Macarena Aguirre, en Ciutadella, en el acto del Cercle Artístic. | Josep Bagur Gomila

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Macarena Aguirre Galatas, economista responsable de proyectos de Manos Unidas en Madagascar, transmite energía y esperanza cuando explica como viven las poblaciones rurales de este país de África Austral que ocupa el puesto 173 del Índice de Desarrollo Humano, mientras que España está en el vigesimoséptimo. Macarena, tras casi 30 viajes al sur de África, ha presentado esta semana en la Isla «Menorca y Madagascar, dos islas dispares unidas contra la desigualdad» dentro de la campaña «Frenar la desigualdad está en tus manos» de Manos Unidas, con datos, fotografías, anécdotas y experiencias vividas.

¿Cómo es Madagascar y cómo se vive allí?
—Madagascar es una isla muy grande, 800 veces mayor que Menorca, y aunque pertenece a África del Sur su población es originaria de Asia. Es un país muy muy pobre, con mucha corrupción y unas comunicaciones por carretera malísimas. Para hacer 30 kilómetros en coche puedes tardar dos horas. Lo conozco bien y es muy triste porque es el quinto país del mundo por la cola en educación, en sanidad, en acceso al agua y la luz. Tiene selvas preciosas y también el sur desértico pero no tiene nada de infraestructura turística.

¿En qué consiste su tarea allí?
—El trabajo de Manos Unidas es a demanda, es decir, la gente de Madagascar nos conoce por el cura del pueblo o porque han visto el pozo que hemos hecho anteriormente y han preguntado o nos han visto por internet y te empiezan a llegar proyectos. Nosotros solo hacemos proyectos de desarrollo, es decir, darles los medios para que ellos mismos y de manera sostenible, o sea, que sea duradero en el tiempo, mantengan el pozo o la escuela, que es lo que más hacemos ahora... Y llegamos a sitios que parecen el fin del mundo.

¿Cómo es la desigualdad entre Menorca y Madagascar?
—La desigualdad está en todos los sectores, por ejemplo en salud, es horroroso. En un pueblo cualquiera no hay dispensario, ni centro médico, ni nada... Y con las carreteras tan malas que hay, tardarás horas en llegar al más cercano pero es que además no hay ningún médico allí, con suerte hay un enfermero o una comadrona. En el caso de las mujeres parturientas la mayoría dan a luz en casa porque hacer 30 kilómetros andando o en bici o en carro tirado por cebú es muy complicado. Alguna clínica, de las que hay muy pocas, tiene una especie de ambulancia con un remolque detrás o una moto con sidecar. Al final es que la esperanza de vida en Madagascar es de 67 años mientras que en España es de 83. Tienen también un problema muy grande de desnutrición crónica y eso significa un retraso enorme en el crecimiento de los niños que afecta a la concentración y a la capacidad de aprendizaje, y se convierte en un círculo vicioso de pobreza. Por otro lado también hay en la zona de Diego Suárez graves problemas de prostitución y mucho rechazo a los niños con discapacidad. También hay ladrones de ganado que asaltan con armas de fuego.

¿A qué tipo de proyectos se dedican más en Madagascar?
—A los de educación, porque la alfabetización es solo del 65 por ciento. Solo uno de cada tres niños acaba primaria y el 24 por ciento de los niños hace secundaria... Tenemos un proyecto en una aldea a 12 horas de Tulear, en Benenitra, donde un sacerdote ha hecho una escuela de primaria preciosa con Manos Unidas y de secundaria solo hay una escuela pública - a esas 12 horas - donde el 97 por ciento de los profesores no tiene titulación, son antiguos alumnos de secundaria. Entonces este sacerdote nos ha pedido que hagamos la secundaria para dar servicio a su escuela y a todas las aldeas de alrededor. Ya han empezado a dar primero de secundaria en una casita prestada por un señor y el proyecto es construir la secundaria y tener unas aulas dignas.

¿Cómo son sus escuelas y cómo se financian?
—Es una economía de auto subsistencia, entonces los niños que van pagan un euro al mes o le dan un saco de arroz al profesor y eso es su sueldo que le sirve para comer. No tienen luz ni agua, nosotros obligamos a que las escuelas tengan agua y letrinas porque solo el 12 por ciento de toda la población de Madagascar tiene baños y letrinas.

¿Ha podido hacer seguimiento de algún proyecto a largo plazo?
—Precisamente este año he podido ver un proyecto en el que participé hace 17 años, en el 2006, cuando estaba en Zambia y ni me acordaba; es un dispensario en Tulear, donde ahora soy responsable y cuando llego, veo que el dispensario sigue funcionando, lleno de gente... Que ha sido sostenible en el tiempo. Porque para hacer un proyecto nos aseguramos que tenga futuro y ahí entra el viaje de identificación, cuando conoces la zona, hablas con la gente, ves que es algo necesario y te sirve mucho, luego hablas con el obispo, con los responsables de educación y sanidad de la zona y luego hay más viajes para visitar diferentes fases del proyecto.

¿Y desde Menorca qué podemos hacer?
—Pues es importante no tomarlo con desesperación. Mira, un niño de primaria de Maó tras oír la charla reflexionaba diciendo que aquí tenemos grifos, agua y electricidad y en cambio ellos tienen que ir a lavar la ropa al río pero este niño decía también que no valoramos lo que tenemos. Es importante también transmitir esperanza porque sí que se pueden hacer cosas, no hay que caer en la sensación de que como está todo tan mal no se puede hacer nada. Se puede hacer mucho y estamos obligados a hacer. Podemos colaborar - no financiar - sus proyectos.

¿La campaña «Frenar la desigualdad está en tus manos» de Manos Unidas recoge donativos?
—Sí y además te puedo asegurar que el 88,6 por ciento de cada euro de un proyecto se gasta directamente en el proyecto de allí, no se gasta en oficinas ni en personal porque somos 6.000 voluntarios y además viajamos del modo más económico posible, nos alojamos en casas de socios locales como monjas, curas u otros conocidos. O en hoteles de diez euros por noche si es necesario.

¿Cómo les recibe la población de Madagascar?
—Es increíble. Nos reciben por todo lo alto, nos agradecen mucho nuestra labor y nos obsequian a veces con lo más preciado que tienen que es una gallina viva, que yo acabo dando a los socios locales claro, ¡porque no me la puedo llevar! También nos muestran sus cantos y danzas. La verdad es que son muy alegres, están contentos a pesar de su pobreza. Y son muy agradecidos. Nosotros les explicamos que sólo representamos a otros niños y niñas y familias que han dado algo de su dinero para que ellos tengan escuela y la puedan aprovechar.