La psicóloga Maite Ferrero.

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Costó mucho acostumbrarse a la mascarilla y, paradójicamente, a muchos les va a ser difícil quitársela. Si el miedo a salir de casa tras el confinamiento dio a conocer el síndrome de la cabaña, ahora ya hay otra patología que acecha derivada de esta pandemia, el síndrome de la cara vacía, que serían el conjunto de síntomas como malestar, estrés y angustia que algunas personas pueden sufrir estando cerca de otras personas sin la mascarilla puesta. Será para ellas como sentirse desnudos.

«Sin duda la gente va a cambiar su modo de relacionarse, va a haber cambios en la vida diaria, eso de dar dos besos o la mano cuando te presentan a alguien, o compartir un postre en la mesa se va a reducir mucho, vamos a ser más precavidos a raíz de esta pandemia», afirma la psicóloga Maite Ferrero, vocal en Menorca del Colegio Oficial de Psicología de Balears.

«Hay un cambio en las costumbres, y eso con nuestro carácter mediterráneo, más efusivo que en los países nórdicos, se va a notar más, porque no estábamos habituados a ello», explica. En opinión de Ferrero, a partir del final de la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores    se van a formar distintos grupos y formas de afrontarlo.

«En un análisis a nivel muy general, va a haber tres grupos de personas, los que siempre han tenido problemas para aceptarla, que se la van a quitar con una alegría tremenda y sin reparos; en un segundo grupo estarán los más reticentes, personas más obsesivas, paranoides, hipocondríacos con temor al contagio, o porque han sufrido la covid-19 de cerca, en ellos o en sus familiares, y estos la seguirán usando un tiempo, les va a costar», asevera esta profesional.

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Por último, hay un tercer grupo que «la va a introducir en su vida cotidiana, se quitará la mascarilla en el exterior y se la pondrá cuando haya gente, en aglomeraciones, y ese va a ser uno de los grandes cambios, que se normalizará».

Como conclusión Ferrero está convencida de que va a pasar tiempo antes de que nos olvidemos de la mascarilla y quizás no lo hagamos nunca. «La mascarilla no va a desaparecer definitivamente de nuestras vidas, se volverá más habitual», señala. Y como experiencia personal recuerda que «en 2006 viajé a Japón y había gente en el metro, no todos, que usaba mascarillas, en Nepal y otros países asiáticos ya no solo las utilizan para evitar contagios sino también por los problemas de polución».

En cuanto al comportamiento ciudadano cuando se impuso el uso de la mascarilla, mucho se ha hablado de las sanciones, del incivismo de quienes se han rebelado contra el barbijo y han puesto en riesgo su salud y la de los demás, pero la psicóloga observa que también ha habido personas que han hiperreaccionado.

«Durante la pandemia se han dado comportamientos extremos, contemplé una escena en la que dos chicas le pedían a una tercera que les hiciera una foto.Esta persona no solo se negó sino que les reprendió de muy mala manera diciéndoles que no iba a tocar un objeto de otra persona, a mi me pareció una reacción excesiva, y es ese tipo de personas a las que les va a costar quitarse la mascarilla».