En 2008 se celebró el centenario de la Protectora con presencia de    los expresidentes Francesc Antich y Joana Barceló, así como el exalcalde Llorenç Brondo. A la derecha, la placa de los 25 años.

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En el corazón de una ciudad latinoamericana, a más de 10.000 kilómetros de Menorca, hay un edificio de dos pisos. Un cartel con letras de metal anuncia una pertenencia insular: «La Protectora Menorquina», la primera sociedad de socorros mutuos impulsada por menorquines en Sudamérica. En ese espacio, los hijos y nietos de más de 3.000 migrantes llegados desde Ciutadella, Es Mercadal, Ferreries y Maó a principios del siglo XX, se encuentran —todavía hoy— para celebrar sus orígenes baleares. La ciudad es Córdoba, en la región centro-norte de Argentina.

Era 1908 y Menorca, como el resto de España, sufría las consecuencias políticas y económicas de la independencia de Cuba y la Guerra de Marruecos. En las calles estrechas y adoquinadas de Ciutadella, cada vez faltaban más vecinos. En el vapor transatlántico «Manuel Calvo», que atracaba en el puerto cada pocos meses, se iban familias enteras. Una procesión de migrantes desfilaba por el Passeig des Born para desembarcar poco después en las orillas del Río de la Plata. Huyendo de la miseria, del hambre y de la leva forzosa se fueron miles y miles. La mayoría de ellos eran zapateros, aunque llegaron descalzos. Otros muchos eran panaderos, aunque llegaron sin pan.

En Córdoba, el padrón municipal señalaba que la ciudad tenía, en 1908, poco más de 90.000 habitantes, de los cuales casi el 30 por ciento eran españoles. Ese año, nació La Protectora Menorquina, un espacio donde el acento isleño se cruzó con el cordobés, donde Sant Joan y San Juan se fusionaron en un mismo significante, y, sobre todo, un lugar que aportó, desde el socorro mutuo, a una concepción de clase y de lucha en defensa del ser migrantes y el ser trabajadores.

Migrantes de ida y vuelta

Carla Gener es concejal de Igualdad en el Ayuntamiento de Ciutadella. Tiene 34 años y es hija de Martín, de origen argentino, que a su vez es nieto de Antonio Gener, que emigró a Córdoba en aquellos años, en busca de un mejor porvenir. En esta genealogía breve, pero de profundo arraigo, se puede rastrear parte del proceso migratorio que dio lugar a La Protectora.

«Lo curioso de mi familia es justo eso, que el viaje de mi padre fue de vuelta. Yo me apellido Gener, el abuelo de mi padre era de Ciutadella, y como muchos otros menorquines que emigraron, encontró en Córdoba una tierra que lo acogió. La existencia de La Protectora sirvió de apoyo para los menorquines que llegaban al país. Realmente, mi padre siguió los pasos de vuelta, aunque sin saber muy bien qué le esperaba aquí, teniendo en cuenta que en Ciutadella no tenía una red de contención. Afortunadamente, aquí conoció a una maravillosa menorquina, mi madre, y formaron una familia».

El vínculo entre Menorca y Córdoba permanece unido con un lazo invisible, pero fuerte. Tanto es así que, en el marco del centenario de La Protectora, en 2008, una delegación del gobierno balear encabezada por los presidentes Francesc Antich y Joana Barceló, así como el alcalde Llorenç Brondo, asistió a la celebración del centenario de la entidad en la ciudad de Córdoba.

De panadero a socio de honor

Horacio Monjo es cordobés, nieto de Gabriel Monjo, que llegó desde Ciutadella al barrio popular de Alberdi cuando este aún se llamaba Clínicas, en los albores de 1900. Los Monjo son hoy una parte fundamental de la identidad del barrio, por ser parte de la fundación del club de fútbol más popular de Córdoba.  «Mi abuelo repartía pan a caballo. Cuando comenzó a construirse el estadio del Club Atlético Belgrano, fue uno de los que puso las primeras piedras. Los Monjo somos socios fundadores», recuerda Gabriel.

Toda migración deja huellas. Mezcla palabras, idiomas, acentos, para que florezcan nuevas tonalidades y discursos. Construye nuevos sentidos, aporta singularidades a las ciudades de origen y destino. En Córdoba, una de esas huellas es el edificio de La Protectora Menorquina. En Ciutadella, una de sus calles lleva el nombre de la República Argentina. Un homenaje mutuo de generaciones de migrantes. Una huella urbana que nos recuerda que todos venimos y vamos. Que nadie, en ningún sitio, es ilegal.