Ejemplares de frisona en una finca menorquina. | Josep Bagur Gomila

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Más de mil cabezas de vaca frisona desaparecieron el año pasado del paisaje agrario de Menorca. Aunque la tendencia de reducción de la cabaña de esta raza mantiene el signo de caída desde hace años, las 1.190 cabezas perdidas en un año, un 11 por ciento, constituyen un duro revés para la actividad ganadera de Menorca.

El dato revela el momento crítico que atraviesa el campo, donde la crisis hace tiempo que ha dejado de ser noticia por formar parte de la realidad cotidiana. Ni la experiencia de las últimas décadas ni las perspectivas a medio o largo plazo traen tampoco elementos de optimismo.

En 2020 había censadas 114 explotaciones de ganado frisón, especializado en la producción lechera. Al año siguiente, solo se contaban 110. La evolución del censo muestra una caída sostenida, un goteo constante.

En los últimos veinte años se ha perdido la actividad con este tipo de ganado en prácticamente la mitad de las fincas menorquinas dedicadas a la leche. En 2004 eran 213 y al siguiente 179. Se vivió entonces el salto más importante, luego las cifras anuales de cierre han sido más moderadas, entre dos y seis.

La comparativa en cuanto a hembras reproductoras ofrece la misma relación. En 2004 el censo de reproductoras de más de 24 meses era de 11.693 y la estadística del año pasado se queda por debajo de las 7.000. Que Menorca tenga las mejoras cifras, con más explotaciones y cabaña que el resto de islas juntas, suscita ya poco orgullo a la vista del esfuerzo que supone para los profesionales del campo.

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Aún así, la diferencia es notable, de las 10.885 vacas frisonas que pastan en el campo de las Islas, 8.672 lo hacen en las tanques de Menorca, donde el 90 por ciento de la superficie agrícola está dedicado a la ganadería. En Mallorca y Eivissa, la ganadería constituye una actividad residual.

Todo el mundo, en particular las autoridades, apuestan por la actividad agraria, «dicen que el campo no ha de abandonarse pero tampoco se dan los pasos para fomentar este trabajo y evitar el abandono», afirma Jaume Moll, vicepresidente de la Asociación Frisona Balear, quien recuerda que en agosto la entidad ya lanzó el conocido «SOS frisona» alertando de la gravedad del momento y del futuro.

La guerra

La crisis que atraviesa este sector económico menorquín, que hasta ahora ha sido una de las claves de la diversidad de la que tantas veces se ha hecho gala, es estructural. Moll rehuye utilizar motivos añadidos y tan al uso ahora para explicar la escalada de precios. «No es el problema de la guerra, nuestros problemas no vienen de Ucrania, el impacto todavía no ha llegado, aunque ciertamente nos asusta, sino de todos los años acumulados con esta misma situación», explica.

El alcalde de Alaior, José Luis Benejam, espera que la feria, en cuya organización invierten 45.000 euros las instituciones, contribuya a levantar los ánimos del sector, «del campo sale la vida y debe garantizar una actividad en condiciones de dignidad».