Los panes con ingredientes especiales tienen muy buena aceptación | Josep Bagur Gomila

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Hay quien no concibe una comida sin pan. Según una encuesta del Institut d’Innovació Empresarial (IDI), dos de cada tres ciudadanos de las Islas compra pan tres o más veces por semana y el consumo por persona se sitúa en los 30,68 kilos al año, algo por encima de la media española, según el Informe de Consumo Alimentario en España. La que hoy acaba ha sido la Semana Mundial del Pan, celebrada en un contexto difícil por la inflación.

Que se mantenga el volumen de consumo de pan es un consuelo para un sector que está padeciendo, como tantos otros, el encarecimiento del proceso de producción, lo que en muchos casos reduce el margen de beneficio porque se opta por no repercutirlo todo en el precio final.

«Alegría no hay ahora en el sector, pena tampoco. Mucha preocupación e incertidumbre», relata José Ángel Giménez, presidente de la Asociación Profesional de Pastelería, Panadería y Afines de Menorca. Explica que la gente tiene muy interiorizado el precio de la barra o la hogaza, por lo que cualquier subida se tiene que mirar con lupa y genera recelos, «con los huevos del supermercado ni se fijan», dice. Le da la razón Mari Luz Riudavets, de Ca na Maru, «con otros productos del supermercado que suben más igual ni se lo miran, pero el precio del pan lo tienen muy presente y se quejan cuando los subimos». Su empresa lo ha hecho dos veces en los últimos meses y aventura que podría no ser la última. Jesús Portella, de Forn del Ranxo, comenta que «en el pan que hacemos nosotros hemos repercutido la inflación lo mínimo, todo se ha encarecido mucho. El que llega de otros sitios ha subido más». Coincide en que la gente se muestra molesta ante estas variaciones, pero sin renunciar a su dosis diaria.

Fieles costumbres

Y es que, pese a todo, el consumo de pan y las preferencias de los clientes no han cambiado mucho con la inflación. «Se sigue comprando el pan de siempre, no renuncian», comenta Riudavets. Portella coincide, «las ventas son más o menos iguales, el sector goza en general de buena salud y los clientes se mueven mucho por sus costumbres de siempre, les cuesta cambiar de tipo de pan». A esto ayuda, afirma Giménez, el compromiso de las empresas que no encarecen en exceso «un producto básico, que tiene que seguir siendo básico y garantizar que la gente acceda a él. Con la inflación sufren más los panaderos que el cliente. Están dando una lección de saber estar».

Giménez narra que las empresas pequeñas lo tienen más complicado, puesto que sus provisiones de materias primas se hacen a tres o cuatro días vista, con la consecuente variación de precios. «No podemos hacer compras masivas». De momento, afirma, no hay atisbos de desabastecimiento, «pero los economistas avisan que lo peor está por llegar, el futuro viene negro».

Portella, con tono algo más optimista, explica que la gente joven, sobre todo, se muestra proclive a comprar pan de elaboración propia, hogazas con ingredientes novedosos, especiales, que dan valor añadido al producto.