá perdido la independencia judicial.

A pesar de todo, ¿es optimista con lo que viene? Porque ya solo faltaban unas balas.

—Lo de las balas está mal, pero no hay que darle más importancia. Ojalá se adivine quien ha sido y se pidan responsabilidades. Pero sí, soy optimista. Estoy acabando la autobiografía de la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, y ves como ella habla de la situación que había durante el gobierno de Trump y como ha habido una reacción de la ciudadanía. Si la ciudadanía quiere, la clase política mejorará. Pero no solo yendo a votar, hay que hacer más cosas, hay que preocuparse de lo nuestro, tenemos derecho a gestionarlo y que no lo hagan por nosotros.