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Hace un tiempo, relativamente reciente, diría que al término del anterior mandato legislativo, el diario MENORCA publicaba la carta de un concejal de Ciutadella que en el momento de dejar de serlo expresaba ante la opinión pública su desazón y total decepción tras su paso por la política. «Ha sido la peor experiencia de mi vida. No se lo recomiendo a nadie», vino a decir con una literalidad muy próxima a la que acabo de reconstruir.

Desde una sensación totalmente contraria, tras haber encadenado dos mandatos consecutivos con responsabilidad compartida en un gobierno municipal, ocho años hasta ver la puerta de salida, y tras haber vivido un tiempo creativo y gratificante, tanto como absorbente, confieso que aquel desahogo postrero del edil que se batía en retirada me encantó. Empezaré por aclarar que no se trataba de un adversario político que atravesara puente de plata y tampoco es que sintiera yo despiadado regocijo alguno por las penalidades y angustias que debieron asaltar a aquella persona durante su etapa municipal. Bien al contrario, lo lamento pues no hay nada más incómodo que verse donde uno no quiere estar.

Me agradó, eso sí, aquella bocanada de sinceridad amarga, extrema y discordante con lo que suele ser la pauta general —«una buena experiencia por la que todo el mundo debería    pasar al menos una vez en la vida», etc—,    ese tipo de consabidas lindezas y monsergas que no todo el mundo tiene por qué compartir.    O cuando no, se da el silencio discreto, íntimo, impreciso y sin matices    que acompaña a algunas dimisiones antes de plazo o en los fines de etapa sin renovación.

Me gustó también el comentario como una posible paradójica palanca que bien podría revalorizar el ejercicio de la política, tan denostado, tan mal comprendido y harto bombardeado por muchos de los que jamás se incorporarán a un consistorio ni experimentarán el cambio de perspectiva que supone pasar de ser ciudadano de a pie a ser un servidor de los ciudadanos e implicarse en poner solución a problemas comunes o crear nuevos estímulos sociales.

Seguramente no todo el mundo está hecho para sobrellevar tal carga, con sus presiones y con su tarifa plana horaria, aunque ponga el máximo empeño y su mejor voluntad.    Ni hay tanta gente dispuesta y/o con posibilidades reales de apartarse de su acelerado camino de vida e ingresar por un tiempo en acción de cosa pública.

Son muy variadas las razones o circunstancias por las que una persona puede entrar en política o, afinando más, en una candidatura que a lo mejor le depara sorpresas inesperadas y no necesariamente buenas. Veamos algunas, compatibles entre sí: por militancia en un partido, por convicción cívica, por tradición familiar, por probar, tras haber sido persuadido, por necesidad, por interés espúreo, por deseo de mando, por una suma de casualidades, porque no había otro/a y alguien ha de hacerlo e incluso por cuestión de género en alternancia.

Ni siquiera la suma de todas las opciones anotadas, y alguna otra eludida, facilita una considerable abundancia de personas para surtir las listas de elegibles y los suplentes.

Las causas de salida se resumen en una, irrefutable y amplia: por motivos personales. Porque cualquiera que sea el detonante de una dimisión se trata siempre de un motivo personal.

No es fácil hacer una lista electoral, que se lo digan a quienes ahora mismo están en ello y no sueltan prenda o se conducen con sigilo para obtener (o no) el compromiso de un candidato posible en un émulo sistema star system de fichaje que conduzca al éxito. Tampoco es sencillo administrar las expectativas de un resultado futuro, en el que no siempre se acierta, ni dejar en el banquillo a quienes se presumen delanteros.

Más bien, por lo que sabemos, faltan factorías diligentes para modelar    o introducir líderes de sustitución o relevos que proyecten ideología y den continuidad a los programas desde equipos homogéneos.

Me temo que se fía todo o demasiado al último minuto. Y es así como muchas de las personas que entran en una lista electoral (algunas lo hacen por favor y como «material» de relleno) son más cándidas que candidatas cuando a la hora de la verdad deben enfrentarse a parcelas de gestión de las que ignoran casi todo o si por el contrario van a agotarse en el terreno árido, desapacible y a menudo insulso de la oposición.

Tal vez falten escuelas de civismo y sobren chalecos-antibalas.

Todas las instituciones de Menorca sin excepción han acusado la pérdida de representantes electos desde 2019

Menorca cuenta en la actualidad 125 cargos públicos reservados a electos en la administración local, incluido el Consell de Menorca, con sus 13 consellers, más la suma de concejales de todos los ayuntamientos.

En las últimas elecciones locales, las de 2019, se presentaron 46 candidaturas políticas en las que figuraban en total 827 personas. Si bien es cierto que algunas identidades se repiten al inscribirse en una lista municipal y también en la candidatura insular, en la cifra dada se aprecia ya de antemano una exigencia de capital humano considerable.

El cómputo se eleva al añadir candidaturas (10) y candidatos    con sus suplentes y todo (151) al Parlament, hasta dar la cifra final de 978 personas en juego.    Algunas repetidas, sí, pero que representan un nada despreciable tanto por ciento de la población empadronada en la isla.

El censo electoral de 2019 daba un total de 69.764 votantes. Excepto supuestos excepcionales de inhabilitación (afortunadamente infrecuentes), todos ellos tienen implícita la condición de elegibles, pero entre ese universo de votantes se cuentan asimismo personas de edad muy avanzada, residentes intermitentes, estudiantes desplazados, personas con serios impedimentos de salud, jóvenes que se estrenan como electores y no han sentido la llamada de la política, los que ya pasaron por la experiencia (buena, mala o regular) y no repiten…    En fin, que conseguir hacer cosecha de aspirantes sigue siendo ardua tarea.

La exposición nos lleva a la idea de que en muchos casos, por fuerza, las listas se rellenan al tun-tun.    Y el «tuntuneo» les da una pátina de provisionalidad apañada hasta el punto de que identificar el parecido de protagonismos entre el principio y el final de un cuatrienio político requiere un poco de magnanimidad y fantasía.

Ir a menos

De las expectativas iniciales, 18 de 49 candidaturas se estrellaron en las urnas y dejaron en fuera de juego súbito a 319 personas que habían aspirado a ganar plaza como concejal, conseller o diputado autonómico para su formación política.

A cinco meses ya escasos de las próximas elecciones, comprobamos cuál ha sido la suerte de las candidaturas que sí entraron a formar parte de las instituciones locales. Todas, sin excepción, —incluso la representación menorquina en el Parlament balear— han sufrido bajas de los cargos electos.

En lo que va de mandato y hasta la fecha son 25 los concejales que han cesado y se ha producido el relevo de cuatro consellers y dos diputados.

En el Parlament, el PSOE hizo un cambio precoz con la electa Elena Costa, que no llegó ni a tomar posesión del acta de diputada porque el gobierno insular le reservaba un cargo ejecutivo. Abrió camino.    Sobre las mismas siglas recae, por otra parte,    el cambio más drástico que sin duda supone la dimisión de un cabeza de lista. Es el caso de Marc Pons, que renunció al escaño para seguir como conseller en el Govern, cargo que dejó en febrero de 2021 al incorporarse entonces al Ministerio de Reto Demográfico y Transición Ecológica. No solo cesó como conseller del Ejecutivo regional, donde se ocupaba de parcelas como la vivienda y la movilidad, sino que puso punto final a su largo periplo por la política balear.

El relevo de cabezas de cartel se ha dado igualmente en otras formaciones y otros ámbitos. Por el PP, en el Ayuntamiento de Ciutadella, Antoni Juaneda Cabrisas, de extensa y variada carrera en todos los niveles de la política —de la local a la nacional, alcanzando los 25 años de ejercicio— cedió testigo, asiento y portavocía, en el ecuador del mandato, creyendo amortizado su compromiso y dejando nuevamente en el aire el liderazgo de este partido en el poniente insular.   

Circunstancias de extrema gravedad impidieron que el número uno y alcaldable por el PP en el    Ayuntamiento de Es Castell, Dionisio Marí, que encabezó la lista más votada en aquel municipio, haya podido completar su mandato. Su dedicación se vio truncada por su inesperado fallecimiento el pasado verano.

Mes y medio después de tomar posesión del cargo como edil único de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Maó, Ricardo Terré, colgaba los hábitos políticos en institución y partido.    También la número uno de esta formación en Ciutadella, Ana Pons Capella,    anunciaba su plena salida de la política tres meses después de constituido el ayuntamiento y tras ella abandonó asimismo un perfil a destacar como es Joan Triay.    Con otras connotaciones, el electo naranja de Sant Lluís, Jorge de    Diego, dejó las siglas, pero no el cargo que aún ejerce como concejal no adscrito.

Ciudadanos también relevó a su cabeza de cartel para el Consell, José Negrete, antes de completar el primer semestre en la Plaza de la Biofera que, de tanto girar, ha sido especialmente centrífuga en esta legislatura. También cesó quien era vicepresidenta y había llegado a presidir la institución, Maite Salord, primera de Més per Menorca, con alguna suerte de premonición certera y estratégica, de pies en polvorosa, a la vista de la tempestuosa actualidad que atraviesa el Medio Ambiente que ésta gestionaba.

Del propio equipo de gobierno del Consell —quién lo habría de decir— cesaron, primero el conseller Miquel Company, del PSOE, en canje por un destino más elevado entre lo europeo y    lo universal, como conseller de Fondos Europeos y Cultura del Govern balear;    y la segunda baja de una coalición de tres representantes, Francesca Gomis, de Més a menos, con una dimisión forzada tras la que no ocultó su desencanto y el desencuentro con sus propias fuerzas.

No es fácil, no

Nadie dijo que iba a ser fácil ni nadie advirtió de las complicaciones por llegar.

El monstruo de la política exige sacrificios constantes y devora ilusiones individuales. Lo hace a centro, diestro y siniestro; en las desalentadoras tareas de oposición como en las espinosas parcelas del gobierno.

Hay situaciones que llaman, ciertamente, la atención. En Es Castell, en verano de 2020 dimitieron tres de un solo golpe, todos del equipo de gobierno. Salvador Moragues y Jordi Vidal, por el PSOE, y Gonçal Seguí, de Som Es Castell. Más adelante cesaría también la socialista Noemí Gomila, promovida a consellera, de manera que la alcaldesa ha tenido que remodelar su organigrama encajando cuatro relevos en un gobierno de siete miembros y esto supone que no le queda a la presidenta de la corporación ninguno de los concejales con los que formó grupo municipal en junio de 2019.

En Sant Lluís, el fin de etapa de Alberto Herrán y la renuncia a incorporarse de un relevo masculino ha creado la insólita situación por la que al grupo socialista, con alcaldesa al frente, se le estropeó la cremallera y se conforma ahora con cuatro concejalas. La homogeneidad se ha impuesto a la paridad y unidas pueden. Pero, como hay que poder y querer, el equipo de gobierno se apoya además en otras dos concejalas de Volem Sant Lluís y (6-1) un concejal-reliquia de cuando los hombres copaban todos los puestos de decisión y mando.

Otro ejemplo de corporación movidita hay que situarlo en Ferreries. Aquí cesó Alejandra Marqués, del PP; aguanta el grupo unipersonal del PSOE, pero ha tocado fondo en lo que se refiere a recursos humanos el equipo preeminente, que obtuvo mayoría absoluta por un voto, la Entesa. La salida sucesiva de tres de sus miembros, Francesc Pons Morlà, Francisca Allés Camps y Ágada Coll Allés obligó a la también en este caso alcaldesa del municipio a tirar de candidatura para proveer los relevos. Sin suerte. Renuncia a renuncia, la lista se deslizó hasta la zona de suplentes y allí se agotó, en el número 14. Así de fungible puede ser la actividad política, tanto que la Entesa tuvo que recurrir al artículo 182.2 de la Ley de Régimen Electoral General para completar el equipo de gobierno con una persona no electa en urnas. El único concejal sin votos de Menorca.

Mayor estabilidad han tenido los Ayuntamientos de Es Mercadal, Alaior y Es Migjorn, en los que únicamente se han dado los relevos de Regina Sintes Triay, del PSOE y en el equipo de gobierno; Anselm Barber, de Junts per Lô; y Ana Brit Sánchez Tuomala, del PSOE, respectivamente.

Ciutadella y Maó, empatadas en número de concejales (21), repiten empate en cuestión de ceses. Son 6 por consistorio, casi un tercio de cada una de estas corporaciones.

Además de las renuncias de PP (2), en las que hay que alistar a Blanca de Olivar,    y Ciudadanos (2), ya comentadas, abandonaron también un concejal del grupo socialista, veterano de la política y de la vida orgánica, Andreu Bosch; y la cabecera de Unidad Podemos-Gent per Ciutadella, Fàtima Anglada.

En Maó, el PP ha perdido a su vez a los regidores Analía Noval, Llorenç Coll Pons y Sonia Huguet Gelabert y siendo un grupo de seis concejales ha llegado hasta el puesto 14 para cubrir las vacantes. Laia Obrador y Gabriel Pons Pons,    miembros que fueron del equipo de gobierno, son dos de los cuatro ediles de Ara Maó que desistieron a medio mandato.

Las dos ciudades vuelven a reproducir una situación de paralelismo cuando se constata que los grupos mayoritarios en el gobierno, PSOE en Maó y PSM en Ciutadella, con siete concejales y en ejercicio de poder,    permanecen intactos, estables en su composición.

El fantasma de la dimisión, aplicada a uno mismo, ha rodado también por otras cabezas sin que haya llegado a ejecutarse. Y tampoco han rodado las testas testarudas de algunos otros para los que se pidió, con mayor o menor fundamento, dimisión o cese.

Parlamento aparte, en la política local/insular y hasta la fecha una de cada cinco personas electas interrumpió su servicio político antes de lo esperado.    Otros 17 reservistas del conjunto de los municipios y cinco posibles consellers de reemplazo rehusaron incorporarse en las instituciones cuando fueron    convocados como relevos para salvar la papeleta.

Además del saco inmenso y recurrente de motivos personales, entre las casuísticas que lleva implícito este reportaje respecto a causas de retirada pueden citarse:    el sablazo de unos resultados electorales escasos y el peso de la soledad; la asunción de errores políticos, la pérdida de referentes externos, desavenencias internas, porque el partido no se acaba y te asigna un nuevo destino,    cambio de residencia, por incorporación a un nuevo trabajo, para hacer excéntrica crítica política contra los políticos que resisten, para evitar un inminente cese fulminante, por embarazo complicado, paternidades responsables o para atender a familiares próximos, por enlace matrimonial, por cancelación de compromiso veterano y hasta por causar baja en triste e inevitable luctuoso desenlace.

Definitivamente, las circunstancias de la política no difieren de las razones de la vida.

El tercer nivel de relevos, visto y por ver

Aunque se trata de otro ciclo electoral, no estará de más comentar lo accidentada que está resultando la legislatura nacional, en la que Menorca quedó sin ningún representante directo (insular) en la Cámara Baja. Para el Senado, después de haber sido proclamada candidata del PP, Aurora Herráiz renunció a la lid. Asumió la responsabilidad Jordi López que recuperó el escaño para el PP por una ajustada diferencia de votos con la candidatura adversaria. Un año después, el senador electo cesó en su plaza por motivos personales y Cristóbal Marqués adoptó el escaño en la Cámara Alta.

A veces un proceso electoral interfiere en otro. Y estamos ante uno de esos escenarios. Si las elecciones de mayo, donde Marga Prohens es candidata a la presidencia del Govern por el PP, consigue    formar gobierno o reingresa como portavoz en el Parlament balear, deberá ceder su escaño del Congreso. La Constitución y el Estatut, establecen la incompatibilidad de ocupar simultáneamente un cargo    en dos cámaras parlamentarias (la nacional y la autonómica). Es así como salvo sorpresas imprevistas, correría la lista de la candidatura a la Cámara Baja de tal manera que le llegaría el turno a la número tres del PP por Balears, la menorquina Maite Torrent. Sería, entonces, diputada en Cortes y le correspondería agotar la legislatura, desde verano hasta donde se prolongue, nunca más allá de 2023.