Escribano aboga por una Iglesia que integre todas las realidades sexuales.

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Montserrat Escribano (Benifayó, Valencia, 1972) llega hoy a la Isla de la mano del colectivo Alcem la Veu Menorca para impartir una conferencia en Ciutadella. Será a las 20 horas, en el salón de actos del instituto Josep Maria Quadrado y bajo el título «La diversidad sexual en la Iglesia: La diversidad en el amor de Dios». Una cuestión de actualidad que abordará esta licenciada en Teología y Humanidades, como doctora en Filosofía por su tesis sobre neuroteología fundamental.

Cada día es más necesario debatir sobre la diversidad e Iglesia.

—Es tan interesante y necesario como complicado. Es un tema difícil de afrontar, pero si hay una reflexión comunitaria debemos atrevernos a hablar de ello con la máxima claridad posible y a partir de nuestra fe.

Sexualidad y fe deberían ser compatibles, ¿no?

—Se tiende a pensar que son ámbitos separados y que lo que hacemos en casa es diferente de nuestra vida pública. Pero vivimos tiempos de cambios, se está invitando a pensar las cosas desde otros puntos de vista y ya no es tan fácil definir ambos espacios. Por tanto, nuestra vivencia, nuestra identidad cristiana y la identidad sexual van unidas.

A finales de 2020, en Menorca se retiraron las funciones a una catequista por casarse con otra mujer. ¿Son hechos habituales?

—Sí. Parten de una desconfianza hacia la persona y, lo más grave, de una falta muy grande de diálogo y conocimiento. Hasta la fecha, la forma de entender qué es la homosexualidad o las diversas formas de vida sexual, siempre plantean mucho esfuerzo y teníamos entendido que ser cristiano es una única cosa. Pero nos damos cuenta de que no está tan claro, y en la Iglesia cuesta mucho entenderlo, para iniciar un diálogo necesario. Ha sido muy fácil para la jerarquía catalogar a las personas por sus identidades y, si eres una mujer lesbiana, es muy fácil echarte. Es una decisión equivocada, denota autoritarismo y falta de diálogo. No nos damos cuenta del daño que nos hace a la Iglesia; no podemos faltar a la palabra de Jesucristo, que dice «no te condenaré, debo escucharte».

Lo dice en tono constructivo.

—Exacto. La Iglesia, el Reino de Dios, en un tiempo tan complicado y esperanzador al mismo tiempo, debemos hacer frente a lo que nos está pasando. La Iglesia es una Iglesia de diversidad, no existe una forma única de ser creyente, o cristiano, u hombre, o mujer. Debemos hacer crítica constructiva. El Evangelio es una forma crítica de estar en el mundo, para buscar la dignidad de todas las personas. Este es un mensaje liberador, para poner un poco de luz, porque hace sufrir a las personas. Tener una condición sexual, o de pobreza, no puede traducirse en una carencia de dignidad o de respeto a los derechos humanos.

¿El Vaticano va en esa línea?

—Claramente. Estamos en otro momento eclesial. Caminamos hacia ahí, igual que la sociedad. El mundo está cambiando la mirada sobre qué son las identidades sexuales y, gracias a las personas que ponen en cuestión qué es la dignidad sexual, lo estamos repensando. Ayudan a hacer preguntas cuyas respuestas, antes, eran clarísimas: que todos debemos ser heterosexuales y que la familia debe ser de un modo concreto. Esto ya no se sostiene y el Papa Francisco está abriendo las puertas. Debemos ser una Iglesia de diálogo.

¿Qué es la neuroteología?

—Es algo muy novedoso. Es un estudio que se sitúa entre las neuriciencias y las disciplinas teológicas. La neurociencia se está dando cuenta de que, cuando tenemos un pensamiento o se produce una experiencia de trascendencia o religiosa, aunque no sabemos muy bien lo que es, sí que podemos ver que en nuestro cerebro deja huella. Desde muchas perspectivas científicas se están interesando por lo que pensamos los humanos en torno a lo religioso, porque es una de las formas más elevadas de lo humano, sea o no cierto.

¿Para racionalizar el acto de fe?

—Por una parte tiene esta dimensión: cuando una persona dice que ha tenido una experiencia religiosa, aclarar un poco más cómo afecta a nuestra persona. Porque algo ocurre en el cerebro. Es igual que sentir cualquier emoción, o cuando nos enamoramos, que cambia la morfología del cerebro, tu mirada, la orientación vital, puedes hacer cosas que antes no te atrevías a hacer. Queremos una mirada más neurocientífica de algo que siempre ha estado en el ámbito de la teología y la psicología, incluso de la psiquiatria, para tener un conocimiento más amplio.

¿Qué más aborda la neuroteología?

—Un campo importante de estudio es el dolor. Parece que las personas con una tradición religiosa o con una forma de vida más meditativa, tienen una reacción diferente respecto al dolor. Lo afrontan de un modo distinto, y se está estudiando en los hospitales, para aplicarlo a la actividad médica, para asumir de otro modo lo que tiene que ver con el dolor, que también queda registrado en el cerebro y es una experiencia completamente sicosomática.

Así, tiene aplicaciones variadas.

—Sí, y son aplicaciones sociales. Estamos muy al principio. El país donde más se está desarrollando la neuroteología es en Estados Unidos, aunque allí también hay cosas muy extrañas que hacen sospechar. Incluso que el cerebro es capaz de transformar la realidad. La neuroteología no sería eso, sino algo mucho más científico.

¿En qué momento se encuentra?

—Es un momento interesante para la neurociencia y la teología, por todo lo relacionado con el transhumanismo, de la vida biológica y tecnológica. Empieza a tener mucha fuerza, vemos que se hacen trasplantes de cerdos modificados a personas. Vemos como damos nuestros datos y tenemos nuestras fotografías en internet, y vamos a ver si será posible traducir nuestras emociones y nuestras experiencias en datos cuantificables.