Oficina de Caixabank en la calle Vasallo de Maó, que deja de estar operativa con el fin de año | Gemma Andreu

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La red de sucursales bancarias es hoy algo menos de la tercera parte de    lo que era hace tan solo quince años. Entonces se superaba el centenar de oficinas, una cifra que ahora se ha quedado en torno a la treintena. El goteo de cierres continúa imparable como consecuencia de los sucesivos reajustes que están aplicando las grandes corporaciones.   

El último corresponde a la sucursal de Caixabank en la calle Vassallo de Maó, que ya ha comunicado a sus clientes que a partir del 2 de enero serán atendidos en la que fuera sede central de Sa Nostra en la calle Ses Moreres. Numerosos usuarios han expresado a los empleados su disgusto por el cambio, entre otras razones porque ya provenían de las oficinas del Parc Rubió, Sant Esteve o la avenida Menorca, que habían sido agrupadas en la que ahora echa el cierre.   

A principios de mes fue Banca March la que anunció una reorganización que ha supuesto concentrar    su actividad en dos oficinas, en Maó y Ciutadella. Con anterioridad han sido Sabadell, el Santander y el BBVA los que han aplicado un recorte que provoca cambios en el paisaje urbano y, sobre todo, impacto en la ciudadanía, impelida a la relación digital con sus respectivos bancos.

Las operaciones a través de internet o las app en el móvil habían alcanzado ya el 80 por ciento de la actividad bancaria antes de la pandemia. Durante los tres últimos años ese proceso de digitalización se ha acelerado por tal circunstancia y por las restricciones impuestas por el Gobierno a los pagos en metálico como una de las medidas puestas en marcha para el control del fraude. Se calcula que el uso de la banca digital ha subido casi diez puntos por las citadas razones.

El dinero de plástico, como se denomina el uso de las tarjetas de crédito o débito, y el pago directamente con el teléfono móvil son modalidades que se han impuesto en el día a día en todo tipo de transacciones y negocios. Hay ya toda una generación habituada a este manejo.

Pueblo a pueblo

Maó y Ciutadella, por razones demográficas y económicas, concentran algo más de la mitad de las oficinas abiertas al público y una relativa variedad de compañías. Alaior se ha quedado con cuatro (Caixabank, Caixa Colonya, Santander y BBVA) y Ferreries con tres (Caixabank, BBVA y el Santander).

En Es Mercadal, Es Migjorn, Sant Lluís, Es Castell, Fornells y Sant Climent solo hay presencia física de Caixabank, entidad que permite materializar el objetivo expresado por la administración y la propia sociedad de no dejar ninguna población desatendida.

Otras entidades como el Santander prestan servicio en alguna de estas poblaciones como Sant Lluís a través de un agente o sirviéndose del acuerdo firmado con Correos para la retirada de efectivo. En Mallorca, con datos de agosto, tres municipios carecían de sucursal bancaria, problema extendido también en la Península y que de momento es ajeno a Menorca.

Un veterano empleado de banca comenta el profundo cambio vivido por esta actividad y la antigua estrategia de los bancos por aumentar su presencia en la calle. Recuerda no sin añoranza el «Wall Street» de Maó, como llamó a una calle de Ses Moreres poblada de sucursales.

El apunte

«Si tienes dudas, mejor el cara a cara, no te fías de internet»

Las personas mayores son las principales sufridoras del cambio de modelo que han emprendido las corporaciones bancarias. No es lo mismo entenderse con el cajero o el ordenador, con máquinas en definitiva, que con las personas como han hecho toda la vida.

Algunas de estas personas consultadas ayer reconocen que vienen haciendo un esfuerzo desde hace años para introducirse en el mundo de la informática. A través de cursos en el club de jubilados respectivo o, sobre todo, con la ayuda de familiares jóvenes algunos han adquirido habilidad suficiente, pero les falta confianza, que es la clave de la relación.

«Cuando hay dudas, necesitas el cara a cara con el profesional de la banca, no te acabas de fiar de las teclas», relata Juan Peinado, tesorero del Club de Jubilados de Es Mercadal que fue empresario en su vida profesional. Superada la barrera de los 70 años, prefiere desplazarse hasta Ferreries para resolver esas dudas en la oficina del Banco de Santander, uno de los bancos que ha reducido la red de sucursales en la isla a cuatro poblaciones.

Peinado es un jubilado relativamente joven a quien el cambio a la banca digital no le ha dejado del todo fuera de juego, «algunas operaciones sencillas sí las hago a través de internet, pero a los mayores nos impone un poco todavía y tal vez es tarde para adquirir pleno dominio. Es cuestión de confianza», señala.